FIRE
Me levanté sobresaltada cuando escuché un quejido que provenía de la habitación. Rápidamente, hice una pequeña llamarada para alumbrar el cuarto donde estaban Acua, Asia y Anna. Aturdida, miré a la cama y grité al ver que las tres poco a poco abrían los ojos. Enseguida, los habitantes de la casa corrieron hacia la habitación, seguramente preocupados, pensando que algo malo había sucedido. Sin embargo, cuando entraron y divisaron los tres cuerpos que, poco a poco, se incorporaban en la cama, todo se volvió un caos. Dagdas fue el primero en acudir a ellas, seguido de Attor, que les ayudó a colocarse en la cama. Las tres miraban todo con cierto desconcierto. Vi la gran sonrisa que se formaba en el rostro de Dagdas y el alivio en los ojos de Attor al ver que los cuidados que les habían proporcionado habían hecho al fin el efecto deseado. Todos rebosaban de gozo al verlas despiertas, adoloridas, pero vivas.
En esos momentos, la felicidad me consumió por completo. No podía creer que ya estuvieran con nosotros. Era una sensación de alivio, paz y tranquilidad que hacía que toda la preocupación acumulada en estos días se esfumara como ceniza en el aire. No sabía qué hacer. Una parte de mí quería saltar, llorar, gritar y reír, todo al mismo tiempo. La alegría que sentía al ver a las tres sentadas, mirando todo con desconcierto, era indescriptible. Con ellas nuevamente en el campo de batalla, sentía que podíamos conseguirlo, que no estaba todo perdido, que podríamos salir de esta.
Pero debía meditar las cosas. Por culpa de mi imprudencia, casi acabamos los cinco bajo las aguas del lago, quizás sin vida o quizás como esclavos de aquel asqueroso espíritu, que esperaba se estuviera pudriendo en su propio infierno.
—¿Dónde está Melany? ¿Y Aston? —preguntó Asia nerviosa, intentando levantarse rápidamente de la cama, presa del pánico.
Hice el amago de ir hacia ella, pero Melany se adelantó y se apresuró hacia Asia, tocándola con sumo cuidado. Podía percibir en sus ojos el miedo que tenía, temerosa de que su toque pudiera romperla en mil pedazos. En ese momento supe que debíamos dejar a las dos solas; tenían mucho que decirse. A pesar de la ira que Melany sentía hacia Asia, se preocupaba por ella. Había notado las incontables noches en las que Melany se colaba en su cuarto, pensando que nadie la veía, y la había visto llorar mientras acariciaba el brazo de Asia, temerosa de que nunca se despertara. Pero lo había hecho, las tres lo habían hecho, y era una bendición, especialmente cuando teníamos a los del círculo de magia negra tan cerca de nosotros.
—Estoy aquí —susurró Melany con cuidado, esbozando una pequeña sonrisa tranquilizadora, haciendo que Asia respirara al fin.
Aston seguramente ya estaría despierto; nos habíamos encargado de él, preocupados por su estado. El vínculo era una carga terrible, todo hay que decirlo. Eran dos almas que dependían el uno del otro; no podía morir uno porque, si lo hacía, el siguiente sería el otro. Era horrible. Había visto todo tipo de vínculos: familiares, de amistad e incluso con nuestros poderes o familiares, pero ser compañero de alguien era más bien un castigo en vez de una alegría. Muchos acaban locos por culpa del vínculo, desesperados por buscar a su pareja cuando estaba desaparecida. Es como si en esos momentos no fueras tú, sino más bien algo que te controlaba, algo que te impedía realizar tu vida. Había visto enemigos vinculados y otros vínculos que llevaban a encerrar a su compañero por miedo a que algo les pasara y, por consiguiente, a él o ella. Era de lo más enfermizo.
No me quería imaginar tener un vínculo de ese estilo. Había conocido a gente que, gracias a la magia, había logrado quitarse ese vínculo. De manera inconsciente, miré a Yulen. Era el claro ejemplo de que, a veces, los vínculos de compañeros no llegaban a término. Era horrible. Aún recuerdo cuando sucedió. Yulen lloró, diciendo que le habían quitado una parte de él, que se sentía vacío, sin vida. Tenía secuelas si eso pasaba. Agradecía que a él aún no le hubiera pasado, pero era cuestión de tiempo.
—Gracias a Dios que estás bien —masculló Asia, casi al borde de las lágrimas. Ambas se quedaron mirando por un largo tiempo y, antes de decir nada, se abrazaron, sollozaron, se apretaron con fuerza, como si temieran que una de las dos se esfumara.
—Lo siento por este momento tan emotivo, pero tenemos que hablar... estamos en problemas —me atreví a decir.
Todos me miraron. Vi el miedo reflejado en ellos, como si temieran lo peor. Y estaban en lo correcto: debían temer lo peor. Especialmente sabiendo que estábamos en plena guerra, una guerra cuyo inicio desconocíamos, pero que nos iba a traer más de un problema. Mis ojos se dirigieron de inmediato hacia Melany. Ella era a quien más deseaba el círculo de magia negra. Si la tenían a ella, tendrían a una persona con gran poder, capaz de hacer que todos cayéramos sin siquiera moverse. Solo un corte, y estaríamos bailando en el inframundo con Hades. Por eso, armándome de valor, me senté en la mesa del escritorio. Analicé en mi cabeza cómo debía decírselo. Anna, Asia y Acua estaban desorientadas, sin saber qué estaba pasando, pero los demás debíamos informarles. No podíamos perder más tiempo.
Respirando profundamente, las miré a las tres con tal intensidad que se pusieron tensas e incluso tragaron saliva ruidosamente. Podía ver cómo sus manos se movían con nerviosismo, cómo les temblaba todo.