La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 44 (EDITADO)

Me fui con una sensación amarga en la boca. Ni siquiera pensé en el bosque de la neblina maligna. Estaba sumida en mis pensamientos, reproduciendo como si fuera un cántico las palabras de Elfie. No sabía si me había dado una solución o me había incluido en un plan peor. Según me había dicho, Hades era un dios benévolo, pero yo no confiaba. Los dioses eran seres egoístas por naturaleza, dominantes y seguramente, como todos los de su raza, harían lo posible por hacer que nos sometiéramos a su voluntad.

Un escalofrío se apoderó de todo mi ser cuando caí en esa cruel verdad. No sabía lo que nos iba a esperar en el inframundo, ni siquiera sabía si saldríamos con vida de allí; en todo caso, debía afrontar las consecuencias y ser valiente, aunque tuviera ganas de correr a la corte de las hadas y refugiarme en los brazos de mi tía Afora. Mi tía Afora, cómo la añoraba, cómo la extrañaba; tanto, que sentía que me iba a derrumbar allí mismo.

Ella no sabía que Helios estaba despierto y, si lo sabía, posiblemente estaría igual que yo, quizás peor que yo. Seguramente estaría subiéndose por las paredes, buscando soluciones con todos los contactos que tenía. En todo caso, si le había llegado la noticia, estaría buscando desesperadamente una solución.

—¿Estás bien, Asia? —preguntó Aston cogiéndome de la mano, haciendo que lo mirara—. Bueno, sí, supongo. Tengo esperanzas de que Hades nos ayude, pero también estoy decaída porque me he acordado de mi tía —dije en un suspiro.

Egares se giró al oír el nombre de Afora. Vi que le brillaban los ojos, como si su nombre le diera alegría.

Yo lo miré ceñuda. Había algo en ese señor que me desconcertaba; parecía que me conocía más de lo que me había hecho creer. ¿Quién era? ¿Cómo conocía a todas las personas que me rodeaban? ¿Sabría quién es mi padre? ¿Me contaría cosas de mi madre? Tuve la tentación de preguntarle, pero me guardé todas esas preguntas para después, para cuando acabara todo lo que se estaba avecinando.

—¿No nos van a atacar? —pregunté curiosa, viendo que la niebla ya no era tan densa—. No, seguramente las brujas de magia blanca hayan detectado demasiada energía negativa y hayan hecho un conjuro para hacer que los malos espíritus que habitan en este lugar se reduzcan —dijo el hombre apartando de un manotazo una rama.

Di gracias porque ese árbol estuviera muerto, porque si no, estaría ahora mismo adolorida por el golpe que le había dado. No sé por qué, un enfado se apoderó de mí. Ahora que era más consciente de que la tierra estaba conectada a mí, no me gustaba que las personas osaran tocarla de ese modo, que la aplastaran, que la destruyera.

Si bien es cierto que aquí mis poderes eran escasos, me quedaba un poco. Moviendo las manos, hice que las ramas se aproximaran a sus piernas y lo cogieran, haciendo que Aston se riera a mi lado, aunque yo no lo veía divertido.

—¡¿Qué haces, Gaia?!

Vale, eso sí que no me lo esperaba. Sabía mi nombre verdadero, no era un secreto, pero nadie me llamaba así, solo mi abuelo, y eso me enfureció aún más. Estaba perdiendo la cabeza, lo sabía, pero no lo podía evitar. El misterio que envolvía al desconocido me molestaba y mucho.

—Para ti, Asia, nadie me llama así, nadie, solo mi abuelo —mascullé. Él se quedó un momento paralizado, como si le costara asimilar lo que había dicho, y me maldije por haber confesado lo de mi abuelo. Me maldije muy en el fondo dentro de mí.

Solté al hombre y le miré furiosa. Quizás estaba pagando mi frustración con ese desconocido.

—¿Tu abuelo? ¿Holden? —eso me enfureció más. Que dijera su nombre tan a la ligera me molestó.

—Para ti, rey, no Holden... sucio humano —repetí las palabras de mi abuelo, y me di un golpe mental por haber sido tan hipócrita; al final, yo era mitad humana.

Pero para mi sorpresa, Egares empezó a reír con fuerza, tan fuerte que empezó a cogerse la barriga ante las carcajadas que salían de su boca.

—Hablas como él. Eres digna nieta de Holden.

—¿Seguro que nos podemos fiar de él? He visto a sátiros más cuerdos que él —me dijo Aston en un susurro, haciendo que su aliento rozara mi oído y que mi piel se estremeciera.

 Aston no pasó desapercibido cómo mi cuerpo respondía ante su presencia. Sus ojos lobunos brillaban con intensidad, con deseo, y eso hizo que empeorara aún más la sensación que me había producido el escaso roce de Aston.

 —No sé, pero si no es de fiar, te doy permiso para que juegues con sus huesos. Una sonora carcajada salió de la boca de Aston. El desconocido iba delante de nosotros, por lo que no escuchaba la conversación que estábamos teniendo.

—Prefiero jugar con otras cosas... —me miró de arriba abajo, de nuevo calor.

"—Dile a ese chucho que pare de decirte eso o juro por tu madre, Gaia, que saldré y lo destriparé"

"—Abuelo..."

"—Ni abuelo, ni ostias, Gaia. Juro que si pudiera te metería a sacerdotisa."

Rodeé los ojos. Entonces, debía aprovechar que estaba hablando, debía preguntarle, si no, me quedaría con la duda.

 "—Abuelo, ¿conoces a Egares?"




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