El camino fue en completo silencio. La presencia de Orlock nos hacía sentir incómodos, no éramos nosotros mismos. Podía apreciar las miradas furtivas que le lanzaba Aston a Orlock, como apretaba los puños con fuerza, asqueado de tener que compartir este viaje con un vampiro. Asia intentó tranquilizarlo en varias ocasiones, pero de nada sirvió, pues el lobo estaba demasiado pendiente del intruso que se había aventurado con nosotros. Anna ni siquiera lo miraba y Acua se había dedicado a estar pegada a Anna como una lapa, como si no quisiera que él se acercara a ella.
Había algo que desconocía. La mirada de horror de Anna y como había reaccionado Acua, me decía mucho de la clase de relación que tenía el vampiro y ella. Una parte de mí le quería expulsar del grupo, no lo quería, algo me decía que no era trigo limpio y yo tendía hacerle caso a mi instinto, si algo no me fallaba era eso, el instinto, ese instinto tan característico de los dragones. Deseaba estar confundida, pero, el vampiro desprendía un aura de soberbia que me asqueaba de sobremanera. Intenté mantener la calma, no era el mejor momento para montar una escena, pero, esa sensación se incrementaba con cada minuto que pasaba con él.
La fama del vampiro no era la mejor. Había oído incontables historias de Orlock, cada cual, peor que la anterior. Si Yulen tenía mala fama por sus excesos y su estilo de vida, Orlock era peor, mucho peor, tanto que nadie se quería acercar a él. No entendía por qué el padre de Anna quería que su hija contrajera matrimonio con un ser como él, pero es que no podía decir nada, no podía hacer nada. Si estuviera en mis manos, sin duda, por como había reaccionado Anna, le hubiera alejado todo lo que pudiera y más de él, pero no podía cambiar la decisión del padre de ella, aunque lo deseara con fuerza.
Dagdas se había dedicado a tocar la flauta que llevaba con él, intentando amainar la tensión que se había formado en la atmósfera, lo consiguió, como era de esperar, de un euterpe. Al final, llegamos a un sitio muy aislado, cerca de las tierras malditas, una zona que no era recomendable ir. Aquí se escondía la escoria de Cagmel, los mercenarios que trapicheaban con ciertos artilugios mágicos.
Era una zona antigua. Las casas se caían con solo mirarla. El suelo de piedra estaba agitado, creando grandes agujeros que impedía que pudiéramos dar un paso decente. Las casas eran de madera, pero, aquella madera estaba podrida. El moho subía como espiral por la pared, las ventanas, la mayoría, estaban rotas. Los pocos habitantes que había allí nos miraban desde la seguridad de su casa, sin acercarse, cerrando las ventanas cuando, alguno de nosotros nos dábamos cuenta de que nos estaba mirando.
Pequeños puestos ambulantes decoraban cada rincón del sitio. La mayoría de cosas que vendían eran ilegales. Habíamos venido por aquí, porque sabíamos que había un viejo portal al mundo humano que usaba estos habitantes para ir a dicho mundo y robar los objetos y así venderlos por precios desorbitados.
Las personas que habitaban en este sitio, eran zombis, sí, zombis de verdad. Sus pasos lentos, su piel verdosa, su mandíbula desencajada, su capacidad de desmontarse con solo verle, y su escasa inteligencia. Este lugar fue creado por Atenea, quien, furiosa porque una de sus sacerdotisas se acostó con Zeus, la maldijo y con ella a todos los descendientes y a todas sus criaturas creadas con lo que eran ahora. Era horroroso, un castigo doloroso a la par que humillante.
Vi como una pobre mujer se le cayó un brazo. Aparté la mirada, noté un gran escalofrío, pero la curiosidad era mayor y de nuevo la miré, vi como se colocó el brazo y siguió andando con su ropaje hecho jirones. El hedor a vómito y a otras sustancias que desconocía hicieron que arrugara la nariz. No comprendía que habían hecho estas personas para merecer este castigo, y solo, por la ira de una diosa, pero, no me sorprendía, los dioses habían hecho locuras, ellos sabían que, en la escala de poder, ellos estaban por encima, ellos eran nuestros creadores, pero, a pesar de eso, a pesar de ser poderosos, muchos de nosotros habíamos logrado que se durmieran, que no volvieran hacer de las suyas.
—Son totalmente como en las películas que dan en el mundo humano sobre los zombis. Son asquerosos, y dan miedo.
—Son inofensivos, son cobardes por naturaleza. Además, un zombi no tiene grandes habilidades y se desmontan cuando les miras. Mi manada y yo intentábamos ayudarlos, le dábamos suministros —dijo Aston pasando un brazo por el hombro de Asia, pegándole hacía él, lanzándoles gruñidos a los zombis que miraban a Asia con demasiado interés.
Asia se aferró a Aston. Podía oír su suspiro, como si estuviera en el sitio adecuado, a pesar de que las circunstancias no eran las mejores. Divisé como brillaba el anillo que llevaba en el dedo. Era precioso. Aston lo mandó hacer acordé a las marcas de emparejamiento que tenía. Era una hermosa luna, rodeada de flores. Simple, pero precioso.
—¿Cuándo es la boda? —me atreví a decir. Noté como Acua se ponía tensa a mi lado. Sus dedos temblaban y yo maldije.
Detestaba que no abriese los ojos, que se diera cuenta de que Asia ya tenía compañero y que no lo iba a dejar por nada del mundo, pero claro, algo que teníamos los seres mágicos que los seres humanos no tenían es que, nuestros sentimientos perduraban por siglos. Una persona podía amar a una persona hasta el último día de su aliento, y otras podían guardar rencor a otras.