La reina de la tierra-Primer libro- (editado) 2ª vez

Capítulo 3 (EDITADO)

Oí un estruendo que me hizo levantarme rápidamente de la cama

Oí un estruendo que me hizo levantarme rápidamente de la cama. Apresuradamente, bajé las escaleras hasta llegar al comedor, donde se podían escuchar objetos moviéndose de un lado a otro. Nada más llegar allí, mi tía Afora me observó por unos segundos. Contemplé cómo, a su lado, había dos maletas a medio hacer y algunos cuadros que adornaban el salón estaban guardados en cajas.

Nerviosa, pensé que quizás solo estaba renovando la casa, pero cuando vi que empezaba a empacar su ropa en maletas, esa idea desapareció y una peor tomó su lugar. No sabía qué decir; nerviosa, seguí mirando cómo mi tía guardaba todos sus ingredientes y objetos de la cocina.

Intenté pensar, formular la idea, pero algo me detuvo. Quizás fue la mirada que me lanzó, que hizo que me callara de inmediato, o quizás fue el hecho de que veía que mi tía estaba acelerada mientras guardaba las cosas.

—¿Qué haces, tita?

—Nos vamos.

Esas palabras hicieron que diera un paso hacia atrás.

Atolondrada, miré su expresión con la absurda idea de que fuera una broma, que en realidad solo me estaba tomando el pelo, pero su determinación era incuestionable. Sí, estaba decidida a irse; bueno, estaba decidida a que nos fuéramos.

—No pienso irme a ningún lado —las palabras salieron más calmadas, cuando en realidad quería gritar y pedirle que dejara de guardar las cosas.

—Sé que siempre tengo en cuenta tus decisiones, siempre, pero en esta no. Coge tus cosas, nos vamos de aquí. Hemos estado demasiado tiempo —dijo con una voz cargada de miedo.

¿Hemos estado demasiado tiempo aquí? ¿Qué quería decir eso? No lo sabía, pero solo negué con la cabeza, haciendo que mi tía guardara las cosas con más fuerza. Un gesto que me demostró que estaba cabreada, pero me dio igual, yo también lo estaba.

—No, no pienso irme a ningún lado. Están mis amigos, la escuela y toda mi vida. Me niego a irme —dije, cruzándome los brazos. Todo mi cuerpo empezó a temblar. Pero ignorándome, subió las escaleras, pasando por mi lado, omitiendo mi gesto molesto.

Entrando en mi habitación, empezó a abrir el armario y sacar toda la ropa que tenía guardada en el armario. Me coloqué delante de la puerta, pero no fue suficiente. Empujándome con suavidad, se hizo un hueco y metió toda la ropa que había cogido en una maleta.

—Bueno, sé que es poco, pero cuando lleguemos a otro sitio te compraré más. No podemos quedarnos demasiado tiempo, ellos ya te han visto.

¿"Ellos te han visto"? ¿A qué se refería con eso? No lo sabía, pero la sala empezó a dar vueltas y si no hubiera sido por el hecho de que coloqué mis manos sobre la mesa donde comíamos, creo que me habría caído al suelo.

—¿Qué?

Cuando oyó esa pregunta, maldijo. Era evidente que no quería decirme nada de lo que había pasado. Asustada, miré de nuevo a todos lados, observé el exterior, pero no vi nada; solo el bosque oscuro y el sonido de los lobos aullando, nada nuevo, nada extraño.

Entonces, ¿por qué mi tía parecía atemorizada por algo? No lo sabía, y quería hacerle millones de preguntas, pero lo más seguro es que no me contestara a ninguna. Mi tía era una persona bastante reservada. Me había contado poco de su pasado, de su niñez y de su adolescencia.

Además, a veces evitaba esas historias y cambiaba de tema de manera evasiva para que no siguiera preguntando. Todas esas veces le había respetado, igual que ella me había respetado a mí en ciertas cosas. Sin embargo, dado que quería irse y no sabía por qué.

No pude evitar realizar la pregunta que me estaba atormentando:

—¿Te has metido en algún lío, tita? —pregunté, pensando que quizás había hecho un trato con la mafia, porque, ahora que lo pensaba, no sabía en qué trabajaba ni de dónde procedían los beneficios para mantener una casa y a mí.

—Ojalá, al menos sería más fácil. Abrí la boca, pero enseguida la cerré cuando oí unos fuertes golpes que provenían del exterior.

Mi tía maldijo en voz alta. Escondiéndose, miró por la ventana, un gesto que me recordó a una de esas películas de espías. Pero fue peor cuando su cara se transformó.

—Ya están aquí...

Cuando dijo eso, la puerta se abrió de golpe. Las velas que ponía mi tía para espantar a las "malas energías" se apagaron ante la brisa que se había formado en la casa. El salón estaba oscuro. La única luz que hacía que se vieran las cosas con claridad era una lámpara adornada con flores amarillas, que se empeñó en comprar cuando fuimos de viaje a Italia.

Algo que siempre me había parecido horroroso, pero en estos instantes le estaba agradecida, ya que nos daba un poco de luz y podía ver al intruso que había entrado en la casa. Un grito de pavor se apoderó de mí al ver que no era un intruso, sino dos. Dos personas se habían adentrado en la casa.




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