La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Capítulo 22

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Todo se paró por un segundo. Las palabras de aquel ser, o mejor de aquel dragón me habían dejado desconcertada, dudosa. No me creía lo que mis ojos estaban viendo, después de tanto tiempo de extinción, aquí estaba, un dragón, vivo, prisionero de un espíritu del lago. No quería pensar como había acabado aquí, como había llegado hasta el mundo humano y había caído en las garras de aquel ser, pero, el verlo, hacía que algo dentro de mi se activara, como un recuerdo.

"Tenía cuatro años, estaba jugando en los jardines de palacio con unas hadas del fuego, cuando, oí el jadeó de una de ellas que se iba apresuradamente. No entendía en ese momento que estaba pasando, porque el hada se había ido sin razón aparente, pero, de repente, las trompetas de palacio resonaron. Sabía que eso significaba que, los que se habían ido a la batalla habían

vuelto. Yo estaba emocionada, mi hermano ya estaba en casa después de tanto tiempo.

Corrí, corrí apresuradamente. Me adentré en el castillo y me colé por el medio de los guardias que me miraban extrañados, pero me daba igual, yo solo quería abrazar a mi hermano, había vuelto vivo, eso solo era motivo de celebración. Yo estaba eufórica, saltaba de un lado a otro, esquivaba las manos de los guardias que se apresuraban a cogerme desesperados porque nada

me pasara, pero, mi mente solo estaba pendiente de que quería ver a mi hermano.

Fue entonces cuando las puertas se abrieron, mi madre ya estaba enfrente, igual de eufórica que yo. Varios guardias escoltaron a los solados hasta dentro de la casa. Algunos venían heridos, otros mutilados, y otros intactos, mi hermano era de los del último grupo. Iba con su armadura, esa que le regaló mamá y esa en la que le hice el dibujo que llevaba con orgullo.

Junto a el estaba una chica de cabello blanco como la nieve y ojos azules, me recordaba en ese entonces a las ninfas del hielo, a la reina del hielo, pero no era ella. Podía divisar en sus dorsos de las manos escamas azuladas y en su cabello se podía apreciar algún que otro cabello grisáceo, era hermosa, y poderosa. Sabía quien era, Jormunad me había hablado de ella se llamaba: Nivalis la dragona del hielo, la dragona de Fubuki, su guardiana.

A su izquierda había un joven de cabello dorado, de reflejos anaranjados y ojos verdes como esmeraldas, su piel era bronceada y poseía una sonrisa picara, de victoria. También lo conocía era: Aerion el dragón de Freston, el custodiador de los aires. Detrás de él se encontraba un hombre alto, esbelto, de semblante serio, de cabello arena y ojos marrones claros, ese era Trater el dragón de Astra, el guardián del reino de la tierra. Y por último Attor, el dragón más hermoso que nadie había visto. Había oído innumerables historias de él, de su elegancia de su poder. Era fascinante tenerlo delante, verlo así, con su expresión serena y tranquila.

Esos cinco, junto con mi hermano, formaban la gran elite de los dragones. Eran dragones que habían sido enviados y entrenados para defender los cinco reinos, eran los guardianes de los reinos, nadie estaba a salvo de ellos. Verlos así, con esa fuerza, con ese poder, hicieron que suspirara. Me encantaba los dragones, quizás porque había sido criada con ellos, una ventaja que muy pocos tenían, ya que, no todos los dragones fueran del elemento que fuera podían habitar en otro sitio que no fuera Estron.

En ese momento mis ojos fueron a mi hermano, ignoré a todos, ignoré a la gente que estaba impidiendo que diera un paso más, corrí y me lancé a los brazos de Jormunad, como era de esperar el me estrecho, me abrazó tan fuerte que ignoró mis quejas.

—Hermanito, me vas ahogar —le dije en risas, pero solo incrementó más su agarre: —Estas más hermosa de la última vez que te vi —bromeó, haciendo que le diera un suave golpe en el hombro:—Pues tu echas peste —le seguí el juego:—¿A si? —fue entonces cuando froto su cara contra mi pelo, haciendo que me quejara.

Entonces Attor, fue el primero que dio un paso hacia adelante, me miró a los ojos, y con una llamarada formó una flor hermosa hecha de cristal. Me quedé fascinada al verla y más cuando me la colocó en el pelo.

—Que tu risa sea el fuego que cautive a nuestros corazones, mi princesa —se inclinó ante mí.Fue la primera vez que alguien se inclinó ante mí. Como princesa nadie me tenía muy en cuenta pero, el ver ese gesto, hizo que me lanzara sobre él y le abracé. Al principio le pillo desprevenido, miró a mi hermano y cuando él asintió, fue entonces cuando me devolvió el abrazo.

—Eres la única cosa del agua que me cae bien —le dije con una amplia sonrisa. Él se rio, y enseguida me devolvió a mi hermano.

Fue la última vez que lo vi, hasta ahora"

Entonces el verlo delante me traía recuerdos, recueros agradables, recuerdos felices. Aún conservaba la flor que me regaló, la cuide como él en su momento cuido de mi hermano. Sentí como todas las emociones se apoderaban de mí, me consumían, y me hacían sentir impotente. Me costaba aún respirar, el pecho me quemaba y el brazo me dolía a causa de las ampollas que se formaban sin cesar por mi piel, pero, eso no era nada en comparación con el dolor que me causaba tenerlo delante de mí, era un recordatorio de cuando mi hermano estaba vivo, cuando ganó innumerables batallas, el verlo, era como un puñal en el corazón.




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