La Reina De Los Condenados

CAPÍTULO 11: LUCES CARMESI

Después de caminar un gran tramo, llegaron a un edificio alto y elegante, donde entraban y salían personas todo el tiempo. El bar estaba oculto tras una fachada abandonada en una calle sin nombre. Desde afuera, parecía una ruina olvidada, pero al cruzar la puerta —hecha de madera ennegrecida y hierro viejo— el mundo se transformaba. Techos altos cubiertos de terciopelo oscuro, cortinas pesadas como la noche, y luces carmesí que caían como sangre líquida desde lámparas flotantes. El aire estaba cargado de un perfume embriagador: una mezcla de vino, deseo y algo más… algo metálico.

Abigail fue la primera en notar el cambio. Sus sentidos, tan acostumbrados al caos del inframundo, se agitaron al instante. Los latidos del corazón de cada cliente, el roce de pensamientos lujuriosos, la esencia misma de la lujuria... Todo golpeó su mente con una intensidad abrumadora.

—¿Qué es este lugar...? —murmuró Han, con la voz más baja de lo normal, sus ojos recorriendo el lugar como si estuviera viendo un sueño.

—Un nido —dijo Mingyu desde detrás, su tono era casi reverente, los chicos estaban tan hipnotizados con todo, que simplemente no notaron que quien hablo fue el chico al que habían visto unos minutos antes—. Aquí los vampiros se alimentan... pero no sólo de sangre.

Los demás no respondieron. Ya estaban demasiado inmersos.

Felix y Seungmin se deslizaron hacia la barra, sus movimientos más lentos, más calculados. Algo en el ambiente les quitaba el control. Seungmin miró a una vampiresa cercana y, por primera vez, su sonrisa de demonio fue completamente genuina… y peligrosa.

Changbin cerró los ojos y se apoyó contra una columna, respirando hondo. Lee Know se quedó cerca de Abigail, pero incluso él parecía afectado: sus alas, normalmente ocultas, temblaban apenas bajo su piel.

Hyunjin se acercó a Abigail, su voz apenas un susurro.

—¿Siempre has olido tan... dulce?

Abigail se giró para responder, pero sus palabras murieron en su boca. El hechizo del lugar la estaba alcanzando. El lado infernal en su sangre comenzaba a hervir, a reclamar lo que la lógica negaba.

Taehyung apareció a su lado de pronto, con la sonrisa torcida que la conocía demasiado bien.

—Tienes que resistir, Abby. Este lugar saca lo que escondes muy dentro. Y tú… tú escondes demasiado.

Ella lo fulminó con la mirada, pero su cuerpo ardía. El aire, las luces, las risas entre dientes, todo empujaba hacia la rendición. Vio a Changbin observar a Felix con una intensidad peligrosa. A Lee Know y Seungmin intercambiando una mirada silenciosa, más cercana a una promesa. Incluso Han... estaba demasiado cerca de Hyunjin, como si el simple roce fuera inevitable.

—Nos están tentando —gruñó Abigail, clavando las uñas en la palma de su mano.

—Y si no hacemos algo —dijo Taehyung, acercándose a su oído— pronto no habrá vuelta atrás.

Ella respiró hondo. Sus ojos, mezcla de infierno y muerte, se encendieron con un brillo oscuro.

—Entonces que arda todo antes de que yo me rinda.

Y con un chasquido de sus dedos, la temperatura del lugar cayó. Las sombras temblaron. Y el hechizo... empezó a romperse.
Abigail había roto el hechizo apenas unos segundos… pero en un lugar como ese, eso ya era demasiado.

Las luces temblaron con un suspiro colectivo. Las miradas se giraron hacia ellos. Y entonces, como si el lugar respirara enojado, el aire se volvió más denso.

—Qué atrevimiento… —dijo una voz suave, sedosa como veneno en copa de cristal.

De entre las sombras emergió una figura imposible de ignorar. Alta, de piel pálida que relucía como porcelana bajo las luces rojas, y con un vestido negro ajustado como una segunda piel. Su cabello largo y plateado caía como un río helado sobre sus hombros. Sus ojos eran un rojo antiguo, uno que hablaba de siglos de hambre y poder.

—Usar tu poder aquí, pequeña —dijo, deteniéndose frente a Abigail con una sonrisa afilada—. Está... prohibido.

Todos se tensaron.

Changbin dio un paso sutil hacia adelante, listo para interponerse. Lee Know extendió ligeramente una mano, intentando envolver a Han y Hyunjin con una barrera discreta de protección. Taehyung dejó de sonreír. Abigail no se movió, pero sus ojos ardieron con la amenaza de Muerte latente.

—No usamos poder para atacar —dijo Seungmin con su tono más frío—. Solo para mantenernos lúcidos.

La vampiresa los miró con diversión.

—¿Lúcidos? Qué aburridos. Este lugar está hecho para perderse.

—Y para controlar a los que se pierden, ¿no? —espetó Felix.

La vampiresa soltó una risa encantadora, peligrosa.

—No me gusta que me desafíen —dijo, ladeando la cabeza—. Pero tampoco me gusta arruinar la noche con drama innecesario.

Entonces, su expresión cambió por completo.

—¿Tienen reservación? —preguntó con aire ligero, como si todo lo anterior no hubiese ocurrido.

El grupo se miró. Nadie respondió. El silencio se volvió incómodo, pesado.

Hasta que desde el fondo del grupo, una voz familiar se alzó, tranquila y elegante:

—Vienen conmigo.

La vampiresa parpadeó, y al reconocer la voz, su rostro se iluminó como un amanecer oscuro.

—Mingyu… —dijo, con un tono tan cargado de nostalgia y deseo que hasta el aire pareció detenerse—. Sabía que ese aroma era tuyo.

Mingyu se adelantó, su porte impecable y su sonrisa elegante, aunque sus ojos estaban fríos esta vez.

—¿Aún guardas mi mesa?

—Para ti… siempre —dijo la vampiresa, acercándose y pasando sus dedos por su brazo como una caricia olvidada—. Los acompañaré personalmente.

Ella se giró con gracia felina y comenzó a guiarlos a través del bar, abriendo paso entre las multitudes que se apartaban al verlos.

—¿Vieja amiga? —susurró Taehyung a Mingyu, mientras caminaban detrás.

—Vieja deuda —respondió el vampiro, sin mirar atrás—. Y no estoy seguro de que esté saldada.

Abigail, aún con el eco del hechizo resonando en su sangre, no dijo nada. Pero en su interior, una sola certeza crecía: aquella noche no terminaría sin un precio.
La mesa estaba ubicada en una plataforma semicircular, con vista privilegiada al corazón del bar. Luces rojizas caían como lluvia espesa desde lámparas flotantes, mientras los sillones oscuros parecían invitar al pecado.




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