"Un corazón herido es como un arma de doble filo, puede estar consumido por la tristeza, o puede estar contaminado por la ansia de venganza"
Los pasillos de la cárcel de Astra eran tenebrosos. Oía los ruidos que procedían de las celdas, las súplicas de los presos que ansiaban su libertad y también los latigazos que cortaban el aire, así como las pieles. Los pasillos de piedra negra, con antorchas que decoraban las paredes, facilitaban que pudiéramos ver el camino que estábamos emprendiendo. El resonar de mis zapatos hizo que los presos comenzaran a golpear las celdas, en un intento de que me diera cuenta de que estaban allí, pero no les hice caso, seguí mi rumbo.
Vi cómo los verdugos entraban en las celdas con métodos de tortura en las manos. No me escandalicé, estaba acostumbrada a ver ese tipo de situaciones; yo, incluso siendo reina, había tenido que ser la verduga de muchos traidores. Recuerdo la primera vez que tuve que juzgar a alguien: tenía apenas doce años y aún no comprendía por qué lo teníamos que matar. Mis súbditos me miraron con burla en sus ojos, los cuchicheos resonaban por esa sala y recuerdo la angustia que sentí.
No quería hacerlo, era una niña, apenas sabía lo que era el bien y el mal. Me presionaron, me criticaron y me juzgaron. Recuerdo que las lágrimas salían de mis ojos en ese entonces, mis manos temblaban y sentía esa sensación de culpa que me estaba consumiendo. Aun así, golpeé a ese hombre, lo golpeé varias veces, lo golpeé tanto que cayó al suelo. Todos aplaudieron, pero yo recuerdo cómo me fui corriendo a mi cuarto, y vomité, vomité y lloré, encogida en el suelo, suplicando a los dioses para que me dejaran en paz, deseando que los dioses hicieran que no fuera la reina de Yunto.
Kio acudió a mí, pero no fue suficiente. Recuerdo las noches sin dormir, las pesadillas que me habían perseguido todas y cada una de las noches. Ahora me daba igual, no titubeaba en matar a mis enemigos, no lloraba ni vomitaba como cuando era una niña. No, ahora me comportaba como la supuesta reina que debía ser.
Salí de mi trance cuando oí el sonido de algo resonando en la sala. Oí la voz de la persona a la que había venido a buscar. Suspirando, le lancé una mirada a los guardias que estaban custodiando la puerta de su celda. No dudaron en darme paso, en abrirme la puerta, que formó un chirrido que logró que hiciera una mueca. Entré en la sala y solo me quedé mirando a la persona que tenía delante.
—¿Por qué? —me apoyé en la pared, arrugué la nariz por el olor que se había formado en la sala. Tuve que apartar la mirada cuando vi a Yulen así, borracho, con el labio partido y con una sonrisa maliciosa.
—Solo quería pasármelo bien, lástima que esos lobos no pensaran lo mismo —se rió. Ladeé la cabeza.
Intenté acallar la furia que se había apoderado de mí. En estos momentos, el que él actuara de esa manera solo nos podía causar problemas. Ya habíamos intentado localizar a Anna y Asia, habíamos mandado a todos los soldados que teníamos, pero nada, habían desaparecido. Habían buscado por cielo y tierra y no habían hallado pistas de ninguna de las dos, cosa que solo incrementaba la preocupación que desde hace días me estaba consumiendo.
No había sido fácil después de que ellas desaparecieran. Todos los ejércitos habían iniciado la búsqueda, al igual que nuestras fuerzas especiales, pero, como si de aire se tratase, habían desaparecido. Ni siquiera los sabuesos habían captado su olor, y eso era algo preocupante.
Todos los ejércitos de los reinos estaban en su búsqueda... más de Asia que de Anna, algo que, en mi opinión, me parecía asqueroso. Sabía que, por ser reina, los de Astra estaban más preocupados por su soberana, pero la idea de que nadie se preocupara por Anna... simplemente me provocaba un nudo en el estómago y una gran ansia de gritar por ella, pero, como siempre, tenía que callarme.
—¿Sabes qué? He buscado por todos lados... he interrogado a todo tipo de seres... nadie sabe nada de ellas —masculló Yulen, apoyando su cabeza en la pared.
Podía ver que, a través de la pequeña ventana con rejas, la luz del sol le daba de lleno, dándole un aspecto casi angelical. Se podía visualizar su cabello blanco brillando con más intensidad, sus ojos azules más claros, si eso era posible. Era un niño aún, le quedaba mucho por aprender.
—Los ejércitos están buscando por todos lados... —este me lanzó una mirada cargada de rabia:—¿Pero a quién están buscando? ¿A Asia? ¿A Anna? ¿O a las dos? —preguntó con evidente molestia.
—A las dos —dije con decisión.
Él emitió una risa amarga:
—Mentira, solo buscan a Asia. La buscan porque es la reina; a ellos, Anna les da igual. Ella es simplemente una princesa... Entonces, ¿cómo quieres que no la busque yo? ¿Cómo quieres que al menos uno de nosotros la esté buscando a ella? —preguntó con su mirada roja intensa, a causa del alcohol y seguramente de las lágrimas no derramadas.