La Reina De Las Abejas

Capítulos 1 y 2

1

Es interesante esto de las relaciones sociales. Las personas aprovechan sus capacidades de la mejor forma que pueden cuando se trata del antiguo y pagano ritual de conseguir pareja para el baile de graduación. Algunos nacen con suerte, tienen dientes rectos, ojos claros y cabello abundante y sedoso, de modo que no necesitan cerebro, carisma y otras cosas de las que nos valemos los feos para que las muchachas nos volteen a ver. Otros más recurren a artimañas, la siempre bien recibida labia. Ya saben lo que dicen, prométele el cielo y las estrellas a una chica y esta te seguirá hasta que se le caigan las alas.

Ese es mi predicamento en este momento. Mi nombre es Gustavo y estoy a una semana de salir de la secundaria. Mi única preocupación es que no he conseguido pareja para el baile, y eso me hará quedar como un perdedor frente a toda la escuela. No es que sea feo, o al menos no soy ninguna especie de molusco gigante del espacio, pero no ayuda mucho el hecho de que haya más chicos que chicas en la escuela.

Así está la cosa, por más que uno se forje en la cabeza el propósito de no ser superficial, la verdad es que todos queremos ir al baile con las muchachas más hermosas de la escuela. Es por esto que cuando se dio la noticia de que el baile estaba cercano, las chicas más populares consiguieron pareja tan rápido que las menos agraciadas no tuvieron tiempo de ponerse lo más presentables posibles. Insisto, no soy superficial. No me hubiera molestado ir al baile con Bárbara Thomas por ejemplo, que pesa por lo menos el doble que yo y no parece bailar muy bien, pero el hecho de escogerla como tu última opción, vestirte lo más elegante posible para invitarla y que te diga que ya tiene pareja, es algo que aún me duele en el autoestima.

Yo no soy el superficial, las chicas son más superficiales que uno. Cuando son bonitas, altas, de miradas cautivadoras y lindos cuerpos, como Britany Allen, salen solamente con galanes que se les equiparen.

En fin, el punto de la historia no es defender mi punto de vista, sino contar mi extraña aventura, la cual, me crean o no, sucedió la noche de mi baile de graduación. Tal vez, ahora que lo pienso, sí soy bastante superficial. Hasta ahora sólo he juzgado a la gente por sus apariencias, pero ¿quién no lo es en la secundaria? Ahí todo son modas, estereotipos, superficialidad, apariencia y vestimenta. Nada como los apodos de la secundaria: si eres narizón te llaman “el cóndor”, si eres bajito y tienes espinillas, te apodarán “el sapo”; si eres bocón y tienes ojos saltones, te llamarán “la mojarra”. En cuanto a mi apodo, no es el peor ni el más cruel, pero me ha atormentado desde que estaba en la primaria.

–¡Hey, Piojo!– gritó el “Bulldog”, uno de mis estimados compañeros del salón. No hace falta que les diga que le pusieron ese apodo porque tiene cachetes de perro Bulldog.

–¿Qué quieres?– le pregunté en tono despectivo. En realidad el Bulldog no es muy amigo mío, de hecho, es una vergüenza que me vean con él. Por lo regular se junta con mis amigos, pero no lo consideramos un amigo. Es más bien el bobo del que nos burlamos todo el tiempo. Está bien, es el bobo del que se burlan mis amigos todo el tiempo.

–¿Ya invitaste a Bárbara al baile?– preguntó con genuina curiosidad.

–No– le mentí, y di un sorbo al raspado que me acababa de comprar. No estaba dispuesto a contarle al tipo más patético de la escuela que me habían rechazado.

–Pensé que lo ibas a hacer– dijo extrañado –te vi hablando con ella en el recreo. Bueno, si no tienes inconveniente, amigo, lo haré yo.

Aquello me hizo mucha gracia. Era de esperarse que el Bulldog estuviera tan desesperado como yo, al grado que los dos tratábamos de invitar a las chicas menos agraciadas de la escuela. Mi consuelo era que también a él lo rechazarían.

Él debió interpretar mi sonrisa como un gesto de amistad y aprobación, porque me devolvió un pulgar arriba con la mano. Esto fue segundos antes de que a los dos nos lloviera un brusco saludo de golpes en la cabeza por parte de mis amigos.

–¡Hey, perdedores!– nos saludó el Cóndor, secundado por una lluvia de carcajadas de los animales mencionados anteriormente –¿Qué creen que hacen en nuestro territorio, paseándose como si las calles fueran propiedad pública?

–Las calles son propiedad pública– replicó el Bulldog con una sonrisa idiota. Entonces el Cóndor tomó mi raspado y lo vertió en su cabeza. Aquello me hizo reír, igual que los demás.

De acuerdo, lo admito, ellos no son exactamente mis amigos, pero por lo menos me desprecian menos que a ese perdedor.

–Más les vale que ni siquiera se atrevan a aparecerse en el baile de graduación– amenazó –O tendremos que darles una lección.

Bueno, tal vez son un poco equitativos.

Después de su encantadora amenaza, me empujó y caí sobre Bulldog. Ambos fuimos a parar al suelo. El primero en levantarse fue el chico con cara de perro, y me tendió la mano para ayudarme, pero la rechacé y me puse de pie de un salto.

–Buena suerte con tu pareja de baile– le dije secamente a modo de despedida.

–Igual, amigo– me respondió con una sonrisa.

Caminé sin voltear, esperando de todo corazón que no me estuviera siguiendo. El chico afectaba mi imagen, y eso no me ayudaría a encontrar una pareja de baile.



#3490 en Ciencia ficción
#9892 en Thriller
#3950 en Suspenso

En el texto hay: adolescentes, suspenso, aliens

Editado: 20.04.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.