El sitio era hermoso, demasiado hermoso. El mar era inmenso, iba más allá de mi vista. Podía ver pequeños barcos que navegaban sin problema. La arena cubría la mayor parte del lugar. Era mágico, demasiado mágico. Había árboles de gran estatura donde podía divisar una especie de fruta marrón. No pude evitar hacer una mueca. Las personas paseaban tranquilamente, sus ropajes eran muy escasos. Las mujeres iban con una especie de tela que le cubría el pecho y sus partes intimas, esa tela era de diversos colores, y estaba anudada en su cadera. Oí, el sonido de algo que hizo que me sobresaltara. Al girarme vi una especie de máquina grande, metálica, que andaba a cuatro patas y sacaba humo de la parte trasera.
Pitidos de esas máquinas hicieron que me tapara los oídos, era molesto, muy molesto. Lo peor es que, dentro de esas máquinas, había personas, personas igual de diversas que la tela que llevaba las mujeres, podía ver que sostenían algo en la mano, era redondo y negro y que, continuamente, apretaban provocando ese pitido tan molesto. Entonces lo sentí, sentí el olor a humano. Arrugué la nariz, haciendo que la vidente se riera ante mi gesto.
No es que tuviera problemas, pero es cierto, que, mi parte sobrenatural no aguantaba el olor a humano. Era algo que mi cuerpo me recordaba. Todos los seres teníamos nuestro olor, nuestra fragancia tan característica. Desde que era pequeña me habían dicho que los humanos olían a muerte y a destrucción, no lo negaba, pero tampoco lo afirmaba. Había visto a seres más crueles que los humanos, mucho más crueles, capaces de hacer atrocidades que, sin duda, le hubieran dado un lugar en escala de destrucción.
Daba igual humano o no, todos éramos seres vengadores, con ansias de poder, ¿Qué nos diferenciaba de los humanos? ¿La apariencia? ¿Los poderes? No lo sabía, pero, lo que sí que sabía que, tanto los seres de Cagmel como los humanos éramos seres despreciables que merecíamos la extinción. Hace eones, cuando Helios y su hermana crearon el mundo de Cagmel, habitaban humanos. Seres mágicos y humanos habitábamos en el mismo habitad, respetándonos y ayudándolos, pero, como era habitual, no quería solo eso, querían más y provocaron una guerra que hizo que exiliara a los humanos a otra parte del mundo.
La historia era verdaderamente de lo más interesante, pero, el leer libros relacionados con los humanos no habían captado mi atención, sinceramente, me eran completamente indiferentes, ellos, pero su olor, ese maldito olor me asqueaba. Recuerdo el día que conocí a Asia. Su olor era una invitación a los seres del internado a que le atacaran. Cada célula y parte de ella olía a humano. No le culpaba, se había criado con ellos, por eso, era lógico que su olor se pareciera al de los humanos, pero, había un matiz que no pasaba desapercibido, un matiz que me indicó solo con verla que no era del todo humana.
Su olor era bastante característico de los seres de Astra, pero, nadie se paró a pensar en eso, nadie se paró a pensar en que, cada vez que ella andaba por los pasillos, estaba andando la futura reina de Astra. Aquellos que le habían herido habían acabado arrodillados pidiendo clemencia. Yo contemplé esa escena. Unas brujas quisieron atacarla. Una lo consiguió, pero fue inmediatamente mandada al pozo mágico. Sus hermanas fueron a palacio, temerosas de que, aun la ira de Asia no fuera aplacada y que volviera a destruirlas.
Recuerdo la mirada indiferente de Asia, como escuchaba las súplicas y las imploraciones de las brujas. Fue una escena bochornosa a la par que divertida. Ella se mantuvo callada todo el tiempo, tanto tiempo que pensé que no iba a hablar más, pero, cuando la bruja terminó con su discurso, se apresuró a ir a por ella y le dijo:
—Tú, un ser mágico, con grandes poderes, rogando a mí: Una híbrida con mitad humana... Sin duda... Estoy disfrutando viendo como te arrastras.
Entonces lo vi, el brillo malicioso, la sonrisa mezquina, en esos momentos Asia estaba dejando entrever su parte de elemental, su parte como habitante de Astra. En mi mente se quedó grabada el rostro de la bruja, asustada, temerosa de que le hiciera algo, pero, en esa ocasión, tuvo suerte, pues la parte humana de Asia gano y le dejó libre.
A mí no me pareció bien. Siempre he sido partidaria de que, quien te haga algo, se lo debes devolver con la misma moneda. Suena cruel, sí, pero así me habían enseñado y así veía las cosas.
La vidente estaba demasiado callada para mi gusto. Contemplé como las personas nos traspasaban, éramos fantasmas y nadie se percataba de nuestra presencia. Eso en cierta manera me gusto, quizás porque podía ver desde esta perspectiva como era los humanos.
—¿Sabes por qué te he traído aquí? —negué con la cabeza. Sabía que era una visión.
Algunos detalles estaban distorsionados, no por la vidente, sino por mí. Mi mente no daba de más para captar los pequeños detalles que envolvía el sitio. No es que captara mi atención. Todo lo que tenía que ver con los humanos en cierta manera me era indiferente.
—Aquí, este sitio, vive alguien que tiene la respuesta a todo lo que estás buscando. Un ser especial, un ser mágico. Es una combinación de dos armas poderosas, pero al mismo tiempo frágiles. Sabes lo que son los ¿Toiremes?
Me quedé pensativa. Me sonaba en el nombre de ese ser. Lo tenía en la mente, pero no me funcionaba. Me maldije por no poder acceder a la información que deseaba obtener. Mirando a la vidente tuvo que verlo en mi rostro, pues, con una sonrisa tierna me dijo: