La luna roja.
La luna de sangre.
La veía tan hermosa en el cielo oscuro. Notaba el aire acariciándome el pelo. Sentí la necesidad de levantar mis manos, intentar coger todo el aire que pudiera y más. En esos momentos envidié a Anna. Ella podía tocar el aire, ella podía surcarlo como si fuera su parque de atracciones personal. La veía, sí, la estaba viendo. Saltaba por el aire. Veía su cabello rubio. Saltando de un árbol, se fue alto, muy alto, tanto que nadie la podía alcanzar.
Como si se tratara de una danza, empezó a dar vueltas sobre el cielo rojizo, como si le estuviera dando la vitalidad que necesitaba. Miré a Yulen, el cual, fascinado como yo, la veía. En esos momentos me recordaba a una especie de ángel, sí, un ángel de hermoso cabello dorado y de ojos grises y llenos de tristeza. Ella siguió saltando. Era más rápida que nosotros, al parecer, había emprendido una carrera con Purpurina porque él estaba a su lado; con sus alas alzadas, dando vueltas alrededor de Anna.
Vi que se tumbó en el aire, y entre los dos empezaron a dar vueltas. Anna se reía y sentía que ella en esos momentos era libre.
Había tomado una decisión cuando salimos del palacio de que se iba a quitar las pesas, que necesitaba librarse del peso que sus piernas sostenían. Quizás, con ellas, Anna se sentía como un pájaro enjaulado y por eso, al librarse de ellas, se sentía tan bien, tan libre, tan ella. Zorelix aulló, haciendo que me riera.
Aston estaba detrás de mí, mientras que Fire iba con su querido Fénix, haciendo que una estela de fuego se apoderara del camino. Mientras que Acua estaba con su hipocampo, surcando las aguas del río que llevaba a la colina, y Yulen, Yulen estaba de pie en el hombro del Golem, el cual apartaba todo lo que estaba por su camino.
En esos instantes parecíamos niños pequeños jugando con nuestras mascotas, cuando en realidad estábamos dirigiéndonos a nuestra tumba. Vi que Anna se paró en seco, Purpurina le imitó. Vi que sacó una especie de arco que tenía en la mano. Una flecha descansaba en la madera que sujetaba Anna con firmeza y antes de que me diera cuenta, aquella flecha salió disparada.
Ella cerró los ojos y la flecha empezó a moverse al compás de los movimientos que estaba haciendo Anna con la mano. Fue hacia una dirección. Vi cómo iba hacia la izquierda, pasó tan veloz que no la pude ver con claridad. Surcó por los árboles.
Zorelix y los demás nos paramos. Miramos a Anna, que estaba con los ojos cerrados, sus manos a los lados, y cuando abrió los ojos nos miró a los demás. Vi el miedo en sus ojos:
—Enemigo... —dijo Anna con evidente miedo.
Saqué el arma que tenía guardada, y todos me imitaron. Estábamos en el centro del bosque, mirando a todos lados, desesperados.
¿Por dónde vendrían? ¿Izquierda? ¿Derecha? ¿O en el centro?
Mis ojos empezaron a vagar por todos lados, pero no había nada, ni siquiera un sonido. Mirando a Anna, Fire le preguntó con voz seria:
—¿Seguro que eso es lo que te ha dicho el aire? —preguntó curiosa. La rubia asintió.
Me quedé paralizada. A veces se me olvidaba que nuestros elementos se podían comunicar con nosotras, que parecían ser unos seres más en Cagmel. Era sorprendente nuestro poder, porque sí, yo también tenía ese poder, era parte de esa raza, le gustase más a los demás o menos.
Bajándome de Zorelix, me dirigí hacia los árboles. Cerré los ojos. Dejé que la energía de la tierra me inundara. Abrí bien la mente, dejé que las voces de los árboles me penetraran por dentro. Noté el cosquilleo, ya está, estaban dentro de mí, podía sentirlo.
“—Mi reina, ¿qué desea?”
“—Quería saber si hay enemigos por los alrededores.”
“—Sí, mi señora.”
Maldije, sí, es verdad. Suspirando, seguí con mi conversación con el árbol.
“—¿Cuántos?”
“—Uno.”
“—¿Sabrías decirme quién es?”
“—Sí, mi señora... es un hombre tigre... viene por ti...”
Y nada más decir eso, el rugido de un animal se apoderó del silencioso bosque. Mirando a los demás, les mandé a través de la mente lo que me había dicho el árbol. El primero en saltar fue Aston que, en el aire, vi que cambió su forma humana a la de lobo y se colocó delante de mí. Un rugido más fuerte que el del hombre tigre se apoderó de Aston. Si no supiera quién era, seguramente, me hubiera asustado con ese rugido.
No podía ser verdad, no podía ser cierto; nos quedaba poco tiempo, debíamos ir a la colina del dios Hades, no podíamos dejar que el tiempo pasara. Fire, Yulen y Acua ya estaban a mi lado y enseguida se nos unió Anna. Los cinco nos pusimos espalda contra espalda. Sacamos nuestras armas y nos preparamos para luchar. Solo era uno, pero no sabíamos qué tan fuerte podía ser.
—Sal, gatito, ¿no quieres un poco de leche? ¿O quizás quieras un poco de pienso? —comenzó a provocarlo Yulen. Le miré y él esbozó una sonrisa de oreja a oreja.