La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 48 (EDITADO)

El castillo estaba a rebosar de personas que iban de un lado a otro. Podía ver a las pequeñas hadas revoloteando, algunas ordenando y otras riéndose. El suelo era de madera de color blanca y las paredes de un hermoso color verdoso que hacía que me quedara fascinada con la decoración. Había ventanas ovaladas decoradas con finas cortinas de tela dorada que hacían que se viera la estancia más elegante. Las puertas que daban a las salas eran del mismo material que el suelo, con la única diferencia es que cada puerta tenía diferentes dibujos; algunos parecían redactar historias y otras simplemente eran personas que, supuse, habían gobernado la corte de las hadas.

La ventana que estaba a mi izquierda daba a un hermoso jardín. Pude divisar un laberinto decorado con pequeñas rosas, y en medio de aquellos frondosos arbustos vi una fuente, y para mi sorpresa, el agua no era transparente, sino de un hermoso color rosado que hizo que me quedara hipnotizada.

—Esa es agua de hadas —oí la voz de alguien que procedía detrás de mí.

Girándome, me quedé quieta al ver a la hermosa mujer que estaba delante de mí. Tenía el cabello de color verdoso y sus ojos de un hermoso color marrón hacían que me quedara mirándola como si fuera una aparición. Su piel era tostada y se podía ver un vestido de color blanco, donde pude ver bordados de color azulado. La mujer tenía una corona, una corona hecha de flores que le daba un aspecto juvenil. A su lado, un pequeño niño de ojos rasgados y de cabello azulado me miraba con cierta curiosidad. Su piel era similar a la de la mujer que tenía delante y podía percibir algún que otro parecido entre ambos. Enseguida supe que se trataba de la reina de la corte de las hadas y de su hijo.

Me iba a inclinar, como lo habían hecho los demás; menos Acua, que se había mantenido quieta en su sitio, cuando alguien me cogió del brazo. Vi que se trataba de Aston, que, mirándome, negó con la cabeza. Fue entonces cuando recordé que las reinas no se debían arrodillar ante otras reinas, porque pertenecían al mismo nivel jerárquico. Pero para mi asombro, ella sí que se inclinó ante mí y ante Acua.

—Alteza, me honra que hayas venido a mi humilde palacio.

—No debes arrodillarte, usted es una reina, igual que yo —esta alzó un poco la cabeza y vi una sonrisa que me transmitió una tranquilidad aplastante.

—Sí, somos reinas, pero usted es la gran reina que gobierna las cortes de Astra, por lo tanto, le debo respeto... Se lo tenía a su madre, y se lo tengo que tener a usted.

No sabía qué decir. Me quedé paralizada; en esos instantes, me sentía como una niña pequeña siendo observada por todos los adultos, esperando a que cometiera un error para que me lo corrigieran. ¿Esto era ser reina? ¿Tener que ser perfecta? ¿No cometer errores? Quería pensar que no, que los monarcas podían cometer errores como hacía todo el mundo, pero claro, las personas tendemos a ser juiciosas por naturaleza; eso no iba a cambiar.

—¿Qué es el agua de las hadas? —Quise cambiar de tema.

Me estaba sintiendo incómoda con todo lo que habíamos hablado. No me sentía a gusto que la gente se percatara de quién era. No sabía cómo lo sabían, quizás las cortes de alrededor de Astra sí que sabían quién era y a qué familia pertenecía. Me parecía curioso que los demás seres no se hubieran percatado de mí, de mi poder o de mi aspecto. Muchos me habían confundido con mi madre, como si fuera una copia exacta de ella.

No tengo la suerte de poder ver una foto de ella, de saber cómo es, de saber cómo se comportaba. Sabía que le llamaban el corazón de Cagmel. ¿Por qué? Esa duda solo me la podían resolver mi abuelo o mi padre, pero dado que uno está dentro de mí y el otro posiblemente estuviera muerto, las dudas estaban aún en mi cabeza, dudas que a veces gobernaban mis pensamientos.

 Quería saber más de mis orígenes, quería saber si mis padres se habían querido, si habían deseado tener una niña. Eran preguntas totalmente lógicas dadas las circunstancias en las que estaba. No sabía con certeza si alguna vez se resolverían, esperaba que sí, que después de todo este lío, pudiera sentarme y hablar tranquilamente con mi abuelo de todo eso.

—El agua de las hadas es más conocida como la fuente de la belleza —dijo la reina acercándose a mi lado.

Mis amigos no dijeron nada; seguramente ellos sabían de qué se trataba, era lógico, ya que ellos habían vivido toda su vida aquí. La reina nos hizo un gesto con la cabeza, posiblemente para que la siguiéramos.

 Asintiendo, todos nos empezamos a mover. Mis pasos eran bastante torpes; intentaba mantener la cabeza en alto, como estaban haciendo los demás, pero una parte de mí quería apartar la mirada. Sentía todas las miradas puestas en mí. Todas las hadas del castillo me miraban como si hubieran visto un fantasma; otras se ponían de rodillas y lloraban. Estaba a punto de preguntar qué pasaba, pero al parecer, el hada me leyó la mente.

—Eres tan igual que ella que el verte produce dolor. Eres como un recuerdo de que ella ya no está con nosotros... ¿sabes qué? A veces añoro a tu madre, muchísimo. La quería como si fuera una hermana. Una reina de los pies a la cabeza... y a tu abuelo, dios, tu abuelo, era como un padre para todos nosotros, un digno rey. Y tu padre, un gran guerrero que nos salvó de muchas batallas. Le debemos mucho a tu familia, Gaia... —la corté suavemente: —Por favor, llámame Asia. El único que me llama de ese modo es... —me corté, no podía decirle que mi abuelo estaba vivo: —La única persona que me llama de ese modo es mi tía Afora —mentí.




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