Miré cómo Anna comía lentamente. La elfa le estaba sacando sangre, haciendo que Anna comenzara a temblar. Vi el miedo en sus ojos y pude notar que le atemorizaban las agujas. Eso me hizo darme cuenta de que aún seguía siendo una niña.
Tenía mejor aspecto. Su piel ya no era tan pálida y sus labios habían adquirido un tono rosado bastante sano. Sus ojos grises estaban más vivos, aunque denotaban cierta tristeza, lo que hizo que se me encogiera un poco el corazón.
Es cierto que llevaba poco tiempo con ella, pero había sido la primera en ayudarme, en hacerme sentir más o menos segura. Además, por su edad, me recordaba a una hermana pequeña.
Siempre había querido tener hermanos. Había pasado parte de mi vida sola, con mi tía, pero sola. Recordaba cómo veía a los padres paseando a sus hijos. Aún puedo ver la sonrisa que se me dibujaba, una sonrisa triste.
Mi tía se sentaba a mi lado y solía decirme:
—No te preocupes, Asia. Al final, la familia no es la que tiene tu sangre, sino la que está contigo en las malas, en las buenas y en las pésimas.
Yo solo asentía; me daba igual. Mi mente infantil solo quería tener un hermano, pero después, cuando conocí a Melany, se me quitó la idea.
Pues me pasó lo mismo con Anna. Para mí, era como una hermana pequeña. Miré a la rubia, que observaba con cierto recelo el bote que le había dado la elfa. Parecía como si no le gustara aquel mejunje verde; lo entendía. No es que tuviera muy buena pinta.
—Debes bebértelo, Anna. No creo que debas pensarlo demasiado; eso te hará sentir mejor —dije con una sonrisa tranquilizadora. Anna siguió dándole vueltas al bote.
La elfa suspiró, como si estuviera perdiendo la poca paciencia que le quedaba. Sabía que debía morderse la lengua; Anna era la princesa y ella solo una elfa.
—Alteza, por favor, debe bebérselo. Si no, puede acarrear serios problemas, y al menos podemos solucionar una parte —dijo la elfa con respeto.
La rubia nos miró a ambas. Suspirando, quitó el tapón del frasco. Primero lo olió y luego, cerrando los ojos, se lo bebió de un trago, haciendo que finalmente me tranquilizara. Llevábamos dos días en los que la enfermera no paraba de darle frascos y ella los rechazaba, hasta ahora. Al menos se agradecía algo bueno.
—¿Asia? —noté la mano cálida de Anna. Al menos ya no estaba fría como cuando se cayó en mis brazos.
—No sé si debería decírtelo. La verdad es que lo he oído, pero no estoy segura. Aunque, al parecer, los rumores en este sitio se extienden como la pólvora —me mordí el labio.
Solo esperaba que no pensara que estaba loca.
—Bueno, lo que quiero decir es que, según he oído, la reina Acua va a venir al internado —dije con un poco de nerviosismo. Anna abrió los ojos como platos y de repente, soltó un grito de entusiasmo, como si aquella noticia fuera la mejor que hubiera recibido.
Cogiéndome por los hombros, me giró para que mirara esos grandes ojos grisáceos que brillaban con entusiasmo. Fue entonces cuando me dijo:
—¡¿Acua va a venir?! —parpadeé. Al parecer, se llevaban estupendamente.
—Sí, o eso he oído —dije, poco convencida. Ella empezó a dar pequeños saltos que hicieron que sonriera.
De golpe, la puerta se abrió. Me quedé perpleja al ver a un chico que entraba en la sala como si fuera suya. De cabello oscuro y ojos rojos, miraba a Anna con algo que no supe identificar. La sonrisa de Anna se borró de golpe.
Observando con más detenimiento, noté que el chico era mayor que Anna. Tenía un cuerpo normal, de esos que no impresionan, pero se notaba que hacía algo de ejercicio.
Sus labios eran carnosos, de un color rojo intenso. Cuando esbozó una sonrisa, grité, joder, si grité. Delante de mí había un vampiro.
Pude ver sus colmillos, blancos y afilados. Mi cuerpo se quedó paralizado, el nerviosismo aumentó y sentí que me costaba respirar. Entonces, vi que Anna se colocó delante de mí. Había cierta dificultad en sus movimientos y aquel gesto solo hizo que me estremeciera nuevamente. Ese vampiro no era trigo limpio. La actitud de Anna me pilló desprevenida.
Miré al chico que había hecho acto de presencia. Con su llegada, me quedé inmóvil. Mi cabeza se movía simultáneamente, observando a ambos. Había cierta tensión entre esas dos personas.
Podía percibir el aura de poder que desprendía el vampiro y el miedo en Anna. Eso hizo que frunciera el ceño. Quien fuera, no estaba dispuesta a dejar que se acercara a Anna, y menos en las circunstancias en las que se encontraba.
—Vaya, mi querida Anna, veo que estás bien.
—Sí, siento no habértelo dicho. No quería preocuparte —veía que estaba intentando mantener la calma. Percibí nerviosismo en el cuerpo de la rubia.
La sonrisa del vampiro se ensanchó. De golpe, me puse más inquieta. La tensión iba en aumento a medida que pasaba el tiempo.
—Anna, ¿lo conoces? —pregunté en voz baja.
No apartó la mirada de él. Observé cómo ambos se estaban diciendo mil cosas solo con la mirada. Eso logró que comenzara a removerme, incómoda, mirando a todos lados, sin saber qué hacer o decir. Contemplé la idea de irme, dejarlos a solas, pero mi intuición me decía que me tenía que quedar aquí, que aquel chico era peligroso para Anna.
—Sí, es... —el vampiro la cortó, haciendo que Anna se callara de inmediato. No me gustó en absoluto.