El inframundo. Un nombre, una sola palabra que hacía que todo mi cuerpo se erizara. El inframundo, según había leído en los libros, era donde iban las almas de los muertos, donde Hades, el dios de ese lugar, se encargaba de custodiar a las almas, asegurándose de que ninguna se pudiera escapar. No me quería imaginar cómo sería ir a ese sitio; eso era algo que me aterraba, me aterraba demasiado.
Tenía pinta de no ser un sitio agradable. Quizás era peor que aquella neblina maligna que impregnaba este lugar. No lo sabía, pero debía ser consciente de que debía arriesgarme si quería salvarme. Mis ojos se fueron de inmediato a Aston, el cual se había quedado callado, con la mirada perdida, sin saber qué decir. Mis manos fueron a sus brazos, le di un apretón. Entonces sentí cómo el vínculo cobraba vida. Era un calor agradable, embriagador y único.
No podía describir lo que estaba sintiendo en esos momentos. Quizás la mejor explicación para eso sería: "es como estar en el cielo". Sí, así es como me sentía, como si flotara, entera, como si todas mis partes se hubieran fusionado en una.
—¿Puedo hacerles una pregunta? —La voz de la vidente estaba llena de intriga, haciendo que los dos nos miráramos, temerosos de lo que pudiera decir esos labios en forma de corazón. Asentí lentamente, con cautela. Siempre debía ser cuidadosa.
Anna me había dicho incontables veces que no debía hacer tratos ni darles mucha información a ningún ser de Cagmel, porque, según ella, había seres que podían hacer que te convirtieras en una esclava, y era lo peor que le podía pasar a alguien. Mis piernas empezaron a moverse con nerviosismo.
Temía lo que me pudiera decir. Aun en mi cabeza estaba asimilando que debía bajar al subsuelo y que iba a ver a un dios. Esto no podía ser real, debía ser una broma.
—¿Están vinculados? —preguntó con sumo cuidado. Los dos suspiramos, nuestras cabezas se movieron al unísono en un gesto de afirmación.
Oí cómo alguien golpeaba algo. Girándome, observé que el desconocido le había dado un puñetazo a la mesa de madera, haciendo que los frascos que estaban sobre ella se cayeran. Millones de cristales impactaron contra el suelo, creando un silencio absoluto entre los presentes.
—Relájate —le dijo lentamente. Este dijo algo por lo bajo, algo que no pude escuchar.
Me di cuenta de que el desconocido estaba tenso, como si lo que acababa de decir no le gustara en absoluto.
Holden estaba demasiado callado desde que habíamos pisado este sitio. En esos momentos necesitaba oír su voz, necesitaba oír a mi abuelo diciéndome que todo iba a salir bien, que no iba a pasar nada malo. El desconocido se giró de manera brusca, haciendo que me tensara. Suspirando, se quitó la capucha y me quedé impresionada al ver al hombre que tenía delante de mí.
Su cabello era de un rubio arena cortado en un estilo militar. Sus ojos eran... eran muy humanos, de un hermoso color azulado. Su piel era morena, cosa que me extrañó, ya que, en este sitio, parecía que no daba la luz del sol. Su cuerpo era atlético. Me di cuenta de que había una especie de tatuaje que tenía en el cuello. Curiosa, me iba a acercar, pero él rápidamente se colocó la capucha, en un intento por no mostrar lo que tenía marcado en la piel.
—¿Por qué has preguntado si estamos vinculados? —se apresuró a decir Aston después de la extraña situación que se estaba formando en la sala.
—Simple curiosidad. Si te soy sincera, quería saber hasta qué punto estáis jodidos, y hay que decir que hasta el fondo —dijo con una sonrisa de pena.
—Gracias por los ánimos —le gruñó Aston. Aparté la mirada. Ella se levantó de la mesa.
Empezó a rebuscar por los armarios y por todos los rincones de la sala. Me di cuenta de que no le había preguntado su nombre y una vergüenza me abrazó al percatarme de mis malos modales. Si estuviera allí mi tía, me hubiera dado un capón. La mujer siguió mirando por los armarios. El desconocido miraba al vacío. A él sí que le había preguntado su nombre, pero había evadido mi pregunta como si le quemara.
—Es muy fácil que los lobos se vinculen con elementales, más de lo que nos imaginamos. Es algo extraño pero hermoso a la vez. Se dice que los hombres lobos son los protectores de los elementales de la tierra. Sus poderes están vinculados de una manera extraordinaria. Pasa lo mismo con los kitsunes. Suelen ser razas que acompañan a los elementales de la tierra. Son familiares entrenados para canalizar la magia de los elementales de la tierra. Todos los reyes de Astra han tenido kitsunes, leales como ellos solos, y fuertes como veinte ejércitos. ¿Tú has encontrado a tu familiar? —preguntó mientras rebuscaba de nuevo en un armario que estaba un poco alejado de la sala.
—Sí —una sonrisa se apoderó de mí al recordar a mi Zorelix. Seguramente se enfadaría si se enterase de que había venido hasta aquí sin él:—Se llama Zorelix. Cuando lo conocí, lo quise de inmediato —la vidente se giró y me sonrió con cariño.
—El familiar de tu madre era la madre de ese pequeño zorro. Cuando tú estabas en su barriga, enseguida, ella ofreció a su futuro hijo para que fuera tu familiar... cuando tú naciste, nació Zorelix —dijo el desconocido, haciendo que me girara y lo mirase.
—¿Cómo sabes eso? —me atreví a preguntar. Era increíble que supiera todas esas cosas, y más una persona que no me había visto en su vida.
—Sé muchas cosas de ti, pero tú de mí no... —la pena, esa maldita pena en su voz, como si le doliese que no supiera quién era.
Eso no me gustó en absoluto, no me gustaba que un desconocido supiera más cosas de mí, más que yo misma. Quise decirle cómo era posible que supiera cosas de mí, que me diera una explicación, que me dijera cómo se llamaba, pero esas palabras se quedaron en el aire.
Vi la joya. Era de color negra, la pieza era hermosa. El objeto tenía forma de corazón, y se podían apreciar plantas de color blanco que lo decoraban.