BAILEY
—¿Siempre te sentiste parte de este mundo?
Mi pregunta hizo que Julietta levantara la vista del periódico que tenía en las manos, lo dobló delicadamente y lo dejó sobre su regazo y me miró antes de responder.
—Nunca, siempre luché contra ello —confirmó —, no fue hasta que secuestraron a tu padre que lo acepté e hice las pases con el asesino a sangre fría que había en mi interior.
—Antes pensaba en muchas cosas —sopesé —, pero ahora nada me importa, solo mi familia a salvo sin importar cuantas veces tenga que mancharme las manos de sangre.
Mi madre asintió lentamente.
—Justo ahí llegué y todo el grito interior se apaga.
—Deben morir, pronto.
Julietta sonrió.
—Sus respiraciones están cantadas, mi corazón —respondió y llevó su mano al collar sobre su cuello, apretando el corazón rojo —. No te traje aquí para sufrir —susurró.
—No pienso eso —añadí rápidamente.
—Pero sé que extrañas a tu familia —interrumpió —, también muero por conocer a mi nieta.
—Te amará, es idéntica a ti.
Su sonrisa creció.
—Menos mal que los genes dejaron de correr detrás de Even, suficiente con que tú y mi pequeño fueran idénticos a él.
Me reí, realmente mi hermano y yo teníamos pocas cosas de los MacCaney.
—No dejes de reír así —me miró con amor desbordado —, de los problemas se encarga mamá.
No sabe el revoltijo que hizo a mis emociones esas frases, sumando lo sentimental que me tenía el embarazo no pude evitar que algunas lágrimas se derramaran. ¿Cuantas veces deseé escuchar eso? ¿Cuantas veces me sentí sola? ¿Cuántas veces rogué por un abrazo o por un hombro donde descansar? Todos los días que deseé que Julia me amara y me quisiese como una hija, que viese algo de valor en mí. Pero ya nada de eso importaba, en tres días mi madre había restaurado todo lo que nuestra situación había roto y se empeñaba en desbordarme de un amor sincero que no me hiciera dudar o sentir sola nunca más. Podía tener los años que fuesen, podía tener una hija de ocho años, pero en el fondo esa niña pequeña e indefensa estaba ahí y se alegraba por lo que tenía en ese momento; la oportunidad de poder abrazar y conversar con su madre como cualquier persona normal.
Volví a reír para su deleite y sus ojos se iluminaron.
Dos días más y seríamos libres.
—Alguien se acerca —murmuró y se acomodó en su asiento, segundos después toda la seguridad del don de la mafia italiana se desplazó en el balcón y el mismísimo don se abrió paso entre ellos tomando asiento en una de las mesas y sirviéndose té antes de saludar.
—belle signore —saludó.
—Ferreti —mi madre le hizo un asentimiento y se llevó su propia taza de té a los labios dando un sorbo —. ¿A que se debe el honor?
—Lamento mi ausencia de los últimos días, he tenido que resolver algunas cosas fuera —contesté y se acomodó en su lugar —, pero dado que en poco tiempo seremos familia entiendo que nos merecemos un tiempo juntos.
—Por supuesto —agregó Julietta —, estamos muy agradecidas por tu protección, espero que tus envíos hayan llegado a salvo a Francia en agradecimiento.
—Lo hicieron —Ferreti desvió sus ojos a mí —. ¿Cómo ha estado tu recuperación?
—Ha estado bien, señor, gracias por preguntar.
Ferreti era un hombre mayor, muchísimo más que Julietta, me imagino que más de sesenta años que estaban reflejados en las arrugas de su rostro y en el desgaste que tenía su cuerpo que en algún momento había sido robusto. Luka tenía muchos rasgos de él, no sabía que tanto de su madre, pues Ferreti había sido viudo por años y al parecer nadie sabía la razón tras la muerte de su esposa. Todo lo que envolvía a los Ferreti era como extraño de una forma rara, no me gustaba lo que desprendían; sabía que Julietta no confiaba en ellos, pero me parecía excesivo que siguiéramos en sus terrenos.
Ellos buscaban algo, la mafia siempre sabía como actuar y siempre tenían en cuenta que sus oponentes nunca eran de fiar. Razón por la que tenía ese mal presentimiento que me hacía querer correr lejos.
—Cualquier cosa que necesites, estamos para eso.
—Lo aprecio.
No apreciaba una mierda, quería ir a casa, quería a los Ferreti fuera de mi vida.
Pero todo constaba de sacrificios y en ese momento soportar la presencia de los Ferreti lo era.
—Hay cosas que deseo conversar contigo, Julietta, ¿puedo obtener un minuto de tu tiempo?
Mi madre enarcó una de sus cejas delineadas y asintió lentamente.
—Claro, ¿por qué no? Pensé que todo estaba dicho.
Ferreti se levantó y uno de sus guardias le entregó su bastón para que se apoyara.
—Yo pensé lo mismo —murmuró.
Su comentario entre dientes no me hizo gracia, Julietta se puso de pie y lo siguió con gracia y sigilo, quise ponerme de pie y seguirlos, pero sabía como se vería, me mordí la preocupación y esperé hasta que se alejaran para escribirles a Atlas y Valorie que vinieran a mi encuentro.
Atlas apareció un segundo después como ladrón al asecho y me echó una mirada de pies a cabeza y luego de que me reparó por completo lo vi respirar con tranquilidad.
—¿Todo en orden, mi reina?
Rodeé los ojos ante su reverencia, aquello lo hizo gracia, se acercó hasta eliminar los espacios entre ambos y posó su mano derecha con suavidad sobre mi vientre, dejó leves caricias que agradecí. Era la primera persona que no me disgustaba que tocara mi vientre, me permití ese momento de debilidad con él y cerré los ojos, segura de que mis hijos y yo nos sentíamos en buenas manos.
—¿Sientes algo extraño alrededor? —inquirí en voz baja.
Su rostro sin emociones no reveló nada, pero nada bueno.
—No va a pasarte nada, tenemos todo controlado.
—Eso que está pasando algo —sopesé —. ¿Por qué nadie me dice nada?
—Estas embarazada.
—Estoy embarazada ¡No inútil! —bramé.
Atlas rio secamente, dejó de acariciar mi vientre para tomarme el mentón con sus largos dedos sin nada de tacto.
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Editado: 10.11.2024