Estaba sentada en mi cama, observando horrorizada cómo Fire apretaba un corsé en el cuerpo de Anna. La mueca de dolor en el rostro de Anna era evidente. Mordía sus labios, intentando acallar el sufrimiento. Aquel artilugio debía cortar la respiración.
Sin embargo, debo admitir que era bonito. Era de un color azul turquesa con dibujos de pájaros; algunos alzando el vuelo y otros posados en una rama dorada. No tenía mangas y apenas cubría los pequeños pechos de Anna. Su cabello rubio estaba ondulado y adornado con una tiara plateada de hermosas piedras azules eléctricas. Miré cómo la pelirroja le colocaba un cancán blanco, tan puro que me recordaba a las alas de un pájaro. Suspirando, Fire le colocó una tela azulada de volantes, con distintos tonos de azul y pequeñas piedras doradas que formaban pájaros. Era espectacular. Por la parte de atrás, la tela se arrastraba un poco, dándole ese aire mágico tan característico de este mundo. Anna se giró y le dedicó una sonrisa de agradecimiento a Fire, seguido de un pequeño abrazo.
—¿Te ayudo, Fire? —preguntó Anna curiosa. La pelirroja dudó, pero al final asintió.
—Sí, la verdad es que no me gusta ponerme los corsés; me parecen un método de tortura.
No me cabía la menor duda de que debían estar sufriendo tanto sus pulmones como su espalda. Fire se colocó en la plataforma improvisada por las dos chicas. Se despojó de la ropa y le tendió el corsé, que era una verdadera herramienta de tortura. La pelirroja alzó las manos, permitiendo que Anna le colocara la prenda. Era de un rojo intenso, con toques naranjas que formaban sutiles llamaradas, visibles solo si te fijabas con detenimiento. A diferencia de Anna, la rubia le colocó una tela negra ajustada al cuerpo de Fire.
Las mangas del corsé cubrían completamente sus brazos, quedando como una segunda piel. Su cabello rojo como el fuego estaba decorado con pequeñas cuentas blancas distribuidas por los mechones. En su cuello lucía un collar con la figura de un dragón abrazando un corazón. Inmediatamente, Anna le puso una tiara dorada con piedras rubí que contrastaban con sus ojos verdes.
—Perfecta —dijo Anna riéndose.
Ambas tenían estilos diferentes, pero emanaban un aire de realeza tan propio de ellas. Sus zapatos no se veían, pero aun así, tenían un aspecto perfecto, mágico y elegante. Iban a dejar a todos los invitados hipnotizados con su presencia.
—Asia, ¿aún no te has preparado? —dijo Anna, mirándome con asombro en sus ojos grisáceos.
La verdad es que no quería ir. Había pensado en irme a la biblioteca a investigar dónde estaban los portales. Planeaba poner una excusa absurda, como que me encontraba mal, o la típica: "No tengo ropa adecuada para este evento".
Dudaba que la ropa tan humana que tenía fuera del agrado de los seres de este mundo.
—No puedo ir. No me encuentro bien y, además, no tengo ropa adecuada para la fiesta. Con mi ropa tan humana, dudo que sea aceptada. Posiblemente me quemarían viva o me dejarían desnuda delante de todos. Sinceramente, no es algo que desee experimentar.
Se miraron entre ellas. Suspirando, empezaron a buscar en el armario de Anna, haciéndome observarlas perpleja. Sacaron varios corsés, lo que me hizo abrir los ojos horrorizada. No pensaba ponerme eso; me negaba. Antes preferiría ir desnuda que quedarme sin respiración.
Me miraron esperando mi aprobación, pero negué con la cabeza, lo que provocó que ellas esbozaran sonrisas maliciosas que me dejaron estática en mi cama.
Zorelix abrió el ojo izquierdo, bostezó, se desperezó y nos miró a las tres, ladeando la cabeza.
—Os recuerdo que Asia es solo una híbrida. Es mitad humana, mitad hada, supuestamente. Lo que implica que ella no puede llevar corsé y menos los vuestros. La gente sospecharía.
Asintieron, estando de acuerdo con la respuesta de Zorelix. Una idea cruzó mi mente. Me maldije, pero algo me decía que tenía que ir si no quería problemas con los del internado. Abrí mi armario, rebusqué y vi la caja con el lazo rojo que me regaló mi tía en su momento.
Recuerdo cuando me lo regaló, fue cuando cumplí quince años y me gustaban los vestidos que mi tía solía usar. El vestido me lo hizo mi tía Afora a mano. Cuando se me antojó uno que vi en una película de estilo medieval y fantasía, ella compró lo necesario para poder hacerme el vestido. Estuve muy ilusionada con aquel regalo.
La estética encajaba con este lugar y seguramente eran vestidos que solían llevar las hadas.
—Algo me dice que tengo que ir, ¿verdad? —ellas asintieron: —Si no vas, sería una ofensa hacia la reina y quizás te castigue por esa osadía —dijo Fire con cierta pena.
Asentí. Saqué el vestido y se lo mostré. Observé cómo Fire y Anna abrieron los ojos y se llevaron las manos a la boca, impresionadas por la tela que tenía en las manos. Era bastante bonito. Me lo puse una vez para una fiesta de disfraces. Era de elfa.
Me acuerdo de los silbidos de mis amigos y los halagos de Melany diciendo que con ese vestido me daba un aire muy mágico.
—Es precioso —Anna se acercó y pasó las manos por la tela blanca.
Era bonito. De color blanco, con mangas caídas que se abrían dejando al descubierto los hombros, y se ajustaba a mi cadera. Llegaba hasta el suelo, haciendo como una cascada. Medité si ponérmelo; la verdad, aunque la idea de ir a la fiesta no me gustaba, después de lo que me habían dicho Anna y Fire, sí o sí tenía que ir. Resignada, me despojé de mi pijama de algodón y me coloqué el vestido.