Siempre he tenido curiosidad por los sentimientos que albergan los humanos muy dentro de ellos. Veo la ira y la reconozco, veo la felicidad y también, pero, el miedo, el miedo que siente los humanos es raro, distinto, difícil de entender. Los seres mágicos tenemos otra percepción del miedo, del terror.
Los niños humanos se asustan por el monstruo que habita debajo de su cama o eso es lo que me ha contado Asia, pero, los niños de Cagmel, se enfrentan a ese miedo. Si un niño de mi mundo le dice a su padre o madre que tiene miedo al monstruo de debajo de su cama, sin duda, le otorga un arma y si aún así, le tiene miedo, son capaces de ejercer daño para que remplace ese miedo por otro peor; el miedo a sus padres.
Nunca he experimentado eso, mi madre ha sido muy diferente a lo que es normal en Cagmel, nosotros, cuando teníamos miedo, lo que nos decía es que le pidiéramos protección a los dioses, que pidiéramos fuerza, pero, eso solo eran ideas absurdas que nos metía en la cabeza con la mera idea de que, si pensábamos eso, si pensábamos que alguien nos aguardaba y nos protegía del monstruo de debajo de la cama, nos sentiríamos más seguros, más protegidos.
Mentira. Con el tiempo aprendí que era mejor tenerle miedo a los dioses que a los monstruos inexistentes que habitaban supuestamente debajo de nuestras camas.
Ellos eran los verdaderos monstruos, ellos era lo que debíamos tener miedo no a los monstruos que se alimentaban de las pesadillas de los niños para que ellos pudieran dormir plácidamente, ¿te esperabas eso? ¿ a qué no? Los seres que habitualmente habitaban debajo de las camas de los niños de Cagmel eran seres de una gran bondad que engullían las pesadillas de los niños para que pudieran tener un placido sueño, en cambio, los dioses eran capaces de usar esas pesadillas y usarlas en tu contra para incrementar ese miedo, ese terror.
Así es como veía a Asia, siendo presa de los dioses, siendo un juguete absorbido por la malicia de esos seres tan majestuosos, usando sus verdaderos miedos, terrores, para hacerle más pequeña más vulnerable. Veía como paseaba de un lado a otro, su cara, esa expresión esa que había sido hermosa, un calco de su madre, se hallaba descuadrada, con el miedo reflejado en ella.
Se acariciaba el medallón que le dio Holden antes de irse al mundo humano, lo acariciaba con suavidad, con cuidado, como si temiese que se rompiera. Percibí como emitía pequeños suspiros, como si eso le tranquilizara. No supe que hacer, en esta ocasión, no podía ser un arma que acallara ese miedo, ese temor, solo podía mirarla, apoyarla de la mejor manera que podía.
—No sé si lo podré hacer —era una frase, una única frase y como lo dijo, sentí en ese instante como Asia se rompía en mil pedazos.
Andábamos por las calles de aquel extraño lugar.
Las miradas curiosas de los humanos captaban mi atención, las sonrisas lujuriosas que nos lanzaba a Asia y a mí me hacían desear sacar el arma que tenía escondida y apuntarle con ella, pero me contuve, no podíamos hacer un escándalo, no al menos hoy.
Asia me había dicho que era mejor ir como los humanos, el ir en familiar o usando los poderes levantaría sospechas y cosas inexplicables que eran mejor no imaginarnos. Yo había accedido, al fin de cuentas, ella entendía más el mundo humano que yo. Para mí esto era como algo que debía descubrir, que digo, ansiaba descubrir todos sus secretos, sus costumbres, su manera de vivir, y no estaba mal empezar hacerlo andando a casa de Melany.
—Claro que lo podrás hacer, además, seguro que si le explicas la situación...—me callé, era obvió que, Melany no se iba a creer una palabra que dijera Asia como era lógico.
Los humanos o los que se habían criado con humanos eran propensos a no creer en esas cosas. Desde que son unos niños les suelen decir que los seres mágicos que la magia no existe, cuando en realidad, muchos de ellos o quizás todos, tienen una pizca de magia en su cuerpo, al fin de cuentas, la tierra fue antes de nosotros que de ellos, pero, no por ello podíamos ser crueles e infringirles miedo con esas cosas, ellos eran felices en su ignorancia y nosotros eramos infelices en nuestra realidad, así de sencillo.
´—¿Tú crees que me creería? —preguntó con una sonrisa triste. Negué con la cabeza, no le podía mentir, no a ella al menos:—Me lo imaginaba, pero aún así, una parte de mí deseaba que dijeras que sí, ¿sabes? Una parte de mí quería que me hubieras dicho lo que quería oír —suspiró. Le pasé el brazo por sus hombros y le deposité un beso en la cabeza.
—¿Por qué? —pregunté con curiosidad, porque en realidad tenía curiosidad.
—Porque, siempre que dices algo, haces que parezca posible. La energía que tu tienes, sin duda, hace eso, que, cuando pensamos que no lo conseguiremos, que es imposible de realizar, con una palabra tuya haces que suene que todo lo que nos propongamos es posible —dijo sonriéndome. No pude evitar sonrojarme.