La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 64 (EDITADO)

Noté el roce de Aston en mi espalda. Un gemido de dolor se apoderó de mí, lo que lo hizo apartar la mano de inmediato. Girándome, lo examiné y me di cuenta de que tenía la mandíbula tensa, posiblemente aguantándose el dolor que le estaba proporcionando. Mis heridas habían sido más graves de lo que me imaginaba. Cuando los guardias del dios Helios nos llevaron a nuestros respectivos cuartos, ya, en la mesilla de noche, descansaba un frasco de color dorado.

Los guardias le habían dado las instrucciones a Aston para que pudiera aplicarme el ungüento, y sinceramente, dolía más de lo que aliviaba. Mi tía Afora y Egares habían sido trasladados a otro cuarto, cosa que, sinceramente, no entendía. Mientras que a Aston y a mí nos habían metido en otro, pero más alejado del de mi tía y de mi padre. El cuarto era bastante sencillo. Las paredes blancas no tenían ningún decorado, sinceramente, eran sosas e insípidas. Había una cama grande de matrimonio con sábanas del mismo color que la pared, pero con bordados dorados que formaban pequeños soles que casi lograron que echara la poca comida que nos habían dado. Las dos mesillas de noche eran de madera oscura, y el suelo de un hermoso color azulado que le daba un aspecto más vivo. No había ventanas, lo más probable para asegurarse de que no nos escapábamos por ninguna ventana.

Había un jarrón de color azulado que decoraba una de las mesillas; en un intento de darle un poco más de color a la sala, pero seguía aborreciéndola, como también aborrecía al dueño de este lugar.

En esos instantes me hallaba sin camiseta, mientras que Aston me curaba las heridas. Yo me había negado, ya que él estaba igual que yo, pero él había insistido, y no me había podido resistir. La luz blanca alumbraba la sala, haciendo que pudiéramos verlo todo con perfección. Yo estaba al filo de la cama, mientras Aston estaba de rodillas encima de una hermosa alfombra de color dorada que parecía cómoda, sin duda, sería un buen sitio, si tuviera más cosas y perteneciera a otra persona.

—Vale, te queda muy poco, tú puedes, Asia —me animaba Aston con su encantadora sonrisa.

Asentí. Pero cuando de nuevo sus manos rozaron mi piel, que estaba en carne viva, sentía que el grito que había contenido se me escapaba y empezaba a maldecir a todos los panteones y a todos los dioses por haber consentido esto.

Más tarde, el dolor mitigó, al menos un poco. Agradecí que al menos estuviera en compañía de Aston, al menos, podía comprobar que él estaba bien. Cuando sus ojos verdosos se posaron en los míos, como dos críos, empezamos a sonreír.

Como pude alcé la mano y le acaricié la mejilla haciendo que él la apoyara y cerrara los ojos como si estuviera encantado con ese roce.

 Antes de que me diera cuenta, me depositó un beso en la palma de la mano. Era un gesto tierno, pero a mí me provocó oleadas de llamaradas que me estaban consumiendo entera. Sabía que no me podía resistir cuando él me tocaba, quizás por el vínculo, por la marca o por el endiabladamente atractivo que tenía no lo sé, pero mis ojos agradecían cada momento que lo tenían delante.

—Deberías descansar un poco... —pero no le dio tiempo.

Cogiéndole de la camiseta que tenía puesta, lo tiré hacia mi, logrando así que quedara sobre mí y pudiera sentir su maravilloso cuerpo contra el mío.

 Él me miró y vi el hambre feroz en sus ojos. Mordiéndome el labio fue suficiente para él, pues de inmediato se aproximó a devorarme como si fuera su última cena.

Sus manos empezaron a moverse por todas las partes de mi cuerpo. Allí donde tocaba me quemaba, me abrasaba y me exigía que le pidiera más y más. Era algo que no lo podía evitar. No podía evitar el deseo que sentía por ese alfa, del mismo modo él no se podía resistir a mí. Los dos nos complementábamos de una manera casi extraña y abrumadora que quizás nadie entendería, pero nosotros sí.

Sus carnosos labios se posaron en mi cuello y empezó a besarlo, logrando que un gemido se apoderara de mí. Este, ante aquel sonido, me volvió a besar los labios, pero esta vez con más pasión, con más deseo.

Cogiéndome, me levantó de la cama haciendo que entrelazara mis piernas en sus caderas. No creía que fuera el mejor momento para hacer esto, pero lo necesitaba, necesitaba este momento de los dos. Con cuidado me pegó a la pared. No dejó de besarme en ningún momento y sus manos seguían aferradas en mis caderas, acorralando contra la pared. Un gruñido bastante sensual hizo que cerrara los ojos. Sus manos bajaron hasta la cinturilla del pantalón y de un tirón las arrancó, y para mi sorpresa mi ropa interior también.

—¡ASTON! —grité. Pero la sonrisa que tenía en mi rostro delataba lo que realmente sentía.

—Ups —dijo inocentemente para de nuevo atacar mi boca como si fuera su manjar personal.

Sus manos enseguida se adentraron allí donde lo deseaba. Mi cabeza se echó hacia atrás ante las caricias de aquel lobo.

Su fuerza, su manera de tocarme me enloquecía de una manera que pensé que iba a perder la cabeza de un momento a otro.

Las voces del exterior eran meros susurros, ajenos a mí. Estaba embelesada y embriagada por aquel lobo que me estaba devorando como si fuera la última vez. Antes de que pudiera hacer algo más, bajándole los pantalones, le incité a que lo metiera allí donde lo estaba esperando, palpitante y ansioso de su contacto.




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