La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 50 (EDITADO)

La noche había llegado y con ella lo que conllevaba. Llevaba un buen rato mirándome en el espejo, observando mi ropa tan humana y tan simple. Con este aspecto sabía que no me iban a tomar en serio, me verían como una simple humana con aires de grandeza. Eso hizo que una punzada de dolor se apoderara de mí. No quería hablar delante de nadie, no quería que supieran que no estábamos muertos, que mi familia aún tenía miembros vivos.

Sopesé la idea de contar que Holden no estaba muerto, que estaba vivo, que convivía dentro de mí. Seguramente no me creerían, pues a los ojos de estos seres solo soy una híbrida, ni siquiera que soy elemental, no, para ellos sigo siendo humana. Aunque la parte de elemental fuera la más evidente y la más poderosa. Suspirando, me senté en la cama. Aston se había ido con Yulen, ¿a dónde? No lo sabía, pero agradecía estar sola, pensar con claridad, aunque no quisiera.

Aún recuerdo lo fácil que era mi vida en Canadá. No podía creer que hubiera cambiado tanto en tan poco tiempo. Tirándome en la cama, miré el techo, pensé en mil cosas y a la vez en ninguna, sí, incluso estaba en duda conmigo misma. Holden no me había hablado, y en esos momentos necesitaba oír su voz, necesitaba oír cómo me decía que todo iba a salir bien, que, aunque era mitad humana, era una reina.

Pasándome las manos por la cara, cerré los ojos. Me centré en conectarme con esa energía verdosa. Navegué dentro de mí y cuando la vi, la toqué, enseguida supe que Holden me iba a escuchar, siempre lo hacía.

“—Abuelo, ¿qué hago?”

Esperé unos segundos, quizás unos minutos, unos minutos que me parecieron eternos, pero al final, la voz tan familiar se apoderó de mi mente y sentí cómo todo mi cuerpo se relajaba.

“—Gaia, no te puedo decir lo que debes o no hacer; tienes que pensar como la reina que eres. Debes ser consciente de que no te puede invadir el miedo o el nerviosismo. Un monarca, ante los ojos de sus subordinados, debe ser seguro y tajante. Sí, cuesta, al final no te has enfrentado a situaciones como esta, pero eres mi nieta, lo llevas en la sangre además... sé que tú puedes ser una gran reina, independientemente de mi parentesco contigo.”

 Sonreí, no sabía por qué, quizás porque oír eso de mi abuelo que había sido un gran rey era refrescante.

“—¿Me seguirías a pesar de ser humana? Sé sincero, abuelo.”

“—Gaia, he estado seguro de muy pocas cosas en mi vida, pero si te soy sincero, te seguiría. Sería tu leal seguidor porque, sé Gaia, que eres digna de ser la futura reina de Astra.”

Era lo que necesitaba, era la fuerza que necesitaba para eso, para enfrentarme a lo que me esperaba. No sé cómo, pero le mandé un abrazo a través del vínculo y puedo asegurar que Holden suspiró como si estuviera encantado de esa muestra de afecto. Quizás en su vida había recibido pocas; un rey severo, firme y audaz, un guerrero de los pies a la cabeza, pero al final, seguía siendo padre, esposo y ahora abuelo, y él necesita que le dieran el cariño que tanto se merece.

Me levanté de la cama al oír unos golpes en la puerta. Rápidamente, la abrí y mis ojos se empañaron en lágrimas al ver la imagen más hermosa de mi vida: mi tía Afora estaba delante de mí. Rápidamente nos fundimos en un abrazo. Noté las lágrimas que salían de sus ojos, me miró, comprobó que estaba bien.

Vi que se le había caído algo al suelo; una bolsa de color negro. Curiosa, la levanté y cuando ella me miró me dijo:

—Esto es para ti —dijo acariciándome la mejilla.

Me quedé mirando el objeto que sostenía entre mis brazos. Curiosa, quité la cremallera de la bolsa. Al abrirla, saqué una tela de color verde esmeralda, me quedé impactada. Era un vestido, sí, un vestido con bordados blancos que formaban pequeñas flores. La tela era suave y sedosa. Pude ver que la parte de atrás era más larga que la de delante. Era un vestido que dejaba al descubierto los hombros. Curiosa, la miré, la miré y ella enseguida me entendió sin necesidad de palabras.

—Era el vestido de tu madre cuando se hizo princesa. Ella siempre había deseado que su hija llevara su ropa.

Me quedé paralizada. No me esperaba que me dieran algo como esto. Mirando a mi tía, esbozó una sonrisa y con un gesto de manos me incitó a que fuera al baño a ponérmelo. Lo medité un momento, y supe que debía ponérmelo, así me tomarían en serio o eso creía.

Rápidamente me metí en el baño, me despojé de la ropa y me coloqué la fina tela que estaba entre mis brazos. La frescura de la tela me envolvía. Olía como a pino y algo más, quizás a rosas. Cuando me lo coloqué vi que se amoldaba a mi cuerpo y en esos momentos me sentía extraña, pero a la vez bien. Era una sensación maravillosa. Mi tía llamó a la puerta, cuando entró tuvo que contener las lágrimas que iban a salir de sus ojos. Rápidamente se acercó a mí, me soltó el pelo.

Dubitativa, la miré, y ella me dijo con una sonrisa de oreja a oreja:

—Yo peinaba a tu madre antes, y ahora quiero peinarte a ti — me giró y me dio un beso en la frente — ¿Sabes que te quiero, verdad? — asentí, sabía que me quería con locura, y yo le quería a ella.

Mi tía Afora me pidió que me sentara en la silla. Noté cómo sus dedos finos pasaban por mi cabello, sentí el roce de mi cabello por la espalda. Las manos de mi tía se empezaron a mover a gran velocidad, y empezó a trenzarme el pelo. Juró que, en esos momentos, pequeños recuerdos cuando era pequeña me invadieron la mente. Cuando mi tía Afora me peinaba todas las mañanas y me hacía peinados extravagantes para ir al colegio. Lo peor es que siempre utilizaba lo mismo: flores. Recuerdo que, cuando era pequeña, mi pelo siempre estaba lleno de flores. A mis compañeros les encantaba, y mis profesores me decían que parecía una pequeña hada. Si ellos supieran lo que hoy en día era, seguramente se darían una palmada mental por haber acertado sin saber que las hadas sí que existían.




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