Me levanté al sentir los rayos del sol filtrándose por la ventana. Con un gruñido, me incorporé en la cama y examiné todo a mi alrededor, un tanto aturdida, o mejor dicho, desorientada. Mis ojos fueron directamente hacia la bolsa de viaje que descansaba en el baúl, donde guardaba los vestidos junto con las joyas. Suspirando, me quité la manta y me acerqué a la ventana. Todos en Estron ya estaban preparándose para afrontar el día; todos dependían de mí, de que yo hiciera bien mi papel como princesa.
Era duro, algo que, sin duda, no deseaba tener que hacer, pero debía ser consciente de que ser princesa significaba eso: tener que dar tu vida por el pueblo, así como lo hizo mi hermano. Despojándome de mi vestido para dormir, me coloqué unos pantalones de cuero que estaban bien colocados en la cómoda. Trenzándome el cabello, salí del cuarto y vi cómo todos los sirvientes iban de un lado a otro, ultimando los detalles de mi partida.
Caminé por el pasillo y miré por las ventanas; me encantaban las vistas que teníamos. Entonces, me detuve. Fruncí el ceño al ver a Anna en el jardín. Su aspecto no era el mejor. Su piel estaba pálida, y heridas decoraban sus brazos, algunas recientes y otras antiguas. Vi cómo sus ojos grises carecían de brillo y unas grandes ojeras se formaban debajo de ellos.
Me di cuenta de que había un pequeño torbellino frente a Anna. En ese momento parecía que ella estaba desafiando ese elemento. Curiosa, la observé con atención. Sus movimientos eran ágiles a pesar de las pesadas cadenas que le dificultaban caminar; aún así, no cesaba su esfuerzo. Se adentró en el torbellino, permaneciendo allí un buen rato. Movía las manos intentando que el torbellino siguiera su ritmo. Lo logró durante dos minutos, pero luego fue expulsada y lanzada contra un árbol. Vi cómo el árbol detrás de ella se incendiaba.
Estaba a punto de moverme cuando la vi tomar su espada. Con rapidez, se hizo un corte en el antebrazo y dejó caer gotas de sangre en el suelo. Otra vez el torbellino, otra vez se adentró y otra vez fue expulsada. Como antes, tomó su espada y repitió el mismo proceso.
Apresuradamente, esquivé a los sirvientes que estaban decorando la sala. Casi una duende se cae, y me disculpé mientras salía apresuradamente al exterior. El cálido aire de Estron me azotaba con ferocidad; ese era el inconveniente de vivir en un reino donde el fuego dominaba todo.
Bajé corriendo los escalones y fui directamente hacia ella. Automáticamente, tomé su muñeca impidiéndole hacer otro corte. En ese momento, estaba furiosa con ella, furiosa por lo poco que se valoraba y por ser capaz de hacerse daño; me repugnaba. Debía proteger su cuerpo, no permitir que se dañara.
—¡¿En qué estás pensando, Anna?! ¡Te podrías hacer daño!
—¡Déjame! Necesito hacerlo otra vez, por favor, necesito hacerlo —vi desesperación en sus ojos y en su voz. Algo me decía que era su manera de probarse a sí misma, pero no sería hoy, no de esta manera.
La tiré al suelo; forcejeó un poco, pero fui más fuerte y la inmovilicé. Sobre ella, la miré con furia; no me gustaba lo que estaba haciendo. Esas técnicas podían ser peligrosas, demasiado peligrosas, y dado su estado actual, podía ser incluso mortal.
—No te das cuenta de que así te estás lastimando —dije entre dientes. Ella apartó la mirada, lo que me enfureció aún más.
—Fire... necesito hacerlo bien... necesito hacer algo bien —me miró de nuevo, pero esa mirada llena de dolor me hizo retroceder.
No entendía la presión a la que estaba sometida; no sabía qué pretendía lograr lastimándose de esa manera, solo para invocar un torbellino. Era incapaz de ver que si ella salía herida, el efecto que deseaba lograr se veía perjudicado.
—Lo estás haciendo bien, Anna. Solo ten paciencia —intenté sonreírle, aunque sabía que eso no resolvería nada.
—No lo entiendes, tú puedes controlar tu poder, pero yo no, Fire. Y si no lo controlo, ¿qué clase de reina sería? ¿Qué futuro le espera a mi reino? —dijo, señalándose las heridas. Se sentó en el suelo, con las rodillas pegadas al pecho, y un sollozo se apoderó de ella.
—Por mucho que entrene, por muchas heridas que me haga, por mucho que haga mil cosas, no lo controlo, no puedo hacerlo... me da miedo mi elemento, me da miedo lo que puede hacer —dijo, secándose las lágrimas con rabia.
De su brazo, la sangre empezó a resbalar. Rápidamente, cogí un paño de mi bandolera y se lo ate; no curaría mucho, ya que no tenía propiedades curativas, pero al menos detendría la sangre e impediría que se formara un tornado más grande.
Entendía los sentimientos de Anna, comprendía su desesperación al haber hecho esa locura, pero seguía sin ser la solución. El problema de Anna era que debía dejar de tener miedo a su elemento, enfrentarse a él, mostrarle quién mandaba, pero estaba tan cohibida que incluso su elemento le impedía avanzar. Me habría gustado decirle algo, cualquier cosa para hacerla sentir mejor, pero no era buena con las palabras.
Carecía de esa habilidad. Mi madre siempre me decía que debía vigilar mis palabras porque había personas que podían malinterpretarlas.
Quizás era cierto y debía hacerlo. Por eso, me mantuve callada, temí decir algo que hundiera aún más a Anna. Ya tenía suficiente peso sobre sus hombros como para añadirle palabras duras por mi parte.
Ella nos admiraba, veía cómo le brillaban los ojos cuando veía a Acua utilizar su poder, o cuando lo hacía yo. Deseaba tener esa habilidad, esa capacidad de dominar el elemento que tenía dentro, pero, para su desgracia, el elemento que habitaba en ella era demasiado poderoso, mucho más que el mío o el de Acua. Según la leyenda, el elemento del aire era el único indomable, ya que el espíritu del elemento se había negado a reencarnarse en persona, haciendo que todos sus portadores cayeran en la locura.