La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 67 (EDITADO)

Era la última prueba. Mi cuerpo se estremecía ante la mera idea. No podía creer que hubiera llegado a la última prueba; mis esperanzas habían sido escasas, pero siempre las había mantenido. Quizás esa esperanza, similar a la de una niña pequeña, era gracias a mi tía. Muchas veces, cuando era una niña y me contaba las historias de Cagmel, cuando pensaba que eran eso, historias, recuerdo que ella me decía que todos los guerreros mantenían la esperanza; era la única manera de salir vivo de allí. Si pensabas que ibas a morir, eran más altas las posibilidades porque no dabas todo de ti mismo, te aferrabas a esa posibilidad.

Yo siempre había sido una niña de esperanza, siempre. Me acuerdo de que, cuando murió, el pájaro de Melany le decía continuamente que iba a vivir, que no podía morir, que tenía que mantener la esperanza. Como era lógico, siendo una niña pensaba que, aferrándome a esa esperanza, el pájaro resucitaría; obviamente no, pero siempre había tenido esa chispa que me daba fuerzas para seguir hacia adelante, a pesar de que las cosas no eran las mejores.

Aún me dolían las heridas de la espalda; la última batalla me había dejado sin fuerzas. Aun así, me aferraba a la fe de que todo acabaría hoy, que acabaría con el reinado del dios Helios y vengaría la memoria de mi madre.

Sabía que no debía dejarme llevar por la venganza; era una insensatez. Pero, nada más verlo en ese trono y con su asqueroso rostro apuesto, la sangre me hervía y me incitaba a matarlo de todos modos. ¿Quién quería un dios del sol? Posiblemente podrían sustituirlo. Me reí ante mis ideas tan absurdas y dejé de pensar, me centré en el centro de batalla; tenía que hacer todo lo que estuviera en mi mano y que Dios se apiadase del ser que me esperaba, porque pensaba en destruirlo.

Nada más llegar a la arena, unos guardias se aproximaron hacia nosotros. Vi que tenían algo en las manos, una especie de collar de metal que parecía realmente incómodo. El primero al que se lo pusieron fue a Aston, pero, cuando él se disponía a transformarse en lobo, nada, seguía siendo humano. Entonces caí en la cuenta de que posiblemente ese artilugio impedía el uso de la magia. De manera inmediata, lancé una mirada rápida a Helios y con voz firme dije:

—¡ESO ES TRAMPA! Nos estás dejando indefensos —dije en un bramido.

Helios hizo como si le aburrieran mis palabras. Antes de que pudiera reclamar algo más, tenía puesto ese maldito collar y sentía cómo mis poderes abandonaban mi cuerpo. En esos momentos me sentía vacía, sentí que me faltaba algo. Mirando a los demás, vi que se sentían de ese mismo modo. Era lógico que la magia era parte de nosotros y que, si nos quitabas eso, era como quitarnos algo que nos pertenecía.

Como era evidente, a mi padre no le pusieron nada, pero, arrebatándole las armas que guardaba con recelo en su mano, les dieron otras que eran absurdas y ridículas. Sabía que mi padre no podía hacer mucho con esas armas.

—Eso es jugar sucio, cabrón —dije entre dientes.

—Nadie dijo que los dioses fueran justos. Además, pensaba que así sería más entretenida la pelea, ya sabes, porque al parecer tus poderes van más allá de lo que me imaginaba. Hay que decir, Gaia —dijo mi nombre con una sonrisa burlona—, que eres increíblemente poderosa. Se nota que has tenido mucho tiempo esos poderes dormidos y cuando los despertaste, salieron como cascadas por cada poro de tu piel. Se nota que estaban deseando salir. Lo que hiciste en la segunda prueba, sin duda, fue un recordatorio de lo que pueden hacer los elementales y de lo poderosos que pueden ser —miró a mi tía Afora con una sonrisa, que me sorprendió que fuera llena de ternura. ¿Qué le pasaba a este hombre?

—Siempre te he admirado, Afora, y siempre he considerado que tú debiste ser la reina de las hadas, porque tu fortaleza y tu inteligencia no las tiene cualquiera. Sé felicitar a un enemigo por sus poderes y por su audacia. Hiciste muy bien escondiéndola, no la encontré. Seguramente adormeciste sus poderes para que ningún ser de Cagmel la encontrara —miré a mi tía Afora, veía que se sentía culpable.

No le culpaba. Se había asegurado de que estuviera bien, de que no corriera peligro. Se había encargado de darme una educación, una vida plena y feliz, a pesar de que, seguramente, ella estaba atemorizada porque algún día despertara mis poderes. No, no la podía culpar por lo que había hecho.

—Tus halagos vacíos no me llegan, Helios —dijo mi tía Afora con determinación.

—Te aseguro que no son vacíos, mi querida Hada —dijo inclinando la cabeza. Era la primera vez que se dirigía hacia nosotros por nuestra raza. Sabía que ese era un modo de ser cortés y educado en este mundo y también una manera de darnos validez por quiénes éramos.

—Cuando quieras, elemental, esta va a ser tu última prueba y seguramente, lo último que veas antes de morir.

Vi algo en sus ojos, pero no lo descifré. Miré a todos lados. Todos mis sentidos estaban puestos en aquel cuadrado. Aún había manchas de sangre, y eso era lo que hacía que este sitio fuera aterrador.

Noté cómo mi corazón latía a mil por hora, me daba miedo. ¿Cómo lo iba a hacer? No podía usar mis poderes, y hay que decir que luchando cuerpo a cuerpo no era la mejor. La cabeza empezó a darme vueltas, noté cómo todo mi cuerpo se estremecía. Un rugido, otro y otro. Noté que mi corazón iba al mismo compás que ese sonido aterrador.

Seguía, los rugidos alentaban a los demás que estaban viendo el espectáculo a chillar con más fuerza. De repente, silencio, y antes de que me diera cuenta, una bestia saltó y se colocó justo delante de mí. Mis ojos se abrieron de par en par, los ojos de aquel animal me miraban como si fuera un delicioso bocado que quería probar, juro que se relamió hasta los bigotes.




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