La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Capítulo 11

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La casa de Dagdas era hermosa, demasiado hermosa. Las paredes y los suelos eran de madera del bosque de las hadas, considerado el material más fuerte y resistente. Había un sillón de terciopelo blanco y una hermosa alfombra negra cubría el suelo. La chimenea tenía forma de sombrero, y las llamas le daban un aspecto cálido. Las ventanas ovaladas estaban cubiertas con hermosas cortinas de seda blanca, y enredaderas subían por las paredes, llenando el espacio de vegetación. Unas escaleras de madera seguramente llevaban a la habitación donde dormía Dagdas.

La cocina era espaciosa y luminosa. Un caldero de metal negro descansaba en otra chimenea, esta vez en el suelo, avivada por las piedras del reino de Estron. Eran las mejores para los días de invierno, que solían ser duros en Cagmel, por eso mi reino proporcionaba unas piedras negras que provenían del volcán de las Mil Llamas, un sitio que, para mi gusto, era mejor evitar.

Dagdas nos señaló que nos sentáramos en los sillones. El perro de las sombras estaba acurrucado en una cama elevada, formada por ramas entrecruzadas que creaban una hermosa rosa, y en la cima de esta estructura estaba la cama negra donde descansaba el perro. El sitio era agradable; se respiraba paz y tranquilidad. Además, tenía un hermoso jardín en la parte trasera donde cultivaba todo tipo de plantas típicas de Cagmel. En otras palabras, era una casa humilde que me encantaría tener.

Tendiéndonos una taza de té, Dagdas nos miró, dudoso. Era la primera vez que veníamos a su casa, bueno, era la primera vez que incluso hablábamos con él, pero dado que éramos de la realeza, estaba obligado a recibirnos aunque no le agradásemos. Era una ventaja para los reyes y princesas de las distintas cortes y reinos, pero una desventaja para los civiles.

Sentándose en el sillón, siguió mirándonos, esperando a que le dijéramos algo. Paciente, esperó a que termináramos nuestra taza de té. Aunque la angustia se estaba apoderando de mí por los nervios y me costaba articular palabra, hice un esfuerzo. Suspirando, miré con determinación a Dagdas y dije:

—Necesitamos tu ayuda.

—Os escucho —respondió esbozando una gran sonrisa.

Le conté más o menos la historia, omitiendo, claro está, algunos detalles que consideraba irrelevantes. La cara de Dagdas era un poema; estaba para enmarcarla, era muy graciosa. Tuve que hacer un esfuerzo por no reírme ante lo expresivo que era este chico. Sin duda, sería la típica persona que me caería bien al instante.

—¿Es una broma? —Negamos con la cabeza. Él se pasó las manos por el rostro. —Me estáis diciendo que una secta está planeando una revolución contra las cortes para encontrar los objetos sagrados y despertar a los dragones? —Asentimos. Se mordió el labio y movió la cabeza, procesando todo mejor.

—Esto es un caos. ¿Por qué quieren despertar a los dragones?

—Fácil, quieren acabar con Cagmel. O quieren gobernar ellos. Desconocemos quiénes son. No aparecen en los libros de historia, y nadie nos da mucha información sobre ellos. Supongo que han hecho bien las cosas, no han querido dejar huella en la historia... de momento —procesé todo lo que estaba diciendo en mi cabeza.

Tenía sentido, o al menos yo lo veía así. Despertar a los dragones podría hacer que se volvieran historia. Era gracioso. Las personas siempre querían ser grandiosas, destacar, mostrar lo poderosos que eran. Todos éramos ambiciosos, siempre deseábamos estar por encima de todo el mundo. Era la naturaleza de los seres vivos, y los seres de Cagmel eran los peores. Había visto cómo muchos de ellos habían cometido masacres por meras tonterías, por celos, por envidia. Eran seres llenos de maldad, y eso no era discutible.

—¿Por qué me estabais buscando? —preguntó nervioso. Sus mejillas se ruborizaron.

No sabía cómo empezar. Hay mil formas, mil maneras; podría ser más sutil, podría ser directa, podría ser muchas cosas. Pero en estos momentos, los filtros y las sutilezas no eran una opción, ya que estaban en juego muchas cosas, y no sabíamos cuánto tiempo teníamos. Es difícil saber que la vida de muchas personas depende de ti. Es un gran peso, como un fantasma que te envuelve y te coloca cadenas que impiden que puedas dar pasos rápidos, solo lentos y meticulosos, pendientes de todo detalle, con el propósito de poder hacer las cosas bien, como deben ser.

Mi madre me decía que ser reina no era simplemente sentarse en un trono, lucir una corona, llevar un vestido bonito y dar órdenes. No, era mucho más. Debías pensar por muchas personas; tus acciones no solo te perjudican a ti, sino también a tu reino. Todo lo que haces está vigilado, esperando a la mínima para atacarte sin compasión. No hay margen de error. Así de sencillo: era eso o acabar siendo la reina de nada.

—Necesitamos encontrar una vidente. Necesitamos saber qué es lo que busca la secta, saber si han encontrado los objetos que necesitan, y también necesitamos alguna alternativa, alguna ayuda para saber dónde empezar —dije con decisión. Se quedó pálido y nos miró a todos.

Comprendía que para él era demasiado. Si usaba su poder para localizar a una vidente, posiblemente sería inmediatamente atacado. Hay seres cuya raza desconozco que son cazadores expertos en videntes, considerados feroces. Han atrapado a muchos de ellos, al igual que a euterpes. Si él usaba su poder, dejaría un rastro de olor mágico, lo que haría que los cazadores fueran a por él.




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