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No podía creer que aquello me hubiera sucedido a mí. ¡Había visto un ovni verdadero! ¿O acaso había sido mi imaginación? La verdad no quería averiguarlo. ¿O sí? ¿Entonces por qué me había detenido?
Me di la vuelta, sabiendo que no dormiría tranquilo esa noche, ni ninguna otra, si no averiguaba exactamente qué era lo que había visto. No podía ser verdad. ¡No existen las cucarachas espaciales!
Me acerqué con cuidado, aunque a decir verdad, temblaba de pies a cabeza. Presentía el peligro. Sabía que no importaba lo que sucediera, no me gustaría lo que vería.
Me quedé paralizado cuando identifiqué una enorme silueta moviéndose, como una especie de larva extraterrestre gigantesca. Retrocedí con asco. En verdad había algo grande retorciéndose en la oscuridad. No podía creerlo. ¡De verdad había cucarachas espaciales!
Seguramente cuando se lo contara a Cóndor y al resto de mis amigos, me creerían un demente.
Entonces las luces de la nave volvieron a encenderse y un resplandor rojo confirmó mis sospechas. Grité al encontrarme cara a cara con un insecto gigantesco maltrecho. No era una cucaracha, sino algo peor: una abeja gigantesca.
Mi primera reacción, como el chico valiente que soy, fue lanzar mi videojuego a la cara de aquel ser, que emitió un chillido de dolor cuando lo lastimé. Aquello había sido lamentable. El primer contacto de un humano con un ser del espacio y había tratado de matarle, pero no podía culparme ¡Era un maldito insecto gigante! Me preparé para correr por mi vida, pero encontré que aquella abeja no era capaz de levantarse. Tenía ambas alas rotas, y parecía, si esos chillidos podían interpretarse como los de un ser inteligente, que estaba llorando.
Aquel sonido me paralizó, no tanto de miedo sino de verdadera y genuina compasión. Observé una de sus antenas maltrecha, el insecto estaba completamente indefenso, yaciendo listo para morir, chillando además del dolor que le había provocado mi videojuego estrellándose contra su enorme ojo rojo.
–Lo siento– dije con un hilo de voz –¡No quería lastimarte! Discúlpame, por favor, yo…
Entonces volvió a hacer un ruido extraño, parecía que quería comunicarse conmigo. Usó la poca fuerza que le quedaba para levantar la pata y para mi sorpresa, entendí lo que parecía ser una indicación para que me acercara. Quería obedecer, si era posible, ayudar a esa desvalida criatura, pero entonces observé su gigantesco aguijón y retrocedí, muerto de miedo.
Se trataba de una abeja gigante. Los piquetes de las abejas diminutas son extremadamente dolorosos. No pensaba arriesgarme a ser atacado por esa bestia descomunal.
Entonces para mayor asombro mío, exclamó en perfecto español la que era probablemente la única palabra terrestre que conocía.
–Agua– dijo con una voz zumbante y en parte metálica.
–¿Agua?– repetí, sin poder creerlo. Entonces recordé que tenía una botella de agua a medio terminar en mi mochila. Decidí por una vez en mi vida armarme de valor y me acerqué a la gigantesca criatura, para descubrir que de cerca era tan grande que dentro de ella podrían caber tres como yo. Me acerqué a sus enormes mandíbulas y le di a beber el agua, derramando la mitad, pues mis manos no dejaban de temblar.
Una vez que la botella estuvo vacía, el insecto trató de levantarse, y me di cuenta que erguido parecía incluso más descomunal de lo que me parecía yaciendo en el suelo. Sin embargo, sus patas estaban rotas, y no lo consiguió.
Entonces volvió a hacer algo insólito: emitió un lastimero chillido al tiempo que me señalaba hacia su nave.
–¿Necesita que entre?– le pregunté, sintiéndome estúpido conmigo mismo. Aún no podía creer que estaba hablando con un insecto gigante –¿Qué necesitas?
En respuesta me devolvió otro zumbido indescifrable. Decidí entrar a la nave con cuidado y traerle todo lo que encontrara.
El interior del óvalo metálico se parecía mucho al interior de una colmena, había una sustancia dura y dorada cubriendo los tableros de controles y lo que parecía ser una especie de nido. No había nada que se pudiera sacar, salvo un objeto alargado de metal dorado que parecía un control inalámbrico de videojuegos. Decidí llevárselo y al parecer, se trataba de lo que me había pedido, pues lo tentó con sus antenas y lo sostuvo con sus gigantescas patas emitiendo un zumbido que parecía de alivio.
Entonces presionó el botón y muchas lucecitas empezaron a brillar alrededor del control. ¿Acaso era alguna especie de comunicador?
A los pocos minutos, apareció otra nave idéntica a la primera, rompiendo el silencio con un silbido agudo y espeluznante. El insectoide herido había pedido auxilio.
¡Entonces se trataba de una civilización! ¿Y si venían en plan de conquista?
Me horroricé cuando la compuerta se abrió y dos insectoides idénticos al primero salieron zumbando y volando velozmente. Fue entonces cuando me percaté del olor dulce, pero penetrante que emanaba de ellos y del interior de la nave. Me oculté detrás de una roca cercana para evitar que me pretendieran atrapar, pero los visitantes y el primer insecto intercambiaron zumbidos, e imaginé con tristeza y resignación que seguramente les estaba diciendo que había un humano escondido alrededor. Entonces volaron velozmente y aunque traté de correr, los nervios me ganaron y caí de inmediato al suelo, para después ser levantado y arrastrado por esas abejas hacia el interior de la nave.