La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 42 (EDITADO)

No sabía hacia dónde íbamos. La cueva estaba oscura, no había ningún atisbo de luz que iluminara el lúgubre lugar. Se oían nuestras pisadas, mezcladas con el repique de las gotas de agua que impactaban contra el suelo de piedra. El desconocido sabía a dónde ir, parecía que conocía el sitio, y eso hizo que me preguntara cuánto tiempo había vivido en este lugar. Tuve que acallar todas mis preguntas; la duda aún estaba en mi mente, pero preferí no abrir la boca, no cuando apenas lo conocía y no sabía qué quería hacer con nosotros.

Aston no se apartó en ningún momento de mí, estaba pegado y en alerta, como si estuviera esperando a que el desconocido hiciera algún movimiento. Nerviosa, empecé a mirar a todos lados. No había nada interesante, solo piedras y más piedras. Aunque era lógico, ya que estábamos en una cueva y dudaba que hubiera algo más que rocas. El desconocido se paró en seco, miró hacia atrás.

 De manera inconsciente, di un paso hacia atrás, mientras que Aston daba un paso hacia adelante. Vi que encorvó su cuerpo un poco, como si se fuera a lanzar de un momento a otro, pero el desconocido no le estaba mirando a él, sino a mí. No vi sus ojos en esa oscuridad, pero noté la intensidad de su mirada, como si no se pudiera creer lo que estaba viendo. Observé que apretó las manos con fuerza, oí cómo suspiraba, pero se mantuvo callado, como si no quisiera decir nada.

—¿Dónde vamos? —me atreví a preguntar. No quería dar un paso más sin saber a dónde íbamos.

Vi que el intruso se tensó. Sus ojos iban a todos lados, ladeó la cabeza. Percibí cómo pasaba sus manos por sus ojos. Podía jurar que se estaba secando una lágrima.

—No puede ser... estás viva... —masculló muy bajo, con la intención de que nadie le oyese, cosa que falló, ya que yo le había escuchado perfectamente.

—¿Por qué no iba a estar viva? —dijo Aston mostrándole los dientes. Le coloqué una mano en el pecho para calmarlo.

El desconocido no dijo nada. Se dio la vuelta. Sus manos se pararon en una piedra que sobresalía de manera intencionada. Pulsándola, una puerta se abrió y de golpe una luz cegadora se apoderó de nuestros ojos, haciendo que tuviera que cerrarlos. Parpadeando, le miré de nuevo, nos hizo una señal con las manos para que le siguiéramos al interior de la puerta.

Miré a Aston. Él me cogió de la mano, y la electricidad se apoderó de todo mi cuerpo, de nuevo esa sensación tan agradable y aterradora. Le miré por unos segundos, me permití eso, solo unos segundos. No sé por qué, desde que nos besamos, necesito su toque como necesito el aire para respirar.

 Era algo que no podía explicar, solo sentir. Era una sensación sofocante, pero sabía que eso solo era el efecto del vínculo que ambos teníamos, sí, tenía que ser eso. Seguimos al hombre por los túneles de aquella cueva.

Me imaginé que este sitio estaba lleno de secretos; quizás había una historia detrás de este lugar. Fantaseé con que este sitio era un lugar donde la gente se escapaba, quizás para salvarse de las guerras que había a lo largo de la historia de Cagmel. Quizás en este lugar habían encerrado a los traidores o lo habían utilizado para guardar rehenes o, por lo contrario, quizás lo habían usado como asilo para meter a las personas heridas.

En todo caso, era la sensación que me daba esta cueva, estos túneles. El hombre se paró de nuevo en una pared, nos miró, asegurándose de que estábamos con él. Yo me puse tensa, notaba la intensidad de su mirada sobre mí. Eso hizo que frunciera el ceño; había algo que no entendía del desconocido, pero me daba la sensación de que lo conocía de algo. Me daba una sensación abrumadora, sobrecogedora, que no podía detallar, pero estaba ahí, dentro de mí.

El hombre pulsó de nuevo una piedra. Otra puerta se abrió y de repente, un olor a incienso se apoderó de mis fosas nasales. Miré de reojo a Aston, el cual había fruncido la nariz como si le molestara el olor, como si le disgustara. Posiblemente era que, por el simple hecho de ser un animal, tenía el olfato más sensible.

—¿Estás bien? —pregunté en tono de burla:—Es lo que odio de las videntes, su capacidad para usar olores inexplicables con el único propósito de espantar a las malas energías. ¿Qué se creen que son? ¿Brujas? —Rechinó. Me llevé una mano a la boca para no reír.

Ladeé la cabeza. No sabía qué pensar, no sabía mucho de este mundo y de las distintas razas; eran demasiadas y tenían características muy diferentes. A los únicos que podía entender era a los de mi especie y a los hombres lobos, y eso era porque estoy vinculada a uno.

—No seas como un cachorro —me atreví a bromear:—Te aseguro que no soy un cachorro. Cuando quieras te lo puedo demostrar —dijo guiñándome un ojo. Me estremecí. Mis mejillas se tiñeron de rojo.

De golpe, algo voló y casi le dio a Aston en la cabeza. El desconocido alzó las manos en señal de disculpa.

—Lo siento, se me fue —dijo con fingida inocencia:—Quizás a mí se me vaya la mano también o quizás los dientes. Tu yugular pide a gritos ser mordida —le amenazó Aston, le di un golpe en el brazo.

“—¿Quién se cree ese chucho para decirte eso? Te aseguro que si alguna vez salgo de ti, le desmembraré lentamente.”

Lo que faltaba, Holden con su actitud de abuelo protector. El desconocido alzó una ceja. —Mira, chucho, antes de que pudieras acercarte a mí, estarías en el suelo, así que no me desafíes que no sabes quién soy —masculló con una tranquilidad casi insólita.




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