La reina de los engaños

03. Devastación

CLARENCE DOMINIC

 

Todo se desmoronó.

Ni un huracán, ni un terremoto, ni un meteoro, hubiesen sido suficientes para acabar con mi cuerpo y alma como lo fue esa maldita frase.

Esta muerta.

Esta muerta.

Esta muerta.

Años de terror, años de miedo a escuchar esa frase salieron desbordados fuera de mi cuerpo y un temblor asesino me sacudió el cuerpo, como si el mundo se hubiese congelado de pronto y no soportara el clima. Mi cuerpo se sacudió espasmo tras espasmo y luché con mis ojos para que las lágrimas se quedaran donde estaban. El teléfono en mi mano se convirtió en añicos debido a la forma en la que lo había sujetado luego de cortar aquella fatídica llamada.

Está muerta.

Cerré los ojos con las ganas de vomitar creciendo y el vertido apoderándose de todo mi cuerpo. Mi pesadilla más grande se había hecho realidad y yo no había estado ahí para luchar junto a ella por su vida.

Me odié, me odié tanto que golpeé mi brazo izquierdo una y otra vez, quería hacerme daño. Quería sufrir. Acababa de encontrar a Yvaine, ¿cómo iba a decirle que habíamos perdido a Bailey? ¿Cómo iba a decirle que una vez más nuestra familia estaba rota e incompleta? ¿Cómo la miraba a los ojos y le decía que una vez más había perdido?

Controlé las ganas de gritar, controlé todo mi cuerpo para no asustar a mi hija y traté de respirar entre los pequeños huecos del nudo del tamaño de una torre que se había instalado en mi garganta.

Aton entró sin tocar, tirando la puerta con algo de fuerza, la alarma en su rostro me confirmó que ya lo sabía, me observó sin saber como tratarme y no se la hice fácil. Me quedé parado de forma estática mientras veía a mi hija dormir, debatiéndome en como proceder.

No quería ser fuerte. Por primera vez en mi jodida vida no quería ser fuerte y solo quería llorar y romper todo, solo quería destruir el puto mundo y salir a cazar al hijo de puta que se creyó inteligente poniéndole la mano a mi mujer.

Yvaine. El miedo de dejarla luego de haber perdido a su madre me atenazó. No la quería lejos de mi vista, no la quería a miles de kilómetros de distancia donde alguien pudiera ir por ella. Me enfurecí.

Nadie tocaría a mi hija. Nadie.

—Tríplica la seguridad de la mansión, Yvaine se va conmigo. Quiero ojos sobre ella todo el tiempo, soldados debajo de su habitación, en la puerta y otras ocho siguiéndola en todo momento, a su debida distancia, no quiero que absolutamente nadie toque o perturbe a mi hija —demandé —. Y trae a Yvanna Kozlova ante mí, dile que llegó su momento de pagar el favor que me debe.

Mi mejor amigo asintió y se llevó el teléfono a la oreja, dejándome solo nuevamente.

Tomé a Yvaine en brazos de donde la había dejado reposar, sus ojos revolotearon y una sonrisa genuina creció cuando descubrió que yo seguía ahí, que era yo sosteniéndola.

—Sigues aquí.

—No iré a ninguna parte, mo dhaoimein —aseguré —. Yo…necesito que vengas a casa conmigo por un tiempo, está pasando algo y prefiero tenerte a la vista. Necesito… —suspiré con dolor —. Necesito que seas fuerte, necesito que te mantengas de pie junto a mí —me sentí algo estúpido teniendo una charla profunda con una niña de ocho años que solo debería preocuparse por qué juguete querer. Pero una parte de mí sabía que Yvaine entendía, que no era cualquier niña, que entendía a ciertos rasgos el mundo que nos rodeaba —. No dejaré que nada te pase, solo dame la mano y apriétala fuerte.

—No voy a soltar tu mano nunca papá —me abrazó por el cuello —. Mami dijo que eramos un equipo y que en los equipos la gente se cuida la espalda.

La mención a Bailey empujó las lágrimas fuera de mis ojos.

—Ella siempre será la mujer más impresionante de la tierra.

Yvaine buscó mis ojos.

—Ha ido al cielo pero regresará —dijo y lloré como un maldito bebé, ¿quién diablos le había dado la noticia? —. Ella dijo que regresará junto a mi y ella nunca rompe sus promesas.

Su inocencia terminó de romper mi fuerza y me aferré a ella como la única tabla en medio del mar que impedía que acabara con mi vida en ese momento. Un pequeño beso en mi mejilla envió un torrente de calma, miré a la razón de mis fuerzas en mis brazos y me prometí dar hasta mi vida para no perder a mi segunda reina.

La dejé sobre sus pies.

—¿Algo que quieras llevar a Liechtendachs?

Negó, tomé su mano y la guié fuera.

—¿Puedo avisarle a Lanai que estaré fuera?

—Tenemos prisa.

Yvaine me guió hasta una habitación frente a la de ella.

—Siempre está aquí cerca, tocando.

Vi sus ojos iluminarse cuando llegó junto a la niña que era algunas pulgadas más alta que ella, tenía el cabello negro hasta los hombros y un rostro ovalado y tranquilo. Se veía reservada y tímida, lo contrario a la energía vibrante de Yvaine y su soltura para hablar y preguntar.

—Iré con mi papá por unos días —le informó —. Pero volveré, lo prometo.

Lanai observó a Yvaine con tristeza y asintió.

—¿Quienes son tus padres?

No hubo miedo cuando levantó su mirada pero aún así lucía cautelosa.

—No puedo decirlo, señor. Es por mi seguridad.

—¡Es una princesa como yo! —exclamó mi hija, se ganó una mirada de reprimenda departe de la pelinegra —. Mi papá es leal, no va a decir nada.

Torcí los labios ante la confianza de Yvaine. Sin embargo, la niña no dijo nada. Las vi abrazarse y esperé impaciente, viendo la ternura con la que se observaban.

Guié a Yvaine fuera del castillo y luego hasta el helicóptero. Para cuando estuvimos seguros en los asientos, Aton me pasó su teléfono con la información que había solicitado.

Lanai Pavlova Vancouver.

Hija de Italia Vancouver y Diminok Pavlov.

Belladona y el Boss de la bratva.

La información era útil, tenía algo que usar contra Belladona en caso de que se pusiera en mi lado equivocado.




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