La reina de los engaños

12. Bombas

BAILEY VANDERY

Había comenzado a acostumbrarme al olor de la pólvora y la sangre.

Clarence, Atlas, Aton y mi propio hermano corrían delante de la tropa de soldados en el extenso terreno arenoso que usaban para sus entrenamientos cada mañana, luego de tres semanas en Liechtenachs, había tomado la costumbre de unirme a ellos a verlos entrenar, mi condición me impedía tanto entrenamiento físico, los gemelos estaban consumiendo mucho de mí; constantemente me sentía agotada o débil, razón por la que había limitado mis entrenamientos a clases avanzadas de armas de alto calibre y a clases un poco más aburridas como todo lo que tenía que ver con la monarquía de Liechtendachs y todo lo que encerraba ser su reina. Tenían sus reglas, su cultura, y pronto tendría que jurar delante de sus dioses de que mi lealtad estaba con el pueblo.

Iba a tener que celebrar una coronación y una boda a su estilo, cosas que tenía pendiente hablar con Clarence, ya estábamos casados, pero teníamos que respetar las tradiciones de nuestras familias.

Llevé una mano a mi vientre y sonreí sin poder evitarlo cuando Clarence giró su rostro en mi dirección, el traje de guerra se adhería a su cuerpo haciendo estragos con mis hormonas, nunca me cansaría de admirarlo, cada día que me levantaba estaba más enamorada, sentía que sin importar cuantos años pasaran nunca dejaría de desearlo o de amarlo. Habíamos jurado estar juntos por la eternidad y había cierta fascinación al saberme envuelto en tal compromiso. Fue lo que siempre deseé.

Terminado el entrenamiento, no tardó en trotar hacia mí, sus labios fueron hacia mí con un beso que me hizo suspirar y luego dejó otro sobre mi estomago, sus hijos se movieron y se sintió como un aleteo constante de mil mariposas dentro de mí, ocurría siempre que él estaba cerca; una sonrisa gigante se plantó en mi rostro. Acepté su brazo en mi cintura y dejé que me guiara al Escalade que esperaba por nosotros.

—¿Cómo te sientes?

—Tengo un poco de hambre —admití —. Quiero ese postre de fresas que hizo mi madre la semana pasada —gemí, recordando lo delicioso que estaba —. Debimos ir con Yvaine, se irá mañana temprano a AC.

Era difícil separarnos de nuestra hija, Clarence estaba renuente pero entendía las razones y la importancia de su educación, sin embargo no podíamos olvidar lo mucho que duramos separados y como nos habíamos acostumbrado a estar rodeados del otro. Siempre supe que él sería un buen padre, desde que se enteró de mi primer embarazo fue ese hombre comprometido y protector que cualquier mujer desearía. Peleó con todas sus garras por nosotras y aunque mis errores ocasionaron muchos estragos, en ese momento era como si nada de lo que pasó en el pasado importara. Yvaine amaba a su papá, se derretía por él y lo respetaba, Clarence llevaba una rutina marcada y una misión en la que no fallaba, mostrarle a su hija lo amada que era, lo importante y lo especial para todos, y su lugar en el mundo.

—Sí, tenemos una cita esta noche.

Asentí con cara de tonta

—Es la quinta cita de la semana —apunté.

—Mi hija necesita saber como debe ser trata por quien sea, como lo que es, una futura reina —sonrió orgulloso.

—No la consientas demasiado —le recordé, el auto avanzó en ese momento y me recosté de su lado, buscando el calor de su cuerpo que tanto amaba.

—¿Y dejar que el idiota de Donatello lo haga? Me niego.

No pude evitar reírme, uní sus dedos con los míos y aspiré su aroma que tanto amaba.

—No es una competencia, Evander, es tu hija —Mi hermano era molestoso, mantenía a Clarence en total vigilancia creyendo que alguien podía competir en su lugar como padre, Donatello adoraba a Yvaine, era un tío consentidor y terrible consejero, pero adoptaría a Lanai cuando se casara con Belladona y seguro que bajaría sus ganas de molestar a Clarence.

—Tu hermano hace que todo lo parezca —se quejó como niño —. Incluso tu atención, te robó toda la noche de ayer a propósito —su enojo me resultó lindo.

Negué divertida.

—Todavía dormí a tu lado y me tuviste para ti.

Acercó sus labios a mi oreja para dejar un susurro que me puso la piel de gallina.

—¿Dormiste bien?

Me giré para quedarme atrapada en sus ojos y en la niebla de intimidad que nos envolvió.

—Muy muy bien, no me enojaría si tomas lo de anoche como un ritual antes de dormir.

Había tenido su lengua en mi parte sensible y había alcanzado dos orgasmos un me dejaron hecha una hoja de papel, se había tomado su tiempo de burlarse de mí y me había mantenido a al expectativa hasta que todo se desmoronó, dos veces, y caí en el sueño más placentero que había tenido en toda la semana luego de tantos días llenos e nauseas y mareos a causa de mi embarazo.

Evander se rio de mí y posó un beso prolongado sobre mi frente.

—Te lo he dicho siempre, tus deseos son órdenes para mí, mi reina.

Llegamos al Palacio Real y una unidad de protección se desplazó en un protocolo de seguridad antes de que pudiera salir del auto, luego Clarence y yo fuimos escoltados dentro de la propiedad y no fue hasta que estuve en las áreas comunes que la unidad se redujo y solo quedaron los dos guardias reales que nos habían asignado a cada uno. Era la hora justa para comer, entramos al gran comedor y nos unimos al pequeño alboroto de todos tomando sus lugares y de las charlas que habían en cada lado de la mesa. Yvaine no tardó en acercarse, su padre la alzó para que pudiera besar su mejilla y luego la mía, la dejó sobre sus pies para que la preciosa niña se pegara a mi costado y dejara una de sus manos sobre mi vientre.

—¿Cómo están Brandon y Evander hoy, mamá?

—Más tranquilos que ayer, te lo aseguro. Tendrás mucho trabajo como hermana mayor, Yvaine.

Sonrió con orgullo como si le hubiese dicho algo que la alentara. Yvaine era un poco territorial para su edad, había notado la forma en que se comportaba con Lanai, la llamaba su mejor amiga y a diferencia de mi hija, la niña era más tímida. Sabía que era un rasgo que había sacado de su padre y algunas cosas no se podían evitar.




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