DESCONOCIDO
No sé las veces que miré la bola que tenía delante. Observé el cuerpo de la reina de la tierra, junto con la reina del agua y la princesa del aire. Se les veía mal, heridas. Una sensación de victoria se apoderó de mí. Me había encargado de que la vidente supiera que estábamos aquí, de que avisara al resto de que nosotros, los magos del círculo negro estábamos en aquel sitio. Pero mis ojos pronto fueron hacía el príncipe del hielo. Una sensación de asco y dolor se apoderó de mí. Lo veía cansado, demacrado sin fuerzas, eso debía de ser sustento necesario para alegrarme, pero hacía tiempo que no sentía nada, hacía tiempo que mi corazón desapareció dentro de mí.
La princesa del fuego estaba al lado de Holden. A pesar de que estaba lejos de aquel ser, notaba su fuerza, sentía el poder que ostentaba, era impresionante, casi hacia que sintiera algo, casi hacía que sintiera miedo, pero no, como había dicho, los sentimientos me abandonaron hace eones.
Oía el bullicio de todos mis súbditos, contemplé el pequeño pueblo que había creado, oculto, sin que nadie supiera donde estaba, protegido de todos los seres de Cagmel. Pude ver a los niños corriendo de un lado a otro, sonriendo, intentando cazar a las mariposas de cristal que danzaban en el aire. Las hadas estaban riéndose cogiendo los frutos de los árboles de cristal que brillaban con intensidad en aquella noche fría. Todos estaban seguros, todos estaban protegidos era su rey, el único que haría lo posible por protegerlos. Nadie debía saber el secreto del reino de Glacéa. No es que me importase mucho los que vivieran o los que muriese, pero todos estaban a mi cargo todos ellos querían salir a la luz, volviera a la tierra a la que pertenecían. Todos repudiados por haberse puesto de mi lado.
Nadie sabía quien éramos, ni quería que lo supiera. Los reyes de Cagmel eran asquerosos, vanidosos, sin un atisbo de bondad en ellos. Las cortes de aquel mundo estaban envenenadas, llenas de odio, rencor, ni siquiera podían aguantar en esas tierras que les había visto crecer. Pero sobre todo, la corte a la que más odiaba era a la corte de los ángeles, seres que debían morir, de extinguirse. Todos pensaban que eran buenos, que protegían a los seres más vulnerables pero eran los peores seres que había en esa tierra llena de guerras.
—Señor...los shadow quieren hablar con usted —me giré lentamente. Uno de mis leales se quedó mirándome. Vi el cansancio en sus ojos, se había dedicado toda la noche a vigilar a ese grupo que habían entorpecido nuestros planes.
—No quiero verlos, si tienen algún reclamo que lo ponga por escrito, no estoy de humor para aguantar a ese grupo de infelices —dije con aire aburrido. Haberles despertado era lo peor que había podido hacer.
—Como deseé señor —dijo inclinando la cabeza: —Malek...descansa, hoy haré yo la guarida —dije sin apartar la mirada de la bola mágica que estaba delante de mí.
Pude oír como un grito de sorpresa por parte de aquel demonio. Ignorándole seguí prestando la atención a la bola mágica. Vi como Holden acariciaba con suavidad el pelo castaño de aquella chica o mejor dicho, de Gaia, la reina y única heredera de Astra, la princesa muerta...la princesa renacida. Fire, la princesa del fuego miraba a las tres con cierta preocupación, como si no supiera que hacer, hermosa, bella, impredecible, así eran los elemental, seres de una belleza sobrehumana, capaces de destruir el mundo si así lo quisiera, odiado por todo el mundo, y sin duda, los encargados de hacer que Cagmel progresara. Me reí con amargura. Aquel grupo tan pintoresco no podría salvar ni a una mosca, aún así lo intentaban, muy valeroso por su parte.
—Os destruiré a todos y juro que me encargaré de que no veías la luz del sol...sobre todo tú —le lancé una mirada llena de odio al príncipe del hielo:—Tú eres el peor de todos...el más débil del grupo —sin más apagué la bola que me permitía ver todo.
Bajando los escalones y al abrir la puerta, me encontré con los shadow. Sombras cabreadas, sobras inútiles. En un suspiró les hice una señal con la cabeza y se adentraron en la sala de reuniones.
—Queremos atacar, ¿Cuándo lo haremos? —preguntó el jefe de aquel grupo. Puse los ojos en blanco.
—Pronto, pronto atacaremos, tened paciencia, ellos se esperan que atacaremos pronto, están en alerta, es mejor que esperemos un poco para que no se lo esperen cuando lo hagamos.
A pesar de eso no les gusto la idea, sin más se esfumaron, dejándome solo. Todo acabara, debíamos acabar con todos ellos, y eso era una promesa, y cuando hacía promesas no las rompía jamás.