La reina de los engaños

5. Tumba vacía

CLARENCE DOMINIC

 

Me dejé caer en el suelo de mármol de la sala de la mansión de Donatello sin poder respirar. Estaba sucio de barro y mi ropa se había convertido en una pieza imposible de salvar, la tormenta había caído sobre mi y los acontecimientos y el descubrimiento de la última hora me agotaron totalmente. Me arrastré queriendo llegar hasta el gemelo de mi mujer pero las fuerzas me fallaron, algunos soldados se arremolinaron a mi alrededor intentando levantarme hasta que se formó un alboroto que hizo que Donatello saliera de donde sea que se encontrara.

Belladona llegó primero a mí, tenía la fuerza de un soldado de guerra, me tomó de los brazos y me puso de pie, sus cejas fruncidas totalmente, me llevó hasta el sofá más cercano y dio ordenes para que llamaran al doctor. Seguro pensó que estaba a punto de perder el reconocimiento. Así me sentía yo.

Me agarré el pecho ante el dolor asfixiante y con la otra mano tomé a Belladona del codo.

—No existe, su cuerpo…No estaba allí, no estaba…

Me quebré.

—¿Qué? —pareció quedar sin habla, dejó que el doctor se acercara y me empezara a revisar los signos vitales.

—Está deshidratado —anunció —, parece estar a punto de colapsar en cualquier momento.

Empezó a movilizarse, me pusieron una intravenosa y Belladona seguía dando vueltas y mirándome como si algo saliera de su cabeza. Donatello había escuchado, a unos pasos de ella recostado de una columna se quedó simplemente…pasmado.

—Me siento tan tonto justo ahora —susurró —, yo…lo pensé, pero estaba toda esa sangre en su habitación del hospital y todas esas pruebas que gritaban que no había por qué dudar.

—¿Pediste los videos de la cámara?

—Sí, fue un hombre que entró a su habitación, pero no pudieron identificarlo.

Respiré con fuerza, con aire saliendo más rápido de lo normal de mi cuerpo.

—Está demasiado exaltado —expresó el medico —. Debería calmarse o podría desconectarse. Le pondré algo para que pueda relajarse.

Inyectó algo más al suero y le dio algunas indicaciones a Donatello que preferí no molestarme a escuchar. Quería que me hablara de ese hombre, quería saber quien le había puesto las manos encima a Bailey para poder dejarlo sin ambas manos.

—¿Tienes los videos? ¿Por qué no me mostraste?

Donatello estaba enojado. Levantó una ceja con ira.

—¿Enseñárselo a quien? ¿Al alcohólico en el que te convertiste?

El latigazo de dolor me tronó los huesos. Le miré dolido. ¿Acaso sabía él lo que era pensar en perder a la mujer que amaba? Ni en mis sueños más traumáticos había sucedido tal escenario en donde pensara que Bailey no iba a regresar más. ¿Cómo se supone que viviera normal luego de eso?

—Puedes mostrármelos ahora —pedí, tomé el suero con la mano izquierda y me levanté, Belladona intentó detenerme pero una sola mirada la hizo levantar las manos —. Estaré bien, necesito saber donde está mi mujer.

—¿Crees que esté viva?

—Lo está —aseguré —. Es la mejor jodida guerrera del mundo. Ella puede con lo que sea.

Se me formó un nudo en la garganta ante la imagen de que estuviera sola y herida, de que estuviese sufriendo algo o siendo amenazada. La ira creció dentro de mi pecho y me moví con más prisa sin poder, queriendo respuestas cuanto antes. No solo me preocupaba ella, también lo hacía lo que debía estar creciendo en su vientre. Mis hijos. Otro par que la vida quería quitarme.

Donatello suspiró y se agarró el cabello con fuerza, y me hizo señas de que lo siguiera hasta su oficina, el cansancio me hizo torpe, el cuerpo me dolía por todos lados y la vista se me volvía borrosa de pronto, sin embargo no dejé de moverme hasta estar sentado frente a las pantallas de Donatello. Quería ver quien había sido el hombre con mis propios ojos.

Donatello rebusca por varios minutos y luego pone el video en grande, varias repeticiones desde diferentes ángulos que presentan al hombre entrando a la institución, luego en uno de los pasillos hablando con un doctor y luego entrando a la habitación de Bailey. Ella actúa como si lo conociera cuando lo ve, información que anoto mientras mantengo mis ojos pecados a la pantalla viendo el mínimo movimiento del maldito que se llevó a mi mujer. Mantienen lo que parece una discusión y luego todo muere cuando el hombre saca algo que entierra en Bailey y esta cae a los minutos en sus manos. La trasmisión se corta cuando el hombre mira directamente a la cámara, como si sonriera.

Maldito, todo lo que hizo había sido planeado con mucho tiempo, razón por la que sabía que era alguien de confianza.

—La altura, la sonrisa come mierda del final, el reconocimiento en la postura de Bailey —señalé todo lo obvio —. Es el maldito Atlas Lauder. No la mataría, no sería capaz.

—¿Por qué estarías tan seguro? —Donatello me miró como si estuviera de mente —. Es aliado de la maldita psicópata que tengo por tía.

¿Acaso me había equivocado yo con Atlas? Pensé que lo conocía, razón por la que se hacía difícil creer que pudiera ser un maldito traidor. Era de esos que jugaban juegos peligrosos y dramáticos porque le daba emoción, ponía la cara como si fuese un deporte y le gustaban los golpes sucios. Siempre fue el desquiciado entre él y Atón, a pesar de los problemas sociales de su hermano, de su obsesión y control desmedido. Atlas siempre fue el que se quedaba mirando el fuego como si fuese algo fascinante y me daba ideas loquísimas por el simple hecho de hacerlo creativo. Había sido la persona que liberó el morbo de nosotros, el que no le importaba la moral ni los escrúpulos. Era buenísimo para convencer y tratar con la gente, incluso su hermano le dejaba tocar a su mujer y le permitía quererse, yo misma le permití amar a la mía y tocarla, porque en el fondo todos confiábamos en él con los ojos cerrados.

Era bueno con las apariencias, pero eso no lo convertía en un traidor, tampoco me hubiese entregado las coordenadas de Yvaine si lo fuera, ni siquiera me hubiese contado sobre mi hija si su deseo hubiese sido destruirnos, sopesé. Quería a Bailey para él, para satisfacer su propia agenda, sus propios planes. Se la llevó como si fuese suya. Iba a matar al hijo de puta.




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