La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Capítulo 6

El camino por el bosque se me hizo pesado; cada paso que daba me costaba más respirar

El camino por el bosque se me hizo pesado; cada paso que daba me costaba más respirar. No recuerdo cuándo Anna y yo descansamos ni cuánto tiempo llevábamos sin comer, pero, al parecer, a nuestros estómagos no les importó. Nuestra mente estaba más pendiente de lo que nos esperaba en la corte de los genios, algo que no habíamos previsto. No teníamos un plan, ni siquiera sabíamos qué día era, cuánto tiempo había pasado o cuándo habíamos comido por última vez. Quizás eso nos estaba pasando factura, pues nuestros movimientos, que antes eran rápidos, ahora eran lentos y torpes. La cabeza me daba vueltas y sentía la imperiosa necesidad de pararme, de sentarme, pero era un lujo que no me podía permitir en estos instantes.

Nosotras dos debíamos enfrentarnos al rey de los genios. No es que fuera precisamente un ángel, ni mucho menos. Era conocido por su maldad y su astucia, por su capacidad de manipular a las personas para que hicieran lo que él deseaba. Era un ser sin escrúpulos, muy despreciable. Había oído rumores de lo que solía hacer a sus enemigos: los humillaba, los torturaba y después los mataba. Muchos aseguraban que, cuando había algún tipo de ejecución, todos los habitantes de la corte se reunían para contemplar esa escena. Morbosos, sin duda, sádicos como ellos solos.

Nosotros no habíamos llegado a ese extremo. Había reyes que mostraban su poder mediante ese tipo de humillaciones y otros, como mis padres, que preferían acabar con el enemigo de forma rápida, sin hacerle sufrir. No comprendía si eso era lo correcto. No sabía si, en realidad, lo que hacía el rey de los genios era lo que debíamos hacer como reyes. Pero, sin duda, la mera idea de ver a alguien siendo ejecutado me provocaba náuseas y hacía que mi estómago se revolviera.

El rey del bosque nos miró con cierta duda en los ojos. Algo dentro de él le decía que no nos acompañara, que nos estaba condenando a ir al matadero. Lo que él no sabía es que, aunque no nos ayudara, hubiéramos encontrado la manera de ir. Lo malo es que debíamos ir a pie. Si hubiéramos podido, habríamos optado por ir con los familiares, pero el aire nocivo que había desprendido el bosque en su momento había hecho que Purpurina y Beam casi se estamparan contra el suelo.

No podía permitir que mi familiar tuviera que aguantar eso. Muchos consideraban a esos seres como sus armas y los usaban simplemente para satisfacer más su poder, pero yo no podía. Recuerdo cuando me dieron a Beam. Apenas tenía cuatro años. Mi madre apareció con una gran sonrisa y me tendió el huevo. Era hermoso, rojo, con remolinos naranjas. Incluso pude sentir el poder, el vínculo que me unió a él. Mi madre me otorgó el cuidado de mi familiar. Me dijo que los familiares eran espíritus que se vinculaban al elemental para incrementar su poder. Yo apenas podía manejarlo. Me pasaba horas entrenando con Jormunad. Me pasaba noches y días practicando mi poder, pero apenas era una niña y era un poder demasiado inmenso para mí.

Pero, cuando Beam nació, sentí que ya lo quería. Cuando sus ojos rojizos y su pequeño cuerpo de fuego me miraron, supe que él no iba a ser mi arma, sino mi compañero.

Lo convertí en parte de la familia. Mi madre me acusaba de tenerlo demasiado consentido, por eso tardó en madurar. Hoy en día, era considerado el mejor de los familiares y el líder de todos ellos. Había reuniones extrañas entre ellos. No me quería imaginar lo que pasaba allí. Un montón de familiares reunidos, aportando cosas que desconocía. Nunca se lo pregunté; era su privacidad y cosas de estado, por eso siempre me mantuve al margen.

—Ya casi hemos llegado —la voz del conejo me sacó de mis pensamientos, o mejor dicho, de mis recuerdos. Asintiendo, vimos que llegamos al final del bosque.

Pudimos ver una neblina turbia que ondeaba al son del viento. Parecía que caía al suelo, engullendo todo lo que había a su paso. Ese tipo de conjuros me llamaba la atención. La niebla muy rara vez era así, pero, cuando la hacía una bruja o una maga, solía ser más peligrosa, más letal.

La gente más débil de mente no podía acudir a las nieblas creadas por dichos seres; eran consideradas la niebla de las pesadillas. Recreaban tus peores miedos y hacían que enloquecieras. No sabía cómo Asia y Aston pudieron entrar en el bosque maligno. No comprendía. Solo pensar en las atrocidades que tuvieron que vivir me generaba cierto respeto. Ahora mismo éramos presas fáciles, pues estábamos debilitadas, pero debíamos echarle valor y fuerza, así era como se comportaban las futuras reinas.

—Vale, aquí ya seguimos nosotras... Recuerda —este asintió: —Si tardáis más de dos días, silbaré —dijo apenado. Cuando nos miró, sus ojos escarlatas eran puro fuego, intensos—. Os deseo suerte, espero que consigáis lo que buscáis —desapareció en la oscuridad del bosque.

Anna y yo nos miramos, asentimos y nos adentramos en la niebla. Esta enseguida respondió. Una fuerza sofocante hacía que nuestro corazón latiera con gran intensidad. Tuve miedo de pensar que se me iba a salir, pero me contuve; perder el control solo nos crearía más problemas de los necesarios. Andamos con cautela, con cuidado. Nuestras armas ya estaban en nuestras manos, nuestros sentidos puestos en el ambiente, todo listo, todo preparado, pero había algo que me inquietaba.

La niebla se hizo cada vez más espesa, impidiendo que pudiéramos ver. Se había transformado en una cortina de humo, dificultando nuestra orientación. Maldiciendo, me di cuenta de que, si me descuidaba, perdería de vista a Anna, por eso la cogí suavemente de la mano. Agarradas, seguimos caminando.




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