"—Jormunad, ¿existe la gente inocente? —mi hermano me miró con cariño. Acarició mi pelo con cuidado.
—Creó que sí que hay gente inocente, al igual que creo que hay gente malvada —noté como me cogía en brazos. Acomodando mi cabeza en su hombro le miré:—¿Cómo sé quien es inocente o no? —pregunté jugueteando con el pendiente que tenía en su oreja izquierda.
Se lo habían regalado mamá, cuando consiguió pasar las pruebas para ser rey de los dragones, decían que, si te daban ese pendiente significaba que eras digno de ser el rey de los dragones. Contemple la piedra rojiza envuelta con la figura de un dragón de color amarillo, que abrazaba a la piedra como si fuera suya.
—Los ojos hermanita, los ojos. Los ojos son la puerta al alma —dijo depositando un beso en mi coronilla.
Desde ese día, siempre miró a los ojos, porque, como decía mi hermano, los ojos eran la puerta al alma, y con ellos podíamos saber quien eran merecedores de un castigo"
Attor me miró extrañado. Me había quedado embelesada en mis pensamientos. Los recuerdos de mi hermano a veces venía con tanta fuerza que abrumaba, aparecían de un momento a otro, como si alguien me las estuviera mandando para mandarme señales, pero dudaba que fuera eso. A pesar de que había pasado tiempo desde la muerte de él, no lo había superado.
Aún extrañaba estar a su lado, extrañaba sus consejos, sus bromas, sus cuentos para hacer que me durmiera, extrañaba todo eso, extrañaba a mi hermano. A veces soñaba con que, lo que le había pasado no era cierta y que, aún se encontraba viajando por el mundo de Cagmel, liberando batallas y ganando todas ellas, pero, a pesar de que pensara eso, sabía que no era cierto, que él ya no estaba conmigo.
—Debemos ir más rápido, ¿puedes Attor? —preguntó Asia con evidente nerviosismo. Él le miró y sin dudarlo, fue aún más rápido de lo que me pude imaginar.
Antes de que me diera cuenta llegamos a una especie de puerta de roble de color verdoso. Podía ver como moho cubría la puerta, impidiendo que pudiera ver los dibujos que estaban tallados en ella. Me percaté de que no había guardias en la puerta, algo que no me causo buena sensación pues, eso implicaba que el rey de este sitio nos esperaba y posiblemente nos hubiera tendido una trampa.
Observé a mis compañeros por sus expresiones enseguida razoné de que ellos también habían pensado como yo, no era de extrañar, era tan evidente que, hasta un bebé se hubiera dado cuenta. Suspirando, miré a Attor, de los que estábamos presentes era el único que conocía este sitio como la palma de su mano. Pero había algo en su expresión que me indicó que algo no iba bien. Su rostro hizo una mueca de dolor, como si algo estuviera apretando con fuerza de él. Miré a todos lados, en busca de la posible causa, cuando, de repente lo divisé. Hay estaba, detrás del gran dragón, con una sonrisa cínica maliciosa, y sus ojos, esos ojos deseosos de sangre de acabar con sus enemigos.
Esto iba más allá de un ser capaz de percibir el dolor, el sufrimiento de los inocentes y hacer que fuera con él, esto era maldad pura. Eso me dio a entender de que, posiblemente este ser estuviera contaminado o como mucho maldito por una bruja. Esa duda se confirmó cuando, bajé la mirada y lo examiné, podía ver un extraño tatuaje que adornaba su brazo. Se podía ver varias esferas cada cual, más extraña que el anterior...no, no eran esferas. Forcé la mirada y vi que se trataba de runas y no unas runas cualquieras, sino de las que indicaba que, efectivamente aquel ser estaba contaminado y maldito por una bruja, ¿desde cuando las brujas aparecen en el mundo humano?
Eran los únicos seres que no se atrevían a venir a este sitio. En antaño eran las únicas que habían vivido por décadas en el mundo humano, pero, cuando la iglesia se enteró de su existencia empezaron a quemarlas, haciendo que se fueran lejos del mundo humano. Algunas eran inocentes, algunas eran malvadas, pero, todas coincidían en que querían sobrevivir. Cuantas niñas habían sido quemadas por esa secta a la que llamaban "iglesia" y cuantas habían sido obligadas a dejar todo para no morir.
—Está maldito —mascullé. No sabía si alguien me había oído, rece a los dioses para que así fuera, pero no, nadie me escuchó.
Yulen estaba mirando al espíritu, podía ver como su poder aumentaba, la rabia y las ansias que tenía de acabar con él eran inmensas y temía que perdiera totalmente el control, ahora lo estaba llevando mejor, estaba controlando el elemental que tenía dentro de él, pero, no sabía cuanto duraría, poco, ya podía percibir el aumento de su poder y lo poco que quedaba de Yulen, esto solo podía acabar aún peor de lo que me imaginaba.
"—Mías"
Era lo único que decía. Señalaba a Acua y Anna y decía eso "Mías" ¿Por qué? Quería saber, quería entender porque ese afán por ellas, porque de todo el grupo ellas. Pero algo dentro de mí me decía el porque, era fácil, eran las únicas del grupo que sufrían demasiado, ni siquiera Yulen lo hacía como ellas. Podía imaginarme el alimento que le estaba proporcionando ese dolor a esa bestia, lo que implicaba que eso aumentara su poder. Entonces, caí en que tenía que llegar a Anna y a Acua, tenía que sacarlas de la esfera.
Miré con determinación la esfera de color azulada que estaba consumiendo a Acua y Anna, podía ver como, un estela del mismo color de manera sutil cubría el aire y llegaba hasta el espíritu, estaba todo el tiempo allí, su punto débil era la esfera, debía quitar a Anna y Acua y ya destruir la esfera.