La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 54 (EDITADO)

¿Qué es una palabra? ¿Cómo se hacen frases con ellas? ¿Cuál es su estructura? Era muy fácil, solía hacerlo siempre. Hablar era eso, ¿no? Elegir palabras, hacer frases y usar su estructura correcta. Cuando era pequeña, me liaba mucho en las clases de lengua. Me ponía nerviosa cuando debía analizar las frases. Recuerdo que, a veces, cuando estaba en la pizarra, las palabras se entremezclaban, haciendo que no pudiera encontrar la coherencia en la frase.

Mi profesora, una encantadora señora que tenía la paciencia de un santo, me aconsejó que, cuando eso me pasara, respirara hondo, que analizara en mi mente lo que tenía que decir, que buscara mil formas de formular adecuadamente la frase. Pero, en esos instantes, esos consejos no eran válidos.

Vale, que Hades solo me estaba mirando, pero una sola mirada de ese dios y sentía que me quedaba estática, sin poder mover mi cuerpo. Había una parte de mí, quizás la más sensata, que me decía que me fuera corriendo, que no mirase atrás, pero debía hacer frente a los problemas, debía actuar como la futura reina que era.

Di un paso hacia adelante. Hades alzó la ceja, quizás divertido por mi falsa determinación. Alcé la cabeza, no miré a mis amigos; hacerlo sería como decirle indirectamente a Hades que no era capaz de hacer frente a lo que se me presentaba, y quería que me viera digna para ofrecerme su ayuda.

Sus codos estaban apoyados en los reposabrazos, su cabeza descansaba en la palma de su mano y su mirada, esa mirada, me hacía sentir insignificante frente a él. Era comprensible que me viera de ese modo; al fin de cuentas, yo era una simple elemental y, aunque fuera uno de los seres más fuertes de Cagmel, no me podía comparar con el poder y la fuerza de dicho dios.

 Anna se acercó a mi lado. Le lancé una mirada, indicándole que no se acercara, que lo tenía que hacer sola, pero al parecer, Anna captó de inmediato la mirada del dios. La analizó y lo miró de arriba abajo.

Ella tembló, pero lo disimuló. Hades, ladeando la cabeza, me miró de nuevo. Vi curiosidad en sus ojos; para él, era una especie de experimento, una especie de juego para su disfrute. Me daba igual que me mirase de ese modo; lo único que quería era que me diera su ayuda.

—¿Vas a hablar o te vas a quedar callada? Que sepas, elemental de la tierra, que no tengo tiempo para aguantar estas tonterías. —Me llamó Asia... —dije en voz baja. Me resultaba extraño que alguien me llamara de ese modo por mi raza y no por mi nombre. Según me había contado Acua, era una forma de educación.

Todos los seres de Cagmel, cuando se dirigían a alguien desconocido, siempre se dirigían hacia ellos por su raza; era un modo de ser educado. Él asintió. De repente, cambió su postura.

Colocó sus codos en sus rodillas y se encorvó un poco, seguramente para que mis ojos y los suyos estuvieran bastante cerca. Agradecí ese gesto sinceramente; no me veía alzando la cabeza, y no quería imaginarme el dolor de cuello que me daría después. Sonriendo, vi que me lo devolvió. Incrédula, iba a decir algo cuando, de nuevo, miró a todos los presentes, o mejor dicho, a los elementales que estábamos presentes.

—Siempre me he sentido orgulloso de mi creación, ¿quién se lo podía imaginar? Seres con aspectos humanos, capaces de controlar los elementos del mundo. Siempre habéis sido mi creación más perfecta.

Me quedé paralizada, quizás más de la cuenta. Esto no podía ser cierto, ¿éramos creaciones de Hades? Era increíble, tanto, que me quedé paralizada. Iba a preguntar algo, pero sabía que no era el momento. No quería perder más tiempo del necesario; además, en este sitio, notaba cómo mi cuerpo pesaba, como si me costara respirar. Hades lo tuvo que notar porque, sonriendo hacia un lado, me dijo:

—Si os tiráis demasiado tiempo aquí, vuestras almas pensarán que están muertas y, créeme, no es algo agradable.

Tragué saliva. No, no quería que mi alma se pensara que estaba muerta; estaba viva, muy viva. Pero al parecer, aquel sitio hacía que la fuerza vital se fuera yendo poco a poco, como si no pudiera aguantar el aire. Era normal; en esos instantes se podía oler a muerte y a sangre.

Podía sentir la tristeza y la rabia de las almas que estaban por los alrededores. Era una manera de comunicarse con nosotros, pensé, sí, debía ser así. Miré a mis compañeros; todos estaban bien, excepto Anna, que se tambaleó un poco. Rápidamente, Aston la cogió, haciendo que le agradeciera con la mirada. Preocupada, miré a Hades y este me dijo:

—Los elementales del aire no pueden estar en sitios con poco aire, como es lógico. Son propensos a ponerse enfermos si pasan demasiado tiempo en sitios cerrados o que les impidan tener el vínculo con su elemento.

—¿Por qué? —pregunté, aunque en esos momentos no era lo que debía haber dicho, pero al menos me había salido una pregunta:— ¿Qué pasa si encierras a un pájaro en una jaula? Se mueren, se mueren porque no pueden volar, pues lo mismo pasa con los elementales del aire, son como pájaros —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Vale, era una buena metáfora, quise decir, pero debía ser cierto lo que estaba diciendo.

Teníamos que actuar rápido, lo sabía. Anna no podía estar demasiado tiempo en este sitio, pero nosotros tampoco.

Miré a mis compañeros; cada uno parecía más cansado que el anterior.




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