Nunca me había imaginado que me vería envuelta en esto, en que estaría cogiendo armas para ir a ver a una vidente renegada que se había revelado con sus congéneres. Era tan extraño en que, tan poco tiempo, mi vida hubiera cambiado tanto; era abrumador. Mis compañeros parecían bastante desenvueltos en ese sentido, incluso Anna, miraba con determinación las armas que tenía escondidas en su mesilla, algo que nunca me había percatado hasta que no la había visto rebuscar en su mesilla y sacar un cuchillo curvado.
Examinó el filo como si fuera una experta, pasó el dedo con cuidado por el frío filo del arma. Un escalofrío se apoderó de mí. No me acostumbraba a la idea de que mis amigos habían sido entrenados en el arte de la lucha, seguramente desde pequeños. Anna guardó sus armas en una especie de forja de cuero blanco, algo bastante intrigante. En aquella forja había un símbolo. Enseguida identifiqué que era el símbolo del reino de Anna. No guardó todas las armas. Dejó una en mi mesilla. Incrédula, la miré sin comprender por qué la había dejado allí.
—Eso es para que te defiendas —sonrojó y su mirada fue dirigida hacia otro lado—. No llevas ninguna arma, es normal; supongo que en el mundo de los humanos no es habitual ir andando con un arma encima —se rió. Asentí, razón no le faltaba.
Examiné la especie de daga. Era pequeña y apenas pesaba, pero su filo era afilado, de esos que sabes que cortaría la piel como si nada. Tenía un diseño curioso. Una especie de letras que no entendía, pero que hacía que el arma se viera más bonita.
La analicé con más determinación, con la absurda idea de que, quizás, solo quizás pudiera entender algo.
—Es el lenguaje de mi reino —me giré de manera brusca. Alcé la ceja esperando a que me dijera más, como no añadió nada le pregunté—: ¿Qué idioma es ese? Estaba muy intrigada. Anna hablaba poco de ella misma y de las cosas de su reino.
—No tiene un nombre como tal. Es algo que sé desde que nací. Mi madre me lo enseñó. Dice que se llama Lug. Es un idioma que aprenden los grifos desde que nacen —dijo con una sonrisa.
—¿Tu madre es una grifo? —pregunté con los ojos abiertos—: Sí, ella es una cambiaformas. Cambia a Grifo. Nos enseñó ese idioma porque así nos podíamos comunicar con nuestros familiares. Todos los reinos tienen sus propias lenguas y todas las cortes también. La verdad es que algunas son más difíciles de aprender. Me sé la tuya, la de Acua, Yulen y de Fire. Mi padre me dijo que debía aprenderme las más importantes —eso incrementó más mi curiosidad—: ¿Cómo se llaman las lenguas de las demás? —esa pregunta hizo que a Anna le brillaran los ojos.
—La tuya se llama Land, la de Fire es Draak, la de Acua Golwe, y la de Yulen Liefde.
—¿Sabes alguna frase en mi idioma? —pregunté con cierta curiosidad—. Sí, hay una que solía decir Nilsa, o sea, tu madre. Se lo decía a mi madre —dijo agachando la cabeza.
Noté cómo el corazón se me encogía un poco. No conocía a mi madre, pero la idea de que la madre de Anna sí la conociera me creaba cierta curiosidad, algo que no podía explicar.
—¿Cuál? —la voz me salió un poco atropellada. Tuve que toser para que no se notara mucho—: “Deur my swaard, deur my lewe, sal ek jou beskerm”. Significa: “Con mi espada, con mi vida te protegeré”. Es un juramento que se hicieron la una con la otra... mi madre adoraba a la tuya...eran hermanas...su muerte le afectó mucho, bueno a ella, y a la madre de Fire, de Acua y de Yulen. Iban todas juntas, eran inseparables —dijo con pena en su voz. Eso me intrigó aún más.
No me extrañaba que la madre de Yulen me hubiera soltado aquel comentario. Quizás se había quedado impactada porque mi aspecto era bastante similar al de mi madre o eso me habían dicho. Ahora tenía curiosidad sobre cómo era, cómo pensaba, cómo actuaba como reina. Todos habían alabado su reinado, y eso era algo que me preocupaba. Yo no sabía si podía llegar a ese nivel, si podía al final encajar con todo esto. Sabía que si al final sobrevivía a esto, no sabía si podía reinar un reino; quizás no sería aceptada por este mundo.
—Bueno, ¿ya estás lista? —preguntó colocándose la forja con una sonrisa. Asentí dudosa.
Iba ataviada con un vestido blanco de vuelos. Tenía pájaros bordados con hilos de color azulados.
Aquel vestido dejaba al descubierto sus hombros. Pude divisar una marca de tres pájaros en su hombro. Era una tinta extraña, dorada. Me llamó la atención. Enseguida, Anna se dio cuenta de que estaba mirando lo que supe que era un tatuaje.
—Es un amuleto de protección. Me lo hizo mi niñera cuando nací. Decía que así me podía proteger de todo lo malo... —se rió con cierta amargura—. En realidad no sirve para nada, pero bueno, a ella le hacía ilusión —se encogió de hombros. Aparté la mirada.
Asentí. La miré de nuevo y me di cuenta de las grandes diferencias que nos separaban. Mientras ella iba con ese vestido, yo iba con unos vaqueros negros ajustados y una camiseta de tirantes de color grisáceo. Mi cabello castaño estaba recogido en una trenza y mis cosas estaban guardadas en la mochila que usaba para el instituto.
Sin duda, mi aspecto gritaba: “humana al descubierto”. Salimos del cuarto. Las personas que estaban por los alrededores me miraban con cierto asco, como si mi aspecto les desagradara. Me daba igual; al final, mi ropa provenía del mundo humano, y si no les gustaba, que no miraran. Salimos del internado. Todos estaban esperando en la puerta. Mis ojos se hicieron más grandes al ver a Acua parada, mirándome con la boca abierta. Sus ojos brillaron con intensidad. Yulen estaba a su lado, observándola. Le dio un codazo en el brazo, haciendo que se girara. Con una sonrisa le dijo: —¿Quieres que te preste un pañuelo? Es que creo que estás babeando, reina.