Me quedé atónita viendo cómo el "rey" del bosque paseaba de un lado a otro. Su expresión de horror y sus movimientos excesivos me transmitían lo furioso que estaba. No habíamos actuado bien, no lo podía negar. Había sido un impulso, una manera certera de acabar con los lobos. No sabíamos que aquí, además de sombras y lobos salvajes, existía un gobernante y, sin querer, destruimos su reino. Él podría declarar una guerra contra nosotras por lo que acabamos de hacer. Estaba en su derecho, pero no sería sensato. Este sitio era pequeño, no tenía casi habitantes, y dudaba que hubiera guerreros entrenados en el arte de la batalla. Habría sido una idea pésima.
No es que fuera la mejor dando consejos de ese estilo. Cuando era pequeña y me daban clases de estrategia, siempre me escaqueaba. No me gustaba la idea de tener que idear un plan de batalla, pero no era tonta y podía contemplar el ambiente que nos rodeaba. Los árboles que se habían salvado estaban casi muertos, carecían de hojas y formaban figuras siniestras que habrían hecho encogerse a cualquiera. La hierba de este sitio era apagada y carecía de fuerza, seca y poco duradera, posiblemente por eso había prendido con tanta rapidez. Las piedras estaban dispersas por el suelo y se podían ver flores marchitas.
Solo había que sentir el aire para saber que este lugar no estaba bien, quizás maldito. Me aventuré a decir eso muy a la ligera; quizás simplemente el clima era así. La única que nos podía decir algo era Asia, y la única que podía arreglar este estropicio era ella. Pero no estaba, y Anna y yo debíamos enfrentarnos a las consecuencias de nuestros actos. No era lo que pretendíamos, pero sabíamos lo que implicaba el uso de nuestros poderes unidos: destrucción masiva. Era habitual que los elementales tuviéramos una especie de combinación que incrementaba desmesuradamente nuestro poder. El ejemplo más claro éramos Anna y yo. Nuestros poderes combinados eran sinónimo de que nada se podía salvar; arrasábamos con todo, a diferencia de la unión del poder de Anna con el de Yulen, que era denominada la mezcla perfecta.
Mi poder solo funcionaba mayormente con el de Anna; era con ella con quien más química tenía. Asia y Acua eran la combinación impoluta, un espectáculo. Pero si ya juntábamos aire y agua, era una maravilla para los ojos. El poder de Anna era bastante adaptativo, combinaba perfectamente con los demás elementos. Con el que tendría más duda sería con el de Asia; nunca había visto la combinación de tierra y aire.
—¡Mi reino...! ¡Todo destruido! —vi cómo se caía al suelo y se llevaba las manos a la cara. Avergonzada, aparté la mirada.
El chico que tenía delante era bastante curioso. Su cabello lila combinaba con sus grandes orejas y sus ojos escarlata destacaban en contra del color de cabello. Su piel era blanca. Mediría más que yo y Anna. Era bastante joven para ser rey, pero no era el primer monarca que recibía el trono a una temprana edad. Llevaba un traje azulado y sus rasgos demostraban lo destrozado que estaba.
—¡¿Cómo pensáis arreglarlo?! —bramó furioso, pude detectar unos dientes afilados, como los de los conejos.
—Es sencillo... Lo sentimos —se disculpó Anna por mí. Yo no dije nada; había sido muy grosero de mi parte, pero mi humor no era el mejor en estos momentos.
—Podemos arreglarlo —mascullé, cruzándome de brazos. Él me miró ceñudo: —Lo dudo. Sois elementales, ¿verdad? —asentimos un tanto dudosas—: Siempre destruís todo a vuestro paso, sois seres asquerosos e inhumanos —le dio una patada a una piedra. Ignoré el comentario; no era la primera vez que decían eso de mi raza.
El chico-conejo paseaba de un lado a otro, contemplando los escombros esparcidos por el suelo. Resoplando, nos miró con dureza. Pensé y pensé en qué podíamos hacer; era evidente que habíamos cometido un error, uno que había tenido consecuencias nefastas. Me estrujé la cabeza buscando una solución, algo que nos ayudara a reconstruir rápidamente el bosque. Entonces, caí. Cerrando los ojos, busqué todos mis vínculos.
Pasé por todos ellos. Era la primera vez que miraba esto; siempre lo evitaba porque causaba demasiado cansancio mental. Mis dedos acariciaron con suavidad cada uno de ellos. Pasé por el color morado de Anna, que brillaba con fuerza dado que estaba a mi lado. Después por el azul cielo, el de Yulen, el vínculo más grande que tenía. Luego por el azul eléctrico; me contuve para no tocarlo, era mejor no entrar en la cabeza de Acua, no cuando la pobre tenía demasiadas cosas en las que pensar. Al fin llegué al que buscaba.
El verde hoja brillaba de manera floja. Asia estaba lejos, pero de todos modos me podía comunicar con ella sin problema. Agarrando el vínculo, le mandé un mensaje mental, uno en el que le explicaba lo sucedido. Estuvimos entrenando con Asia para poder recibir mensajes de todos nosotros; era una manera más fácil de comunicarnos, de saber cómo estábamos y en qué situación nos encontrábamos.
Era una ventaja, pues en caso de guerra podíamos transmitir mensajes a larga distancia, del mismo modo que sabíamos cuando uno de nosotros estaba herido. Todos estábamos unidos por la fuerza de la naturaleza, por eso nos conectaban tanto nuestros poderes como nuestros vínculos. No tardó en llegarme la respuesta, era un: "¿Qué demonios...?" de Asia, pero al saber que lo iba a hacer, sonreí.
—Conejito, no te pongas nervioso, ahora, contempla la maravilla que va a suceder —dije con una gran sonrisa. Anna me miró incrédula, sin comprender lo que estaba diciendo, pero solo me callé.