La Reina Del Agua-Tercer libro De La Saga: Elementos-

Capítulo 2

"El frío no solo endurece la piel, también el alma; pero incluso el hielo más gélido puede quebrarse bajo el peso del remordimiento

"El frío no solo endurece la piel, también el alma; pero incluso el hielo más gélido puede quebrarse bajo el peso del remordimiento."

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De nuevo me hallaba bajando las escaleras de camino a la cárcel de Astra. Noté cómo el cansancio se estaba apoderando de mí. No quería tener que entablar conversación con Elyan. En esos momentos lo odiaba. Era el culpable de la situación en la que estábamos, el culpable de que Asia y Anna no estuvieran con nosotros y de que hubiera estropeado la coronación de Fire.

Fire se había dedicado a mandar a sus mejores soldados en busca de ellas, pero nada; ninguno de los reinos había recibido noticias de ellas, ni siquiera una pista. Estaba siendo agotador y preocupante. No quería ni pensar en cómo estarían ellas dos: quizás asustadas, quizás luchando con ferocidad, o quizás heridas, casi sin vida. Tales pensamientos solo incrementaban la presión en mi pecho. Era tan frecuente esta sensación que a veces no me daba cuenta de ella, algo que ya era normal. Desde que me coronaron reina había sido desdichada, infeliz.

Cuando era pequeña, había soñado con ser un pájaro, volar lejos, alejarme de las personas que me miraban, que me juzgaban, que con sus miradas me decían: "No eres como tus padres, eres una farsa". Nadie se había atrevido a decírmelo directamente, sinceramente, lo agradecía. No quería castigar a seres por pensar igual que yo, porque sí, yo pensaba que era una farsa, una reina de paja, una reina de cartón.

Miré a Holden, que estaba a mi lado. Contemplé su semblante, su postura. Él sí que era un rey. Tenía ese magnetismo de poder que hacía que todos se sometieran a su voluntad. Así era Holden: capaz de hacer que una nación entera le obedeciera y le temiera. Lo admiraba. Era de los pocos seres a los que podía decir que admiraba y, para qué negarlo, quería ser como él. Quería tener esa capacidad de poder, ese magnetismo que hacía que todos se quedaran absortos mirándolo. Solo él lograba eso; ni siquiera los actuales reyes podían siquiera alcanzarle a la suela de los zapatos.

—No creo que Elyan hable —dijo Holden con evidente molestia.
Le miré con firmeza:

—Hablará... o haré que hable, ya sea por las buenas o por las malas —dije con decisión.

Enseguida llegamos de nuevo a ese sitio que me ponía los pelos como escarpias. De nuevo las súplicas de los presos, de nuevo los llantos, de nuevo los golpes. Ignoré cada uno de esos sonidos, solo me enfoqué en mi objetivo principal: ir hacia Elyan y hacer que hablara, y quizás, solo quizás, conseguir que sacaran a Yulen de este sitio.

No me gustaba verlo ahí.

Me recordaba a un animal herido y enjaulado, y una pizca de empatía se apoderaba de mí cuando lo veía. Apenas era un crío, no merecía estar pasando por esto. No merecía tener esa presión de proteger algo que en su momento prometió, pero que ahora simplemente eran palabras sin validez porque la persona no sabía de ellas. Era triste.

La historia de Yulen poco la conocía; solo la sabía Fire. Ella lo sabía todo de él. Se me cortó por unos segundos la respiración cuando pensé en ella. En su pelo rizado rojizo, ese que te incitaba a acariciarlo, en esos ojos verdes que hacían que te perdieras en ellos y esa sonrisa, esa maldita sonrisa que hacía que un pensamiento se apoderara de mí: "Haz lo que quieras conmigo, destrúyeme si lo deseas, lo que sea necesario para que sonrías de ese modo". Porque ella era como una gran hoguera: intensa, fuerte, tentadora, incitadora a tocarla, pero sabes que no puedes porque te quemas. Aun así, lo intentas, lo intentas una y otra vez.

Suspiré. No me gustaba cómo me hacía sentir esa mujer. Seguramente, simplemente era lujuria. El deseo de lo prohibido podía obsesionarnos.

—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó Holden.

Me puse tensa:

—Por supuesto que lo puedo hacer, he hecho que seres más fuertes que él se postren ante mí. ¿Por qué no sería capaz de hacerlo? —respondí, un poco a la defensiva.

Holden ladeó la cabeza, pero no añadió nada más.

Cuando los soldados que estaban custodiando la celda de Elyan nos vieron, se inclinaron y, sin tener que decir nada más, abrieron la puerta. Enseguida nos adentramos en el pequeño espacio. Me quedé parada al ver la escena que estaban presenciando mis ojos.

Yulen estaba encima de su hermano. Vi cómo impactaba sus puños contra la cara de él, vi las lágrimas que caían de sus ojos, vi la rabia, el odio en ellos. Pero era mutuo, pues Elyan miraba de la misma forma a su hermano, como si fueran dos desconocidos, dos enemigos que habían jurado matarse.

Inmediatamente, Holden y yo reaccionamos. Él cogió a Yulen y lo estampó contra la pared, mientras yo cogí a Elyan e imité al rey, estampándolo de nuevo contra la pared.

—¿Cómo te has liberado? —preguntó Holden con dureza en su voz.

—Muy fácil. Al parecer, debes cambiar de soldados, son fáciles de destrozar —respondió con una sonrisa ladeada.




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