Los oídos me dolían. Podía escuchar a los seres que estaban deseosos de ver una tragedia; nos malditos sádicos disfrutando de un juego cruel y retorcido. Escupí en el suelo, no lo pude evitar. Mirando a todos los presentes, hice un gesto obsceno, lo que provocó más abucheos por parte de los demás seres y la risa de Helios, el dios. Rápidamente le miré. Sus ojos brillaban con diversión.
Una parte de mí, la más alocada, tuvo la tentación de ir a ese estúpido palco y arrancarle los ojos y las extremidades al dios. Estaba asqueada y su beso había hecho que vomitara la poca comida que había ingerido en aquel día. Genial, hambrienta y con poca energía.
De repente vi que Helios se levantó, alzando las manos. La multitud se calló. Egares estaba mirando con cuidado, analizando la situación. Aston estaba pegado a mí, con cuidado de que nada me pasara. Yo estaba retorciéndome las manos; de la ira había pasado al nerviosismo y del nerviosismo al miedo.
Tenía que mantener mis emociones a raya. Quizás si él notaba que estaba nerviosa o enojada, podría usarlo en mi contra. Sinceramente, ya de por sí era un grano en el culo, no quería darle más motivos para fastidiarme la vida.
—¡Escúchenme, mis leales súbditos! —dijo con una sonrisa alegre.
Asqueada, miré al dios. Seguía con su sonrisa y, bajo el sol, era apuesto, asquerosamente apuesto. Supuse que todos los dioses eran así, de belleza casi sobrehumana y con una vanidad que no les cabía en el cuerpo. Sin duda, seguía insistiendo en que los dioses eran los peores seres de este mundo, quitando, por supuesto, las arpías. Esas hijas de puta iban a hacer que tuviera pesadillas el resto de mis días.
—Como veréis, ya tenemos a nuestros jugadores, por lo tanto, ¡que empiece el juego y que la sangre bañe el estadio! —oí vítores que venían de los espectadores.
Habían venido a vernos morir. Sin duda, su corazón ponzoñoso se iba a llevar una decepción, porque no pensaba morir. No le iba a dar el gusto al engreído de ese dios.
De repente me di cuenta de las celdas que estaban en los extremos del estadio. Rugidos resonaban por ellas y hacían que temblara la tierra. Mirando con determinación, vi una especie de monstruo de grandes fauces deseoso de darnos un bocado. Tragando saliva, esperé con impaciencia a que la bestia saliera de su escondite. Los cuatro nos pusimos espalda contra espalda, sacamos nuestras armas y miramos a todos lados.
No sabíamos por dónde iba a venir la bestia. De repente, silencio y antes de que me diera cuenta, Egares salió por los aires, haciendo que cayera de espaldas al suelo. La siguiente que se llevó el golpe fue Afora, la cual, maldiciendo, miró a todos lados. Solo habían pasado unos segundos desde que habíamos empezado la prueba y Egares y Afora yacían en el suelo. Mirando a Aston, recé para que él no fuera el siguiente, sino, seguramente, sentiría el dolor y debía estar consciente para saber lo que se avecinaba. Aston empezó a olfatear el aire y, dando un salto, se convirtió en lobo. Sin más preámbulos, se lanzó a un lado del estadio. Incrédula por lo que estaba haciendo, le miré y un grito se apoderó de mí al ver que Aston estaba encima de algo... algo que no se veía.
—¡Mierda! —mascullé.
Rápidamente creé un muro para protegerme. Los golpes estaban haciendo que, poco a poco, el muro se desequilibrara, y maldije por eso. Pensé, me calenté la cabeza pensando en lo que podría ser, pero mis conocimientos respecto a los seres de Cagmel eran bastante limitados. Suspirando, empecé a caminar por el muro. No duraría mucho, lo sabía, y era consciente de ello. Otro golpe, y este fue peor, pues en el muro se creó una grieta. Rápidamente cerré la grieta, asegurándome de que me daría el suficiente tiempo para pensar un plan, pero solo me daría unos segundos antes de poder hacer algo. No pensaba quedarme encerrada aquí, esperando a que la bestia se cansara y se fuera por donde había venido. Tenía que hacer algo y rápido. Los gritos de la gente eran cada vez más estruendosos y los abucheos más notables. Vale, se estaban cansando al ver que no había espectáculo.
De repente, un dolor fuerte se apoderó de mi espalda, y entonces fue cuando oí el aullido lastimero de Aston. Ya no me quedaba mucho tiempo. Si la bestia no acababa conmigo, lo haría con Aston, y tendríamos el mismo destino. Fue entonces cuando oí que se alejaba de mi muro. Los gritos de mi padre hicieron que la bestia se dirigiera hacia él. Bajé los muros que me habían mantenido protegida. Vi que mi padre miraba a todos lados; sin Aston, no podíamos ver a la bestia, al parecer, él era el único que podía notar la presencia de ese ser. Entonces, el grito de mi tía hizo eco en mis oídos.
—¡Cuidado, Asia! —noté la brisa de algo cerca de mí. No sé cómo lo hice, pero lo esquivé, lo que enfureció más a la bestia. Helios estaba sentado en su trono, contemplando la escena con diversión. Por Dios, debía dejar de mirarlo. Sin duda era peor para mi humor y debía mantener la cabeza fría.
Me percaté de algo que estaba en el suelo. Agachándome, vi que era un rastro. La bestia estaba dejando un rastro por donde iba, pero desaparecía casi al momento.
Entonces me di cuenta de que no tenía patas, se arrastraba, y fue entonces cuando, al fin, Holden hizo acto de presencia en mi mente:
“—Es una Hidra de Lerna. Se puede hacer invisible, y la única forma de acabar con ella es que sea visible y quemarle la cabeza”.