Había que admitir que las hadas tenían ritmo. No paré de bailar con ellas en todo el dichoso baile, bajo la atenta mirada de Acua, que me observaba como si fuera algo extraño. No la culpaba. Parte de mi aspecto no se asemejaba en absoluto al de las encantadoras hadas que revoloteaban a mi alrededor. Ni siquiera olía como ellas, con esa mezcla de flores silvestres y menta que me embriagaba.
Stela y yo bailábamos y saltábamos. Pero toda esa alegría se esfumó cuando oí un sonido detrás de mí. A mis espaldas estaba Acua, plantada delante de mí con una sonrisa amistosa que me relajó al instante.
Fire no le quitaba los ojos de encima. Estaba pendiente de ella, de sus movimientos. Sujetaba un vaso azulado con un líquido verdoso que no tenía pinta de ser muy apetitoso y, al ver el humo que salía del recipiente, mis sospechas se confirmaron.
Enseguida las hadas se inclinaron ante ella. Al verlas, supe que debía hacer lo mismo, por eso hice el amago de inclinarme. Sentí la cálida mano de Acua en mi hombro. Se acercó a mí y pude sentir su aliento en mi oreja. Los presentes contuvieron la respiración, incluso yo. No sabía qué hacer en esos momentos.
—Las reinas no se inclinan ante otras reinas —susurró.
Me puse pálida. Acua me miró con el ceño fruncido y examinó al grupo de gente que estaba a mi alrededor. En esos instantes añoré a mi tía; ella no estaba allí para salvarme de lo que estaba a punto de pasar. Sabía que debía enfrentarme a mis problemas. Supuestamente también era gobernante de un reino, inexistente, pero al fin de cuentas, un reino.
—Lo siento, pero creo que te has confundido —dije con voz temblorosa.
Ella asintió lentamente.
—Puede ser. Aunque hay que decir que en esto no me puedo confundir —dijo seriamente, mirando a las hadas que estaban a mi alrededor. Todas ellas dieron un paso atrás ante la mirada penetrante de Acua.
—Perdona mi intromisión, quería pedirte algo.
—¿Qué cosa? —pregunté a la defensiva, temerosa de que mi cabeza acabase en una guillotina. Debía controlar más mi imaginación porque en estas situaciones no me estaba ayudando.
—Tranquila, no es nada muy grande, aunque puede que sí —dijo, apartando la mirada. Se ruborizó un poco, pero enseguida se recompuso. Sus ojos azulados encontraron los míos.
—Un baile. Quiero bailar contigo.
Me quedé sin aire. Dudé de que fuera buena idea. Las miradas cargadas de odio que me lanzaron hicieron que me replanteara si aceptar o no.
Titubeé nuevamente. No es que no quisiera, es que me daba miedo. Tuve que usar mi fuerza de voluntad. Esbozando una de mis sonrisas más falsas, musité:
—Claro, por supuesto, ¿cómo me puedo negar ante una reina?
Acua se ruborizó aún más. Mis palabras le habían afectado. Me reí por lo bajo, rezando para que nadie me oyera. Enseguida noté las manos cálidas de Acua sobre las mías. Mi respiración se paró por unos segundos.
Percibí como alguien me estaba observando. Con nerviosismo empecé a mirar a todos lados. Localicé a alguien que estaba en la sombra. No lo pude ver bien, solo como una mancha borrosa. Ceñuda, me acerqué al oído de Acua y le dije:
—Hay alguien aquí —dije con un tono que denotaba mi temor.
Acua miró a todos lados. Sus ojos azulados se posaron en una de las columnas y luego me miraron a mí. Asintió, y me di cuenta de que ella también había notado la presencia de un extraño.
—No te muevas, quédate a mi lado, avisaré a los demás —dijo con un tono autoritario, propio de una reina.
Me quedé como me había indicado, examinando todos los rincones del lugar. Estaba en el centro, siendo el objetivo de todas las miradas.
Aston, que estaba con un grupo de personas de características similares, se disculpó con ellos y se aproximó hacia mí. Quise irme. Si había alguien que no soportaba, era él. Nuestras primeras interacciones no habían sido precisamente amistosas.
—Hey —me cogió del brazo, haciendo que me girara hacia él.
—¿Tienes problemas con agarrar a la gente del brazo? ¿O es una manía de lobos que desconozco? —le dije seria. Él puso los ojos en blanco.
—Puede ser. ¿Qué haces con la reina? —preguntó, pegándome hacia él.
Las miradas de los invitados se dirigieron hacia nosotros. Intenté moverme, pero Aston me tenía inmovilizada.
—Pues me ha pedido que baile y le he dicho que sí. ¿Cuál es el problema? —pregunté irritada.
—Ninguno. No me malinterpretes, pero estás en boca de todos y no creo que sea buena idea bailar con una de las grandes reinas, aunque lo seas tú también —me recriminó. Eso me cabreó.
—¿Pero qué te pasa conmigo? Explícame, porque no comprendo tu actitud —grité en un susurro. Él gruñó.
—No tienes que entender nada.
Exasperada, intenté tranquilizarme. Respiré varias veces, conté hasta diez, recordé todos los métodos que me había enseñado mi tía. Tenía que controlar mis emociones, y más cuando la tierra podía sacudirse de un momento a otro. Eso haría que las personas empezaran a hacerse preguntas.
—Mira, Aston, empecemos bien. Vamos a intentar llevarnos bien. Al parecer, el destino se empeña en que nos veamos continuamente —dije, esbozando mi mejor sonrisa.
Aston me miraba como si me hubiera salido una segunda cabeza. Mi mirada iba de él a la zona donde ya no estaba la sombra. Nerviosa, lo tomé del brazo y lo acerqué hacia mí. El lobo me miró atónito por lo que estaba haciendo. Cuando lo toqué, una electricidad recorrió mi cuerpo. Sentí cómo me calentaba, como si reclamara el calor de Aston. Mi mente quedó en blanco y solo podía quedarme allí, parada, impregnándome del olor de ese detestable lobo. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba reaccionando así?