Fire y Anna me sacaron del salón. Insistieron en llevarme a la enfermería para comprobar que todo estaba bien, aunque yo me negué, alegando que no era necesario, que estaba bien, que no necesitaba a nadie; me examiné, podía hacerlo sola. Quería gritar, pero me callé. Odiaba que me obligaran a hacer cosas que no quería. Era una mentira, y bastante mala. Me irritaba y enfadaba estar en ese estado, y más sin saber qué me estaba pasando, por qué había actuado así y por qué había asustado a Anna y a Fire.
Siempre me había considerado alguien con pleno control de mí misma, algo que me hacía sentir orgullosa. También era alguien estable, que tenía las cosas claras. Pero en esos momentos, estaba dudando de quién era. Era un sentimiento tan angustioso que deseaba que nadie tuviera que experimentarlo, sobre todo si pensaba como yo, que creía conocerme. En realidad, no; era una desconocida, incluso para mí misma. Alguien extraño. Ni siquiera me reconocía por las noches, cuando me miraba al espejo, preguntándome continuamente: "¿Quién eres?" o mejor dicho: "¿Qué eres?"
Logré convencerles de que no me llevaran a la enfermería, algo que me costó mucho. No quería que nadie me tocara; sentía que iba a estallar de un momento a otro y no pensaba llevarme a inocentes por delante. Sentía, dentro de mí, cómo mi ira amenazaba con salir por los poros de mi cuerpo.
Fuimos a la habitación de Fire. Resulta que ella estaba sola, no compartía habitación con nadie.
Me pareció extraño, ya que a Anna y a mí nos habían obligado a compartir habitación sin siquiera preguntarnos si estábamos de acuerdo. No podía quejarme de mi compañera de cuarto; era la mejor de todas las personas que estaban a mi alrededor. Al menos no dormía con un cuchillo debajo de la almohada, eso era algo, y podía descansar tranquilamente.
—¿Por qué duermes sola? —pregunté, mirando la habitación de la pelirroja.
Era bastante simple, pero muy diferente a la nuestra. La diferencia era la temperatura de esta habitación. Juro que sentía que me iba a desmayar por el calor que hacía allí, incluso podía asegurar que estaba empezando a sudar. Su cama era doble, con mantas verdes y cojines blancos.
Podía ver bordados de dragones envolviendo unas llamas en la tela de la cama. En la esquina de la habitación había un montón de libros en idiomas extraños que no supe identificar. Sus mesillas eran de color blanco y en una de ellas había una especie de retrato pequeño de la familia. Curiosa, me acerqué y cogí el papel de la mesilla. Pude ver a una hermosa mujer y a un hombre muy sonriente. Ambos sostenían en brazos a una pequeña Fire. Entonces, mis ojos se posaron en el niño más bonito que había visto en mi vida. Tenía unos rasgos extraños, todo hay que decirlo. Sus ojos eran rasgados y sus pupilas de un amarillo intenso. Su cabello estaba decorado con pequeños mechones rojizos, que destacaban en su melena negra.
Me quedé un rato observándolo, olvidándome por completo de la decoración de la habitación. Ni siquiera me había percatado de que Fire había servido unos vasos y los había dejado en su cómoda, del mismo color que las mesillas. Me sobresalté, avergonzada al ver que me había pillado curioseando en sus cosas sin apenas conocerla.
—Lo siento... —Ella me miró con una sonrisa triste. Sus ojos se posaron en el retrato que tenía en la mano y vi cómo sus ojos verdes se oscurecían y una tristeza aplastante se apoderaba de ella.
—Es mi hermano... —dijo en voz baja. Pude percibir su tristeza, su dolor. Eso me hizo sentir más culpable.
Anna se quedó pálida, se aproximó hasta mí y, cogiendo el papel, lo dejó de nuevo en la mesilla. Con una mirada me dio a entender que era mejor cambiar de tema, así que lo hice, optando por callarme. Entendía perfectamente que no quisiera hablar del tema; a mí me había pasado cuando era pequeña.
Las personas del pueblo me miraban con pena y tristeza: "Mira, aquella niña huérfana sin padres", "Pobrecita, debe ser duro no haber conocido a sus padres". Pero a mí me daba igual. Nunca necesité a mis padres porque tenía a mi tía, y ella me había dado el amor de ambos sin pedir nada a cambio.
A ella no le gustaba que la llamara mamá, aunque para mí sí lo era. Cuando era niña, a veces se me escapaba la palabra "mamá" y mi tía sonreía con tristeza y me corregía con dulzura, pidiéndome que la llamara "tita". En ningún momento me ofendí; comprendí que nunca quiso suplantar a mi madre ni a nadie.
Era una mujer de muy buen corazón, aunque tenía un carácter bastante fuerte. Eso era parte de su encanto y lo que la hacía única. Aunque a veces me quejara de que era bastante dura, en realidad sabía que lo hacía todo por mi bien, para que estuviera lo más cómoda posible y no extrañara a mis progenitores.
—¿Por qué duermes sola? —pregunté de nuevo. Era mejor cambiar de tema. Fire me sonrió, agradecida.
No quería hablar de su hermano y yo lo respetaba; era lo mínimo que podía hacer. Entendía y comprendía que era normal que no quisiera hablar de un tema que le doliera tanto.
—Porque nadie puede aguantar mucho tiempo esta temperatura. Yo la necesito para descansar mejor. Además, necesito estar en sitios con altas temperaturas; me siento bastante débil en temperaturas normales.
Tenía sentido. Al ser el elemental del fuego, tendría una serie de necesidades muy distintas al resto, al igual que Anna. Muchas veces la había visto levitar la cama en el aire y dormirse allí arriba. Era impresionante y me había acostumbrado a ver su cama elevada.