Mi mente iba a mil por hora. En esos momentos, estaba asimilando lo que acababa de descubrir: mi abuelo, el destructor del reino de Astra, estaba dentro de mí y no le caía especialmente bien. Podía recordar la mirada llena de rencor que me lanzó, su sonrisa lobuna y su pose de "yo soy el rey, besa el suelo que piso". Quise pensar que era un sueño, que no era verdad, que simplemente era fruto de mi imaginación y que aún seguía inconsciente en la camilla, siendo explorada por los druidas.
—Asia —dijo alguien acercándose hacia mí. Era el extraño que había irrumpido en el lugar.
Sus palabras me parecieron lejanas. Era como si mi cerebro no procesara que había alguien más aparte de Zorelix y yo. El intruso me resultaba ajeno.
Mis ojos estaban aún puestos en el espejo, esperando a que apareciera de nuevo, que me dijera algo, lo que fuera, algo que me ayudara a irme de este sitio. Pero nada. El espejo solo reflejaba mi rostro horrorizado, y mis ojos estaban abiertos de par en par. Incluso pude ver cómo una pequeña lágrima escapaba de ellos.
Mi corazón estaba acelerado, mis manos sudadas y mi mente en shock. No había asimilado lo que había descubierto.
—¡Asia! —alguien me sacudió con suavidad, unos pequeños golpes que me hicieron girar instintivamente hacia la persona que estaba a mi izquierda.
Fue entonces cuando mi cerebro actuó. Lo miré, grité, me alejé, estaba alterada. Mirando por la zona, empecé a coger las decoraciones que estaban expuestas en la sala y se las lancé, pero el maldito desconocido tenía muy buenos reflejos. Zorelix me ayudó. Cogía los objetos con la boca y me los daba para que yo se los lanzara al intruso que teníamos delante.
—¡¿Quién eres?! —estaba demasiado alterada. Di marcha atrás.
El chico me miró paralizado, como si no esperara mi reacción, como si no fuera lo que estaba esperando.
Empecé a jadear, y el suelo, al mismo compás que mi respiración, empezó a moverse, haciendo que el muchacho comenzara a perder el equilibrio.
—¿Qué? —De nuevo me observó, mirándome de una manera que me hizo entender que estaba sorprendido por lo que estaba sucediendo en estos instantes.
Intentó acercarse, pero eso me puso más nerviosa. ¿Quién era? ¿Por qué me miraba como si me conociera? Aquellos pensamientos no mejoraron mi actitud.
Sabía que tenía que parar, pero una parte de mí no quería hacerlo. Sabía que era la única manera de protegerme de las amenazas desconocidas que se aproximaban hacia mí.
El chico hizo lo que pudo. Caminó a duras penas entre los temblores que se expandían por todo el palacio. Cada vez eran más agresivos, más violentos, y el suelo empezó a agrietarse. Por la fuerza, interpreté que era un terremoto que yo había provocado... ¿yo había provocado un terremoto? ¡Joder! ¡Sí, sí lo había hecho! Eso no mejoraba precisamente mi estado de nerviosismo.
—¡Asia! —Zorelix se colocó a mi lado, miró al intruso, y pude ver la rabia en sus ojos azulados—. ¡Aléjate! —gritó el pequeño poni, poniéndose delante de él.
—Zorelix, relájate. Sabes lo que pasa si tú también te alteras —dijo el chico alzando las manos de una manera tranquilizadora.
—¡¿Cómo sabes quiénes somos?!
El grito del zorro solo intensificó el terremoto. En esos momentos ambos estábamos usando nuestros poderes, y eso solo empeoró todo lo que se avecinaba. Pude ver que algo cayó sobre nosotros: un trozo de techo, haciendo que nos levantáramos apresuradamente del suelo. Localicé la puerta principal, estaba abierta. Solo debíamos planear cómo correr hasta allí sin que el desconocido nos atrapase en el acto.
—Zorelix —dije mirándole. Él asintió.
Entonces, cerré los ojos y noté de nuevo esa energía embriagadora. Algo se abrió dentro de mí, algo que se parecía a un candado en mi interior, y una energía verde esmeralda me cubrió por completo. Fue entonces cuando sentí cómo las yemas de los dedos me cosquilleaban y noté otro tipo de energía, más sutil pero tranquilizadora; era blanca, tan blanca que me recordó al pelaje blanquecino de Zorelix.
Entonces caí. Zorelix también estaba usando sus poderes para darme más energía. Sentí cómo saltaba sobre mí y lo percibí en mi hombro. Su pelaje me acariciaba el rostro y me proporcionaba una sensación de tranquilidad que solo él podía darme en esos momentos.
"—Vamos, Asia."
Esa voz no era la de Holden ni la sádica que aparecía en pocas ocasiones. No, era la voz dulce de mi zorro.
Entonces lo sentí. Mis manos se alzaron y algo surgió del suelo. Al abrir los ojos, vi cómo unas enredaderas habían aprisionado al desconocido, impidiéndole moverse. Era nuestro momento. Sin pensarlo mucho, corrimos, corrimos lejos de él, y sentí una pequeña victoria.
—Gracias, pequeño —le miré de reojo. Zorelix solo me dio un pequeño y fugaz beso en la mejilla.
Corrimos por el bosque, sumido en la oscuridad. Ya era de noche, lo que significaba que había pasado demasiado tiempo en ese lugar. Temía en esos instantes las consecuencias, lo que me harían si se enteraban de la locura que había cometido. Me imaginé a mi tía mirándome con tristeza, regañándome en silencio, haciéndome sentir como si fuera la peor sobrina del mundo.
También me imaginé a Fire y Anna, juzgándome con la mirada, observándome con lástima, como si lo que había hecho fuera un arranque de inmadurez. Pero tuve que apartar esos pensamientos de mi mente. Tenía que salir de allí, huir de aquel extraño que nos estaba persiguiendo. Había logrado liberarse del agarre de las plantas y nos seguía corriendo. Era rápido. Poseía una velocidad sobrenatural.