Los movimientos de Yulen eran impecables. Se movía con una gracia magistral. Con su espada en la mano, se enzarzó en una pelea. Conté a las personas que estaban a nuestro alrededor: eran seis, y Yulen solo era uno. Eso hizo que me pusiera nerviosa. Las ganas que tenía de salir del amarre eran inmensas. Quería ayudarle, quería demostrar que se habían equivocado de personas. Pero la cuerda se apretaba cada vez que me movía o intentaba salir.
Zorelix, en un intento nefasto, intentó romper las cuerdas con los dientes, pero sin resultado aparente. Vi que una de las personas del grupo iba a atacar a Yulen por detrás. De inmediato, grité, haciendo que Yulen se percatara de lo que estaba diciendo. La persona que estaba detrás de él salió por los aires de una patada en el vientre que Yulen le había dado.
Eran unos cobardes. Iban en grupos y Yulen solo era uno. Eso hizo que la ira se apoderara de mí. No quería que nadie saliera herido, no comprendía lo que estaba pasando. Empecé a moverme nuevamente, quería deshacerme de este agarre, pero nada, solo logré hacerme daño.
—¡Yulen, cuidado! —grité. Él se giró. Dio un salto por encima de las personas y le dio un golpe en un punto clave que hizo que cayera inconsciente al suelo: —A descansar —declaró él y siguió con su lucha.
Ya quedaban cinco, pero aún seguían siendo muchos. Pensé en lo que podía hacer. Se trataba de un objeto creado por los dioses y seguramente una mitad humana no podía hacer nada. Entonces caí en la idea de la unión de los elementos. Cerré los ojos. Miré en mi interior, y enseguida vi cuatro bolas de energía que brillaban con fulgor.
Eran de distintos colores. Había uno rojo y enseguida supe que se trataba de Fire. La segunda bola era de un intenso azul eléctrico; se trataba de la conexión de Acua. La tercera era de color violeta; sonreí, era Anna, era la que brillaba con más fuerza, quizás por el vínculo más profundo que teníamos las dos.
La última era de un color blanco, esa era la de Yulen. Brillaba con fuerza, posiblemente porque estaba usando su poder. De inmediato, toqué las tres bolas de Anna, Acua y Fire y sin más les dejé un escueto mensaje:
“Ayuda, peligro”.
Recé para que me hubieran oído, recé para que vinieran lo antes posible. Me sentía impotente. Toda la alegría de antes se había esfumado. Pensé que, con lo que había aprendido, podía hacer algo, pero no. Me había confundido, aún me quedaba mucho y era lo que más me fastidiaba.
Quería ayudar, quería ser útil, quería que supieran que, a pesar de ser medio humana, podía hacer frente a las adversidades que se pusieran delante de mí. Esa idea se desvaneció, y la desilusión me consumió. Solo había hecho falta una estúpida cuerda para retenerme, para impedir que hiciera algo.
—En fin, ¿desde cuándo un príncipe se ensucia las manos con sangre de los plebeyos? Aunque hay que decir que desestresa un poco. Cuando salgas de esa cuerda, pruébalo, ya verás cómo te sientes más aliviada —me sonrió. Le miré un poco aturdida y de manera inconsciente miré las cuerdas: —Bueno, tú no te preocupes, Asia, disfruta del espectáculo, deja que el villano salve a la princesa —se rió de su propia broma.
Me parecía surrealista, ¿cómo podía mantener una actitud tan humorística? Yo quizás estaría subiéndome por las paredes, pendiente de los movimientos de mis contrincantes, pero él, además de aparecer, podía hacer dos cosas a la vez: vacilar a los enemigos y anticipar sus movimientos. Era increíble. Se notaba que había pasado horas y horas de entrenamiento, por su agilidad y por su increíble manejo de la espada. Vi que sus brazos estaban llenos de heridas, y eso hizo que hiciera una mueca de dolor. Sin duda, esas marcas debían haber dolido en su momento.
Miré la escena. Noté cómo estaba sudando, mi corazón latiendo y la adrenalina saliendo de mi cuerpo. Yulen tenía controlada la situación, pero en una batalla no se podía saber el resultado hasta el final. Eso hizo que me impacientara, deseaba ayudar, pero no podía.
Cerré los ojos, busqué a Holden en mi interior. Tenía mis poderes dormidos, pero podía comunicar con él y con mis amigas. Enseguida lo vi, estaba parado, mirando todo desde mis ojos. Él no me veía a mí, solo notaba mi presencia. Todo estaba oscuro. No había nada de luz. Era algo espeluznante, pero quería, mejor dicho, deseaba que él me pudiera decir qué hacer, cómo salir de mis ataduras.
"—Holden, necesito que me digas cómo salir de ese amarre."
Sus ojos amarillos se posaron en mí. Él no veía nada, solo notaba mi energía, solo notaba que había alguien a su alrededor.
"—No lo sé, Gaia. Los objetos de los dioses son difíciles de destruir, solo pueden ser destruidos por otros dioses."
Eso no me gustó en absoluto. No quería esa respuesta, deseaba otra, quería que me dijera que había solución y solo hizo que me apenara más.
De nuevo ese sentimiento de ser inútil y esa sensación de impotencia. Era algo asqueroso, frustrante y difícil de sobrellevar.
Volví a ser yo. Era extraño que me refiriera de ese modo. Aún estaba asimilando todo lo que me estaba pasando.
Era bastante difícil de digerir mi origen. En esos instantes, un impulso de curiosidad se apoderó de mí. Quería saber más, quería saber cuáles eran mis raíces, cómo era mi familia. Sabía que no era la mejor situación para pensar en eso, pero era lo único que podía hacer, meditar y reflexionar mientras Yulen se encargaba de los enemigos.