La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 19

Noté cómo mis pulmones quemaban

Noté cómo mis pulmones quemaban. Sentí cómo mis piernas se debilitaban y una sensación de sofoco se apoderaba de mí. Zorelix saltó de mi hombro al suelo con una agilidad pasmosa. Empezó a esquivar los obstáculos que se interponían en nuestro camino, haciendo que yo lo imitara para evitar que me diera de bruces contra el suelo.

—Ya queda menos —dijo Zorelix, animándome—. ¿Sabes cómo puedes ir más rápido? —dijo con un tono de diversión.

—¿Cómo? —mascullé jadeando.

El sol se estaba poniendo en el cielo, haciendo que abriera los ojos como platos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había salido del internado? No lo recordaba, pero creía que era más temprano que por la noche, aunque no llegaba al mediodía.

Era extraño el funcionamiento del tiempo en Cagmel. A veces me sentía desorientada. Las noches me parecían cortas, pero los días pasaban fugaces como estrellas en el cielo. Esto me hizo plantear: ¿cuánto tiempo habría pasado en el tiempo humano? ¿Sería de día? ¿Sería de noche? ¿Cuántos días habían pasado desde que me fui? Ladeando la cabeza, evité centrarme en cosas tan minuciosas como esa; debía llegar al castillo y ya, cuando estuviera allí, vería qué haría.

No estaba planeado; es más, había sido algo repentino, un impulso, un intento nefasto de buscar respuestas, respuestas que quizás no estaban en ese sitio, pero que me daban esperanza.

—¡Saltando! —dicho eso, vi cómo algo blanco salía por los aires y lo vi saltando de rama en rama.

Lo miré, parpadeé. ¿Cómo quería que hiciera eso? Si ni siquiera sabía cómo crear una estúpida flor. Zorelix se paró en una de las ramas, un poco alejado de mí. Sentándose en la rama y mirándome, me dijo:

—No pienses, salta; piensa que eres una con el árbol.

Era fácil de decir, pero difícil de ejecutar. Sin embargo, debía intentarlo, al menos eso. Parándome en seco y cerrando los ojos, noté cómo una energía fluía a mi alrededor.

Sentí cómo las puntas de mis dedos me cosquilleaban y las plantas de los pies me quemaban, pero no era una sensación dolorosa, sino más bien agradable.

—Muy bien, Asia. Ahora, agáchate, coloca las yemas de tus dedos en el suelo y solo deja que te guíe —dijo Zorelix.

Le hice caso, coloqué las yemas en la tierra y sentí una descarga que se apoderaba de todo mi cuerpo en ese momento.

A pesar de que tenía los ojos cerrados, sentía cada movimiento de los árboles e incluso podía jurar que los árboles me hablaban.

Noté cómo ellos me daban una especie de energía muy diferente a la que había sentido anteriormente. Esta energía era refrescante e incluso agradable.

De manera inconsciente, sonreí. Sentí cómo todos mis pensamientos se iban; poco a poco empecé a notar las hojas de los árboles, noté la hierba en las yemas de mis dedos, sentí el olor de las flores, y todo eso sin acercarme.

Entonces, todo se volvió más potente y enérgico, y antes de que me diera cuenta, corrí. Corrí, pero no en el suelo; no, estaba saltando de árbol en árbol y, aunque me dolía admitirlo, me sentía libre, sentía que era yo misma. Mis piernas rozaban las ramas y estas me impulsaban, cada vez más y más alto, haciendo que en una de las ocasiones subiera a la copa de un árbol.

Miré el paisaje que se alzaba sobre mí y enseguida divisé el castillo. No pude evitar llevarme las manos a la boca al verlo.

—Por Dios —dije y caí de la copa del árbol.

Temí que me fuera a hacer daño, pero no fue así. En esos momentos, una rama se envolvió en mi cadera, impidiendo que me pudiera mover, pero no de una manera agobiante, no, sino de protección y seguridad. Fue entonces cuando aparté la mirada y me fijé en la rama que estaba a mi alrededor.

—¿Qué...?

—Asia, no te preocupes. Ahora mismo has activado tus poderes; en estos momentos estás accediendo a una parte de tu poder, no muy grande, pero lo estás haciendo —dijo Zorelix, colocándose a mi lado.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté de nuevo, un poco aturdida, tanto por lo que me estaba rodeando como por la imagen del castillo destruido.

—Pues muy fácil... ¡Mira! —movió su cola y vi que estaba brillando.

Era un brillo resplandeciente, de un color verdoso similar a la esmeralda. Me quedé embelesada; quería tocarlo, pero me contuve. Algo me decía que era mejor quedarme quieta.

—Cuando usas tu poder, mis colas se iluminan; de esta manera sé cuándo lo estás usando. En caso de que te pierdas y utilices tu poder, puedo localizarte. ¡¿A qué es genial?! —dijo Zorelix emocionado. Asentí con una sonrisa verdadera.

Mis ojos de nuevo se dirigieron hacia el paisaje desolado. Pude apreciar cómo las casas que rodeaban el reino estaban destruidas, cada una peor que la anterior. El castillo, verde y blanco, estaba partido en dos.

Los balcones y terrazas del palacio estaban cubiertos de piedras. Las enredaderas cubrían las paredes del edificio, como si quisieran engullirlo y llevarlo a donde pertenece: bajo tierra.

Los árboles estaban destruidos. No pude ver más; estaba demasiado lejos para percatarme de más detalles. Mirando a Zorelix, le dije: —¿Vamos? —pregunté con un poco de nerviosismo.

—Si no hay más remedio... aunque no me gusta mucho este lugar. A mí tampoco. Había una energía muy negativa. Casi diría que podía sentir las personas que fallecieron en este sitio.

Seguí saltando; debía aprovechar, tengo que decir la verdad, que iba más rápido de este modo. Mientras saltaba, sentí la presencia de alguien, pero no le di importancia. Quizás era la sensación que me daba este sitio.




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