—Si sigues aquí, no vas a llegar viva —masculló Aston con la mandíbula apretada.
Suspiré. Sabía que tenía razón. Después de que el cíclope me tirara al suelo como si fuera su juguete personal, había tenido grandes heridas en la espalda. Aún sentía cómo el cuerpo me pesaba, la mezcla de heridas y el desgaste de energía habían dejado huella en mí. Noté cómo me costaba incluso respirar; era como hacer un maldito esfuerzo. Los pulmones me quemaban y la espalda me ardía sobremanera.
Esta vez el cabrón de Helios no había dejado el ungüento para curarme las heridas. Posiblemente se pensaba que no iba a pasar la segunda prueba, y lo más seguro es que quería que muriera en la tercera. Me costaba moverme. La energía que había sentido hace un par de horas en el estadio eran solo migajas ahora. Sentía como mi cuerpo estaba tenso y, juro por Dios, hubo un momento durante la prueba en el que pensé que iba a morir, pero no, estaba viva y estaba dispuesta a seguir luchando.
—Lo sé —dije a regañadientes. Hasta hablar se había convertido en un sobre esfuerzo. Sin duda, estaba para el arrastre, y dudaba que pudiera aguantar la última prueba.
Sabía que no iba a ser piadoso y que me esperaba una lucha bastante intensa. Maldije hasta el día en que nací al saber que, si seguía con estas heridas, no podría hacer mucho. Me iban a limitar y me fastidiaba sobremanera.
Como pude, me incorporé en la cama. Aston estaba igual que yo, aunque no tuviera las heridas en su espalda, sentía mi dolor. En fin, esto solo podía ir a peor, y más sabiendo que a los dos nos dolía hasta el maldito alma.
—Tenemos que pensar en algo; la última prueba no va a ser un juego de niños —dije aún con los dientes apretados.
Cada movimiento que hacía provocaba punzadas allí donde estaban las heridas. De todos modos, conseguí levantarme y me dirigí a la bañera. Debía darme una ducha; apestaba a sangre de cíclope. Aston me siguió con cuidado por atrás, asegurándose de que nada me pasara. Lo agradecía, y si hubiera estado en mejores condiciones, le hubiera dado un beso por todo lo que está haciendo por mí.
Cuando mi cuerpo tocó el agua tibia, sentí cómo todas las heridas me escocían para después llevarme a un maravilloso mundo de placer. Sin duda, una ducha era lo que mejor me venía ahora. Me costaba moverme, por eso, no dije nada cuando Aston empezó a lavarme.
Él tenía algunas heridas, pero había insistido en que se curarían solas. Al parecer, los ungüentos no funcionaban con los lobos, ya que, según me había contado, necesitaban medicamentos especiales, los cuales, seguramente Helios no se lo daría.
—Joder, estoy frustrada —dije en un suspiro. —Lo sé, Asia, lo sé... —hizo una pequeña pausa. —¿Qué ha pasado en el estadio? Ya sabes, cuando te ha cubierto toda esa luz verde y casi derrumbas todo —dijo con lentitud, como si estuviera procesando las palabras adecuadas.
—No lo sé, quizás mi elemento se ha apoderado de mí. He oído una voz, no era la de mi abuelo, sino del elemento. Me pedía que matara a todos, ¿sabes? Y que le honrara con la sangre de todos los presentes... sobre todo del cíclope —dije mirándome las manos. Aún me temblaba y por un momento sentí angustia por aquel momento, en el que, por unos instantes, mi cuerpo no me había pertenecido.
—He oído historias sobre los elementales, y sé que cada uno de ellos tiene vida —dijo Aston, echándose jabón y pasando sus dedos por mi cabello para limpiármelo.
—¿Qué sabes sobre eso? —pregunté curiosa.
Vi la duda en sus ojos, pero al fin sonrió. Quitándose la ropa, se metió conmigo. La bañera era lo suficientemente grande para los dos. Antes de que me diera cuenta, estaba de espaldas a él, y noté cómo intentaba no pegarse a mí para no tocar las horrendas heridas que tenían marcada mi piel.
—Sabes de dónde vienen los elementos, ¿verdad? —asentí.
Ya me habían contado que los elementos fueron creados por las necesidades de las personas y que por eso habían aparecido en este mundo. También sabía que esos elementos eran la creación perfecta de Hades y de Perséfone.
—Sí —dije acariciándole el brazo. Él me dio un beso en la coronilla.
—Según cuentan, los elementos no vinieron en forma incorpórea. Eran cinco esferas: Azul, la del agua; verde, la de la tierra; gris, la del aire; roja, la del fuego; y morada, la del hielo. Muchos rumores afirman que cayeron del cielo y que eran similares a las estrellas. La luz que desprendían captó la atención de las personas de la zona. Muchos insensatos quisieron tocarlas, pero ninguno sobrevivió.
>> Más tarde, los historiadores aseguran que los elementos fueron los que se adentraron en el cuerpo de sus portadores. Por ejemplo, en el caso de Holden, fue elegido por su elemento. Hizo una pausa, le miré esperando a que continuara con la historia.
—Él fue creado por la desesperación y el hambre de los humanos, ya que los dioses se negaban a ayudarlos. Después, la siguiente en tomar forma fue la esfera roja: el fuego. La abuela de Fire, más conocida como Agni, fue creada por el frío que los humanos estaban pasando.
>> El siguiente fue Deniz, el abuelo de Acua. Él apareció por la sequía que estaban pasando los humanos.
Saliendo de la bañera, ya limpios, nos colocamos los ropajes y nos tumbamos en la cama. Incité a seguir a Aston, y él, encantado, me siguió relatando.