No sé cuánto tiempo tardamos en llegar al internado. Egares tuvo que ocultarse en uno de los matorrales que estaban cerca de la puerta principal del internado, a petición de Fire, quien le sugirió que al director del centro no le gustaba que entraran desconocidos, ya que podían ser una amenaza para todos sus alumnos. Entendía el punto de vista del director; era comprensible que quisiera tener vigilancia en todo momento, especialmente en un lugar como Alderic, donde habitaban todo tipo de criaturas, cada una peor que la anterior.
Noté una presión en el pecho. Todavía estaba asimilando lo que nos esperaba. No podía creer que fuera a ver a un dios, y no a cualquier dios, sino a un dios que se llevaba las almas de los muertos a su reino. En ese momento, deseé ser lo suficientemente poderosa como para enfrentarnos a ellos sin necesidad de acudir a otro dios, poder mover las manos y arrancarle la cabeza a Helios.
Era la primera vez que odiaba a alguien con tanta intensidad, pero claro, un dios que mata por diversión era despreciable. Avanzamos con determinación. Los guardias que custodiaban la puerta se inclinaron al ver a Acua y a los demás; a mí solo me miraron con una mueca de desagrado, como si detestaran tener que mirarme.
Ya me había acostumbrado. Las miradas llenas de asco eran habituales, especialmente hacia aquellos que tenían una parte humana, diferente a la que ellos tenían. Al principio llegó a afectarme, pero ahora que estaba siendo amenazada por algo más poderoso, me daba igual cómo me miraran, un día se arrepentirían de ese gesto. Nos adentramos en el centro, donde los seres paseaban animadamente, otros con ganas de matar a alguien. Todo era normal, un día cualquiera en Alderic.
Mis amigos estaban callados; todos estábamos aún en proceso de asimilar lo del inframundo. Daba miedo, pero debíamos ser fuertes, porque si no, el dios Hades nos destruiría como si fuéramos hormigas.
Avanzamos por los pasillos hacia nuestras habitaciones, excepto Aston, que se fue con Dagdas a donde estaban sus cuartos. Dagdas no había dicho nada en todo el viaje; había sido una sombra, callado y silencioso. Sus ojos estaban pensativos, al igual que todos los presentes. Observé cómo su cabello rosado se alejaba de mi vista. Pensé en darle las gracias por habernos guiado hasta la vidente, pero se había ido tan apresuradamente que no me dio tiempo.
Entré en mi cuarto con Anna. Las dos estábamos sumidas en un silencio sepulcral; las dos sabíamos lo que se avecinaba y no queríamos hablar, porque posiblemente, ambas nos pondríamos a llorar. Anna empezó a guardar cosas en su mochila, y la imité. Era extraño ver la daga que descansaba cerca de mí; ni en mis peores pesadillas me hubiera imaginado tener que empuñar un arma de ese calibre.
Hubo una vez en que Yulen me entrenó y me preguntó si tenía las mismas habilidades que mi padre, las mismas habilidades que un guerrero. No, no tenía esas habilidades. Era torpe y apenas podía sujetar bien el arma. Debía entrenar más, luchar más, porque estaba segura de que esta no sería la primera ni la última amenaza a la que nos enfrentaríamos, de eso estaba segura.
—Anna, sabes que si no quieres venir... —no quería obligarla a venir. Era demasiado joven, y me atemorizaba lo que le pudiera hacer Hades.
Ella me miró. Sus ojos grises estaban llenos de ternura, de cariño. Anna era demasiado adorable para este mundo, un mundo lleno de monstruos y seres despreciables. Ella era la luz que alumbraba este sitio y que me hacía mantener la esperanza de que no todos los seres de este sitio eran malos.
—Asia, sé que lo haces por mi bien, pero, al igual que todos vosotros, soy princesa, futura reina. Quiero estar preparada para lo que pueda venir. Millones de amenazas vendrán en el futuro, yo lo sé, tú lo sabes, y no puedo estar siempre escondiéndome, no, porque si alguna vez llego a ser reina, quiero estar preparada para defender a mi pueblo con uñas, con dientes, incluso convocar a los siete vientos si es necesario —masculló eso último por lo bajo.
Eso hizo que me estremeciera. Había leído sobre los siete vientos. Eran los siete vientos que movían a los siete mares. Se cuenta que esos vientos tienen la capacidad de destruir una región y que solo los elementos del aire pueden controlarlo, pero, claro, Anna aún no controlaba sus poderes y esperaba que no usara eso nunca, porque las consecuencias podían ser horribles.
—Lo sé, Anna, sé que quieres ayudarnos, pero... —me cortó: —No hay peros que valgan, Asia, esto es la guerra, sí o sí, iba a tener que participar de una manera o de otra. Solo espero ver cómo Helios cae a nuestros pies —su voz sonaba triste.
Ya me había contado Anna en muchas ocasiones en las que nos habíamos quedado hasta el amanecer despiertas. Ella quería ser una reina distinta a su padre, quería ser alguien mejor, alguien que llevara a su reino a la gloria. No quería derramar la sangre de nadie. No quería tener las manos manchadas de sangre inocente como las tenía su padre.
No dije nada más, me callé. Sabía que era lo mejor. Empecé a guardar cosas, entre ellas comida. Sí, necesitábamos todo lo necesario para el viaje en el que estábamos a punto de aventurarnos.
—Por la salvación de Cagmel —masculló Anna, colocándose la mochila. —Por la salvación de Cagmel —dije con una sonrisa.
Las dos salimos del cuarto. Algo extraño estaba en el aire. Eso hizo que ralentizáramos el paso. No oí nada, ni siquiera el canto de las sirenas. Eso me alarmó.