No sé cuánto tiempo llevábamos volando. Las horas pasaban lentamente, y mi ansiedad aumentaba. Mi mente aún intentaba comprender lo que había sucedido: mi hermano, la persona que creía que nunca volvería a ver, estaba a mi lado. Había cambiado demasiado. Ya no era el niño de quince años que me cargaba en brazos y me llevaba por Estron, mostrándome nuestro reino, haciendo que todas las personas del pueblo se inclinaran en una reverencia cuando él pasaba. No era el mismo chico que se ponía su armadura con el dibujo que yo había hecho o el que me traía regalos cada vez que se iba de misión. No, ahora era un hombre. Un hombre corpulento, con un semblante serio y sereno, tan propio de los dragones... tan propio de su rey que asustaba.
Era como si todos los recuerdos que tenía de él se desvanecieran, y otros nuevos tomaran su lugar, como si las imágenes que había conservado en mi mente, aquellas a las que me había aferrado con cariño y amor, se esfumaran para dar paso a otras nuevas. El que estaba a mi derecha no era mi hermano, no, era el maldito rey de los dragones, y daba miedo, demasiado miedo. No me gustaba el sentimiento que se había formado dentro de mí, como si algo me separara de mi hermano, como si ya no fuéramos nada.
Attor no había dicho nada, a pesar de que había notado la presencia de su rey; se había mantenido callado, sin articular palabra, como si no creyera lo que estaba sintiendo. Mi hermano había dicho que en este lugar había más dragones, dragones poderosos. Eso significaba que nunca, pero nunca, se habían extinguido; simplemente se habían mantenido ocultos, posiblemente esperando el momento oportuno para salir y comenzar la guerra que tanto ansiaban. Era desconcertante, pero propio de su especie.
Estaba tan absorta en mis pensamientos, en las dudas que me asaltaban con ferocidad, que no me di cuenta de que ya estábamos en la casa de Melany. Al descender, me percaté de que Yulen y Melany estaban en la puerta, mirando al cielo, como si esperaran mi llegada. El rostro furioso de Yulen me indicó que estaba enfadado, posiblemente por haberme ido sin decir nada, a pesar de saber que estábamos en peligro y que nuestros enemigos podían hacerme cualquier cosa. Apenas bajé del lomo del dragón, le sonreí con timidez a Yulen, quien, más furioso que nunca, se aproximó hacia mí.
Siempre había admirado la intensidad y la fuerza de Yulen; era una persona consumida por el odio y la desesperanza. Quizás por eso nos hicimos buenos amigos, porque ambos estábamos llenos de odio, llenos de ganas de vengarnos de aquellos que nos arrebataron lo que más queríamos.
—Puedo explicarlo —me apresuré a decir. Yulen se cruzó de brazos y me miró con una ceja alzada, acompañado de una mueca burlesca que me hizo estremecer.
Cuando hacía eso, significaba que su enfado era más fuerte de lo que imaginaba. Respirando hondo, miré a Melany en busca de ayuda, pero ella negó con la cabeza.
—Te lo has buscado —me dijo, mirándome a los ojos, lo que me hizo dirigir una mirada de evidente molestia a la rubia.
—Tengo una razón de peso por la que me fui, y no me arrepiento de lo que acabo de hacer —reté a Yulen con la mirada. Él sabía que, si yo me enfadaba, podía ser peor que él, mucho peor.
—Espero que no tengas nada que ver con el maldito volcán que ha entrado en erupción, y también espero que no hayas tenido la osadía de detenerlo, mucho menos delante de los humanos —me dijo Yulen con un tono tranquilo, aunque se notaba cómo tenía la mandíbula apretada.
—No pienso contestar a eso —dije, apartando la mirada.
—No me jodas, Llamita —dijo él, pasándose las manos por la cara.
—Tenía mis razones. Sabes que no hubiera ido si no fuera por una causa mayor. Puedo ser insensata a veces, pero eso no implica que haga las cosas sin pensarlas —mentí.
No sabía qué me esperaba en aquel volcán; había acudido porque algo me había incitado a ir, y el fuego solo se encargó de advertirme de lo que se avecinaba. Había sido una imprudencia, sí. Podía haber sido una trampa de mis enemigos, podían haber usado la magia para atraerme con la fuerza de Jormunad, podían haber aprovechado mis debilidades.
"Dile a ese chico que, si se atreve a hablarte de ese modo, cuando recupere mi cuerpo lo torturaré, lo desmembraré miembro por miembro, y aunque me pidiera piedad, no lo haré hasta que deje de respirar."
Miré en dirección a mi hermano. Mis ojos se abrieron de par en par. Jormunad no solía reaccionar como Holden; no actuaba de ese modo. Era sensato y no hacía cosas grotescas, mucho menos por una tontería como esa. ¿Qué le estaba pasando? Asustada, di un paso hacia atrás. Mi hermano me miró, pero su expresión era inexpresiva, como si no se arrepintiera de sus palabras.
—¿Qué pasa, Fire? —preguntó Melany, mirando en la misma dirección que yo.
—Nada, cuando todos estén despiertos, quiero comentarles algo —dije con un suspiro, acallando toda la preocupación que se acumulaba en mi cuerpo.
Asintiendo, se adentraron en la casa. Attor tomó su forma humana, miró a mi hermano, pero no dijo nada; simplemente se quedó parado, contemplando la zona donde no había nadie. ¿Cómo se sentiría él al ver a su rey, a su amigo?
La casa estaba completamente vacía; los únicos que pululábamos por ella éramos nosotros. Seguramente, los demás estarían descansando. Fue entonces cuando oí unos pasos que procedían del pasillo. Curiosa, me di cuenta de que se trataba de Acua, quien, con paso lento, se dirigía hacia nosotros. Su semblante era igual al de mi hermano, con la única diferencia de que podía ver en ella una sombra de dolor. Caminaba con cierta dificultad, pero su cabeza estaba alzada con una mirada tan penetrante que, en esos momentos, me di cuenta de que aquella mujer era una reina de los pies a la cabeza, una persona capaz de gobernar un maldito reino.