La segunda prueba. Paseaba por los pasillos encadenada. Sentía los pasos de los cuatro sobre el pasillo de piedra. Los gritos de los indeseables que estaban encerrados hacían que me encogiera ante sus lamentos. Tuve que hacer fuerza de voluntad para no mirar cada una de las celdas y comprobar si se encontraban bien. Sabía que era mala idea, y que debía centrarme todo lo posible en la prueba que se avecinaba. Dudaba que esta fuera mejor; es más, una parte de mí pensaba que iba a ser bastante retorcida. Tras la victoria de la primera prueba, dudaba que Helios no lo pusiera fácil; ojalá, pero sabía que nos quería muertos y por nada del mundo nos dejaría tranquilos.
Nos paramos enfrente de unas rejas de color negro que daba al centro del estadio. Mi respiración era agitada y empeoraba con cada grito que los espectadores lanzaban. Tuve que esperar unos segundos que a mí me parecieron eternos y entonces la puerta se abrió. Mis ojos se entrecerraron a causa de la luz tan intensa que había.
De nuevo, los abucheos de los presentes hicieron que mi ira creciera y me daban ganas de destruir cada centímetro de aquel maldito corredor de la muerte. Aston estaba pensativo, quizás asimilando que iba a entrar en otra prueba y que, quizás, no saldríamos ilesos de ella. Yo quería creer que sí, que podíamos, que lo conseguiríamos, pero debíamos tener fe y pensar las cosas con claridad y mantener a raya nuestras emociones.
Los guardias nos lanzaron contra la arena para después quitarnos los grilletes que teníamos en las muñecas. La puerta donde habíamos salido se cerraba, haciendo que fuera más real lo que estaba a punto de pasar. Mis ojos inmediatamente distinguieron a Helios, que seguía en su trono con una sonrisa arrogante.
De manera voluntaria apreté los puños, la tierra se empezó a sacudir, haciendo que todos los que estaban viendo el espectáculo se callaran de golpe. Fue entonces cuando Helios habló: "Vaya, al parecer nuestra reina de la tierra no ha dormido bien. No te preocupes, señorita, que enseguida acabará ese sufrimiento." Las risas de los seres resonaban en mis oídos como si de una maldición se tratara.
Mis ojos miraron cada extremo del lugar. Estaba vacío; no había nada, y eso me estaba preocupando aún más. Retorciéndome las manos, sentí todas las miradas puestas en mí, como si yo fuera a la que iban a dar el espectáculo. Intenté tranquilizarme y usé técnicas de relajación para mantener a raya mi tensión. De golpe, un ruido o mejor dicho, un paso. Luego otro, y así sucesivamente. Vi que de la celda que había estado oculta salió un enorme cíclope de más de tres metros de altura.
En un gruñido, pude ver sus fauces llenas de saliva que revolvieron mi estómago. Iba ataviado con ropa andrajosa y olía de manera bastante desagradable. Veía que sostenía una especie de bate con pinchos que hizo que tragara saliva ruidosamente.
Genial, si los cíclopes del principio te parecían peligrosos, este, sin duda, lo va a ser.
Vi que estaba encadenado de pies y manos. Enseguida nos trajeron nuestras armas y nos las colocamos en las manos. Mi daga me pareció absurda en comparación con el gran cíclope que estaba delante de mí. Helios sonreía de lado, orgulloso de su monstruo, yo solo me quedaba mirándolo. Rugía, estaba enfurecido, posiblemente llevara muchos siglos encerrado y ahora venía con ganas de matar a alguien, y por desgracia, ese alguien éramos nosotros.
Aston gruñó y tomó su forma humana. Mi padre sacó su espada de manera majestuosa, y mi tía analizó al cíclope que estaba delante. Yo miré el arma en mis manos, sabía que no iba a servir de nada, pero quizás, mezclada con el poder, podía funcionar, debía funcionar, mejor dicho.
—¡QUERER A TODOS MUERTOS!—bramó el cíclope con voz ronca.
No me gustaba cómo estaba empezando esta prueba. Seguí mirando los grilletes; aún los tenía puestos, lo más seguro es que, cuando Helios diera la orden, los soltarían.
Divisé a los guardias que ya estaban detrás de la bestia y de nuevo maldije, pero esta vez en voz alta, de manera que Helios me escuchó.
—¿No te han dicho que las princesas deben hablar correctamente? ¡Correctamente era la paliza que le iba a dar después de salir de esta!
El público empezó a golpear la barandilla que los separaba del estadio. Los gritos y las alabanzas hacia el dios hicieron que éste se riera a carcajadas.
Los sonidos eran más fuertes.
De golpe, el cíclope estaba suelto.
Antes de que me diera cuenta, estaba corriendo como si mi vida dependiera de ello. Qué demonios, mi vida dependía de ello.
La primera bestia a la que fue, como era evidente, fue hacia mí. Pasó de largo de Aston, Afora y Egares y fue hacia su objetivo, o sea, yo. Mis piernas empezaron a correr. Era más rápida que él, pero dos pasos suyos eran veinte míos. Antes de que me diera cuenta, estaba a mi lado.
Lanzó su bate, y dando un salto, esquivé el golpe que venía hacia mí. Suspiré aliviada y seguí corriendo, pero de repente, estaba siendo cogida por el cíclope, de repente, estaba siendo golpeada contra el suelo. Incorporándome y poniéndome a cuatro patas, empecé a vomitar y, ¡sorpresa! La sangre manchó el estadio.
Con el dorso de la mano, me la quité y noté el regusto metálico en mi boca, lo que provocó que una arcada se apoderara de mí. Pero no tenía tiempo para eso; debía seguir corriendo, corriendo hasta que se me ocurriera una idea para vencerlo.