La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 60 (EDITADO)

Ya había llegado el día. Estaba nerviosa. Hoy nos íbamos a infiltrar en la colina de Helios. No estaba muy lejos de aquí; eso era lo bueno. Lo malo era el camino. Algo me decía que no iba a ser nada fácil; seguramente, el dios habría puesto a más seres a su servicio para que irrumpieran en nuestro camino. No era tonto; era astuto. Por el momento, solo había enviado a otros seres para frenarnos, pero sin duda, no lo había logrado. En esos momentos me di cuenta de lo poco que quedaba y lo asustada que estaba. Todo podía salir bien o todo podía salir mal. Al fin y al cabo, íbamos a luchar con un dios y no con un ser cualquiera.

Sentándome en la cama donde había dormido esa noche, sentí que el corazón me empezaba a latir con fuerza. Los recuerdos empezaron a remolinarse en mi cabeza, como si fuera una especie de señal de que todo iba a acabar de la peor manera posible. Desde que era pequeña, siempre le había temido a la muerte. Era algo que me perturbaba día sí, día también. Mi tía Afora me había intentado tranquilizar en ese entonces, pero de nada servía. Ahora que estaba más cerca de lo que podía ser mi final, estaba atemorizada.

Ladeando la cabeza, quité esos pensamientos intrusivos que me estaban dominando la mente. No, debía tener esperanza, esperanza de que todo iba a salir bien, que no iba a acabar mal, que los héroes siempre vencían a los villanos. Era una idea absurda, lo sabía, pero esa idea hizo que me levantara de la cama y mirara la armadura que yacía encima de ella.

Me quedé embelesada por el metal y por la forma que tenía. Era una armadura de lo más normal. La única diferencia era que el símbolo de mi reino estaba como grabado a fuego. Mis manos tocaron esas siluetas. Noté enseguida la frialdad de aquel traje y suspiré. Despojándome de la ropa, sola en mi cuarto, me coloqué el traje. Pesaba y me costaba moverme, al menos al principio.

Después de haberlo tenido puesto varios minutos y de haber caminado por la habitación, se sentía un poco más ligero. Cogiendo las armas que estaban esparcidas por la cómoda, empecé a colocarlas en sus respectivos lugares. Mi melena castaña había sido recogida en una coleta; de ese modo, al menos sabía que no me iba a estorbar el pelo en la batalla. Me miré al espejo y por un momento me sentí ridícula, pero de nuevo, ignoré esos pensamientos y salí al pasillo.

Ya en el salón donde se celebraban los bailes, estaban todos reunidos. Las hadas ya habían dado el aviso de que algo se avecinaba, y Acua se había encargado de que su ejército estuviera dispuesto en caso de guerra. Me quedé mirando a mis amigos. Al igual que yo, llevaban esa armadura simple. Lo que cambiaba eran los símbolos que representaban sus respectivos lugares. Fire tenía el cabello recogido en una trenza, mientras que Anna y Acua habían optado por una cola, como yo.

Yulen estaba mirando a todos, comprobando que nadie faltase. Mi padre... bueno, mejor dicho, Egares, también iba ataviado con la misma armadura que yo. Cuando sus ojos azules encontraron los míos, de manera inconsciente esbozamos una sonrisa, una sonrisa de la que me había dado cuenta de que la había heredado de él.

—Vale, todos sabemos lo que tenemos que hacer, ¿verdad? No voy a repetirlo más —la voz de Egares detonaba autoridad y respeto. Incluso Yulen no soltó uno de sus comentarios mordaces cuando lo oyó. Era impresionante.

—Solo tenemos una oportunidad y no podemos fallar. Está en juego nuestra vida y la de todos los seres de este mundo. Somos reyes, princesas y príncipes. Nuestro deber como monarcas es velar por la seguridad de todos los ciudadanos de nuestros reinos. No podemos fallar, no cuando hay tantas vidas en juego.

Era verdad. Todos los presentes atendían con atención a todo lo que estaba diciendo Egares. En esos momentos me recordaba al flautista de Hamelin y nosotros, sus ratones. Algo me decía que aquel discurso lo había tenido que decir en varias ocasiones cuando se iba a lanzar a la guerra.

—Somos más y ellos menos. Nuestro deber es acabar con esto de una vez por todas. Lo siguiente que haremos: Acua, Fire y Afora serán la distracción. Quiero que seáis rápidas y que a los guardias no les dé tiempo de analizar lo que está pasando, ¿de acuerdo? —miró a las dos chicas con autoridad. —De acuerdo —dijeron las tres al mismo tiempo.

—Yulen y Anna, vosotros seréis nuestros ojos en el aire, nuestros guerreros aéreos. No quiero que ningún ser esté con vida, ¿estamos? —los dos asintieron a regañadientes.

—Por último: Asia, Aston y yo seremos los que nos infiltraremos en la cueva. —me miró fijamente a los ojos. —No quiero fallos, Asia, ¿de acuerdo? —me sorprendió que me hablara de ese modo, pero solo asentí junto a Aston.

Era entendible que me hablara de ese modo. Aunque ya sabían que era mi padre, en esos instantes no estaba hablando mi padre Egares, ese que buscó con desesperación el nombre perfecto para mí, para complacer a mi madre. No, estaba hablando el general que era.

—Esto no es un juego, niños. Esto es la guerra y podemos morir, por ello, no quiero que vayáis de arrogantes o de vanidosos, ¿vale, Yulen? —le dijo lanzándole una mirada de advertencia. —Sí, señor —había burla en la forma en la que decía "señor".

—Ni que subestiméis a los enemigos, ¿vale, Anna? Los dos sois jóvenes e ingenuos, pero, en estos momentos, quiero que penséis como los príncipes que sois, no como los niños inexpertos que piensan que se pueden comer el mundo, ¿de acuerdo? —de nuevo los dos asintieron.




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