Estaba todo oscuro. En esos instantes, mi cuerpo no dolía; no sentía nada, no sentía dolor. Simplemente estaba flotando en el aire. ¿Esto era morir? No lo sabía, pero algo me decía que sí, que estaba muerta, que esta oscuridad era lo que llamamos "fin". Seguí caminando, sin rumbo. No sabía qué hacer, no sabía dónde ir. Simplemente me dejé guiar por mis instintos.
Un aullido hizo que me girara bruscamente, y allí estaba él, Aston, que me miraba con una sonrisa triste y dolida. Quise acercarme a él, quise tocarle, quise pedirle perdón por haberle condenado a muerte, pero algo me lo impidió. Era como una fuerza que hacía que no pudiera dar un paso hacia delante. Aston también intentó alcanzarme, pero nada. No nos podíamos unir. ¿Por qué no podíamos estar juntos? Eso me cabreó.
Seguí tirando, con la esperanza de que aquel amarre desapareciera de un momento a otro, pero nada. Solo conseguí gastar energía tontamente. Algo brilló, y vi que mis manos tenían una especie de cadena dorada que me cubría desde la muñeca hasta el codo. Era una especie de grillete, pero, a diferencia de los que me habían puesto, era diferente, muy diferente a todos los anteriores. Este no me hacía daño y solo me daba paz y tranquilidad, seguridad incluso. Vi que la cadena estaba esparcida por el suelo.
Curiosa, la cogí y caminé siguiendo la cuerda que me llevaría a no sé dónde. Entonces noté la fuerza en aquellas cadenas, una fuerza que conocía bastante bien: era mi vínculo con Aston. ¿Así era el vínculo? Como una cadena que te unía a la persona. Seguí caminando, él también. Y antes de que me diera cuenta, choqué contra su torso. Él me besó, y sentí que me iba a desmayar en aquella negrura.
Cuando nos separamos, vi que Aston me acariciaba el rostro con adoración, pero yo me sentía mal. No había sido cuidadosa, y eso había hecho que Aston muriese en el acto. Me sentía responsable de su muerte. Mis ojos se empañaron de lágrimas, que él con cuidado secó. Vi que él también estaba a punto de llorar. Los dos habíamos abandonado el mundo de los vivos y solo nos quedaba aguantar la negrura que nos iba a consumir poco a poco.
—Lo siento —mis palabras salieron atropelladas, y de nuevo, él me atrajo hacia él.
—Tú no has hecho nada, Asia. No pasa nada. Es lo que sucede en las guerras. No se puede evitar la muerte. No pasa nada. No te sientas culpable de algo que no has provocado tú —dijo, colocándome el mechón del cabello en mi oreja.
Quise creerle, de verdad que sí. Quise pensar que tenía razón, que yo no era la que había condenado a Aston a la muerte, sino Helios. Todo esto había sido culpa del dios, y los dos lo sabíamos. Aun así, no dije nada. Temí llorar de nuevo. Estaba cansada y solo quería descansar.
—¿Dónde estamos? —pregunté confusa. —No lo sé —dijo con tanta sinceridad que hizo que me quedara sin aire.
Vale, si él no lo sabía, estábamos en serios problemas, pero claro, ¿cómo lo iba a saber? No es que hubiera muerto una vez y después otra para saber en dónde nos encontrábamos. Con una sonrisa, le cogí de la mano. Nos pusimos a caminar; estábamos perdidos, sí, pero bueno, teníamos tiempo de sobra para encontrar algún lugar. Sí, sonaba mal, pero era una realidad, aunque fuera abrumadora. De golpe, algo hizo que nos pusiéramos en alerta; pegamos la espalda uno contra el otro y noté la presencia de alguien a nuestro alrededor.
En esos momentos me sentí confusa. De una manera extraña, conocía esa presencia o, más bien, esa alma que estaba caminando por la oscuridad. Fue entonces cuando me relajé. Oí una voz que me decía:
"Ven, cariño, ven, estoy cerca, búscame".
No sé por qué extraña razón hice caso. Caminé llevando conmigo a Aston, el cual, preocupado, me miraba sin entender nada, pero yo solo estaba como hipnotizada por aquella voz tan cálida, que hacía que mi pecho se llenara de felicidad. Tuve un impulso de salir corriendo como si fuera una niña pequeña y llegar hasta esa maravillosa voz. Empecé a correr más; oí las protestas de Aston, pero yo solo quería llegar lo antes posible a esa voz. Fue entonces cuando la oí de nuevo, pero esta vez con más claridad:
"Ven, mi pequeña elfa, estoy cerca, necesito mirarte, necesito saber que estás bien, por favor, encuéntrame".
Miré a todos lados, pero no había rastro de la propietaria de aquella voz tan hermosa. Aston me miraba sin entender nada; al parecer, era la única que la estaba oyendo. Pero seguí corriendo; me faltaba poco, la sentía, sentía esa alma que me reclamaba. ¿Era la muerte que estaba pidiendo que fuera? No lo sabía, pero en esos momentos solo quería saber de quién era dueña esa voz. Fue entonces cuando me paré en seco; mis pies no se movieron, y me irrité, aún seguía sin encontrar a esa persona. "Ya me has encontrado... me has encontrado, mi pequeña elfa".
Y entonces un destello de luz hizo que la oscuridad fuera alumbrada. Aston me colocó detrás de él, pero no, quise ver a la persona que estaba delante de mí. El lobo se puso tenso, y vi que por poco no se cae de rodillas al contemplar a la persona que estaba delante. Yo no podía ver nada; mi vista estaba siendo obstaculizada por la espalda de Aston, que, cada vez más, estaba tenso.
—Deja que la vea —ahora sí que podía oírlo como si estuviera cerca de mí.
Aston hizo caso. Le miré y se lo agradecí con la mirada. Fue entonces cuando me giré y me quedé sin respiración... mi madre, mi madre estaba delante de mí.