No es que hubiera optado por la mejor opción, que era revelar mi secreto. Además, al decir esas palabras, un sabor amargo se había apoderado de mí. No me gustaba decir eso; es más, detestaba pronunciar aquellas palabras porque sentía que estaba aceptando algo que en realidad no deseaba. Detestaba haber soltado ese título. Además, la mirada que me lanzó Yulen habría hecho que el mismísimo infierno se congelara.
No quise titubear, lo juro, pero la expresión del peliblanco me hizo dar un paso hacia atrás. Eso sí, no aparté la mirada de él, como si eso le diera más validez a lo que acababa de decir y como si en realidad no me viera como "la humana apestosa" que creía que era. Fire entró poco después. Su expresión denotaba irritabilidad. Anna seguía de pie, observándonos a ambos como si se tratara de un partido de tenis.
Era evidente que la tensión era palpable en el ambiente. Aun así, Fire no se dio cuenta de nada, o tal vez no lo sentía o estaba haciéndose la desentendida. Ambas opciones eran válidas en esos momentos.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó la pelirroja con una ceja alzada.
Yulen finalmente apartó la mirada de mí. Sentí que podía respirar. Noté cómo me quitaban un peso de encima. Por un momento me sentí juzgada e interrogada, una sensación que me dejó un malestar en el cuerpo.
—Nada, llamita. Solo estaba teniendo una conversación con la supuesta "reina de Astra" —dijo haciendo comillas en las últimas palabras.
Fire miró a Anna, y Anna la miró a ella. Fue entonces cuando Yulen se percató de la mirada cómplice de las dos chicas, lo que me hizo volver a mirar. Pero esta vez, con una expresión más extraña, más difícil de descifrar. Fire tosió, Anna apartó la mirada, y yo miré a los presentes, desorientada, quizás perdida, porque en esos momentos me sentía excluida de una conversación silenciosa entre las dos chicas.
—Dime que es mentira, que esta humana se lo ha inventado —dijo Yulen apretando los puños con fuerza.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué detestaba que fuera la reina? ¿Por qué, según ellos, olía a humana? Eso me irritó; sentí de nuevo esa sensación tan familiar, pero traté de controlarme. Empecé a centrarme en los detalles decorativos de la habitación, intentando distraerme. No me gustaba perder el control de la ira como lo estaba haciendo desde que había venido hasta aquí.
Los ojos azules de él se clavaron nuevamente en mí. Pude ver cómo estaba librando una batalla interna consigo mismo. Antes de que me diera cuenta, se acercó a mí. Se pegó a mí y noté su respiración. Sentí una sensación helada que me invadió por completo.
Las manos blancas de él se acercaron a mi camiseta y, de un golpe, me bajó la camiseta por el hombro; como si hubiera descubierto algo, dio un paso hacia atrás. En esos momentos, me harté, estaba cansada. Sin dudarlo, me abalancé sobre él, pero algo me lo impidió, o más bien alguien. Mis piernas no estaban tocando el suelo; sentí cómo algo me elevaba. Era como una suave brisa de verano, de esas que aparecen en la noche: agradable y familiar. Eso me recordó a una cosa.
"Pasó en verano cuando yo tenía apenas seis años. Aún recuerdo cuando mi tía me sacaba afuera para que admirara las estrellas que alumbraban el oscuro cielo. Su sonrisa felina y sus ojos llenos de amor me miraron. Se acercó hacia mí y me colocó algo en la cabeza. Aún recuerdo la textura de aquella tiara de plástico. Era dorada, de esas que te pones cuando juegas a ser princesas siendo ingenua y piensas que la vida es un juego. Sus manos acariciaron mis mejillas, haciendo que aplaudiera y, de golpe, una flor salió de la tierra. Mi tía se puso pálida. Yo estaba contenta y quería cogerla, quería agarrar aquella flor que había aparecido de la nada, pero ella me lo impidió.
—No puedes tocarla.
—Pero si es la misma que tengo en el hombro —dije haciendo un puchero.
—Asia, solo hazme caso, ¿vale? —dijo frotando su nariz con la mía.
—Vale, tita —pero aún recuerdo haber observado aquella flor; es más, aquel dorado me dejó embelesada."
Fue entonces cuando algo hizo clic en mi cabeza. Este recuerdo me vino ahora, en estos momentos. A lo largo de mi vida había llegado a pensar que mi mente me estaba jugando una mala pasada y lo había inventado solo para jugar conmigo.
—Asia, relájate, recuerda que aún estás de duelo.
Pero las palabras de Anna no llegaron a mí. Poco a poco, sentí una sensación casi asfixiante. Tenía la impresión de que iba a perder de nuevo los papeles. ¿Qué me pasaba? En estos momentos me odiaba por estar reaccionando de esa manera, como si no fuera dueña de mí misma.
"—Gaia... ¡GAIA!"
De nuevo la voz en mi cabeza, pero no era la que me pedía que matara a la gente, sino la otra. Sentí cómo todo mi cuerpo se adormecía; una sensación que parecía haberme anestesiado. Era como si aquella cosa supiera qué hacer para que me controlara. Entonces no lo dudé.
"—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?"
"—Sé muchas cosas de ti, humana, pero no te diré quién soy. Si quieres saberlo, ve a Astra".
No, eso era imposible, completamente imposible. Supuestamente, ese reino estaba destruido, y dudaba que me dejaran entrar en esas tierras inhóspitas. Ladeé la cabeza e intenté olvidarme de la voz. No quería saber quién era; solo quería que se fuera. Era así de sencillo. Estaba jugando conmigo, divirtiéndose a mi costa, y eso hacía que sintiera vergüenza de mí misma.