Desconocido
Subido en un árbol, contemplo todo el lugar. Es hermoso, tan hermoso que hasta duele. No sé cuánto tiempo llevo aquí, lejos de Cagmel, lejos de mis seres queridos, pero mi raza ya no está, mi raza se extinguió; solo quedamos cinco, nada más. Bueno, cuatro. El jefe está muerto, o eso quieren hacer creer a las personas, pero no, yo lo siento, es una fuerza que me abruma, que me incita a ir hacia ellos, pero tengo que tener paciencia. No puedo aparecer ahora, me tienen que buscar. ¿Cómo iba a ser divertido si se lo facilitaba? Ellos no saben que estoy cerca, vigilando sus pasos. Antes de que se den cuenta, apareceré, reclamaré a mi princesa. Sí, esa es la idea: reclamaré a la princesa del aire como mía.
Su elemento me llama, sabe que estoy aquí. Los de mi raza, igual que los familiares, nos vinculamos al elemental al que correspondemos. Solo un poco más, dejaré pistas, ideas, pero me tiene que encontrar ella, sí, y luego la retaré para ver si es digna de ser mi señora. Todo está planeado, estructurado en mi cabeza. Siempre me han dicho que los jóvenes son los más alocados, pero no es mi caso, ni tampoco el de ella; somos seres que hemos vivido controlando un poder más fuerte que muchos.
—Estoy cerca —susurré al aire, esperando que el mensaje le llegue a ella.
FIRE
Noté cómo una sensación agridulce se apoderaba de mí. No habíamos obtenido nada y estábamos lejos de descubrir quién era el jefe y dónde se encontraban los dragones. Sin duda, esto me estaba superando. Creía que, interrogando a aquel ser, obtendríamos pistas más importantes de las que ya nos había dado, pero él se había ido, como una nube de polvo. Una amarga sensación de fracaso se adueñó de todo mi ser y, al parecer, también del grupo, que, decaídos, avanzábamos a pasos lentos, pensativos y en silencio.
Me giré al oír un sonido. Vi que Anna estaba fija en un punto. Sus ojos grises se oscurecieron. Extrañada por su actitud, me di cuenta de que estaba sacando su arma. Antes de que pudiera reaccionar, la lanzó en una dirección. Incrédulos, todos nos quedamos expectantes, observando a Anna, que se mantenía muy quieta, observando adónde había lanzado la daga. Entonces, algo ocurrió: la daga volvió con más velocidad, abriendo los ojos de par en par. En la punta de la daga había una escama dorada, como un aviso de algo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Aston al ver el arma. Anna no respondió. Intrigada, miró de nuevo hacia donde había enviado el arma.
—No puede ser —dijo, alucinada.
Attor, que se había mantenido al margen, se acercó a Anna. Ella le mostró el arma. Con sumo cuidado, él tomó la escama y la examinó. En sus ojos azules brilló una luz, y una sonrisa se formó en su rostro.
—Este insensato... siempre con sus estratagemas, eternamente haciéndonos esperar —dijo, guardando la escama en su bolsillo.
—¿Qué significa esto? —pregunté, intrigada.
—Mi amigo Altair nos observa desde las sombras. Esta señal es un desafío dirigido a la princesa del aire, retándola a encontrarlo. No desea nuestra intervención; es a ella a quien busca. Le está lanzando un reto porque la considera suya y desea que le demuestre su dignidad. Solo si ella prueba ser digna de su lealtad, se unirá a nosotros —dijo, mirando a Anna, que mordía su labio con nerviosismo.
Todos los presentes guardamos un silencio sepulcral mientras escuchábamos las palabras de Attor. No sabía cómo tomarme eso; confiaba en Anna, pero sus habilidades aún necesitaban pulirse y no sabía cómo reaccionaría el dragón. Solo podía terminar muy mal, demasiado mal, y no me gustaba la idea de que toda la presión recayera sobre ella. Attor no había puesto tantos impedimentos para unirse a nosotros, ¿por qué él sí? ¿Cómo era el dragón del aire? ¿Cuál era su plan? Eran demasiadas cosas en tan poco tiempo, tan abrumadoras como agotadoras.
—¿Eso es todo? —la voz de Yulen resonó con fuerza. Todos nos giramos en su dirección—. El dragón quiere que Anna demuestre su valía. Que así sea; de todas formas, él verá que Anna es más que digna de ser su señora. Así que no veo problema en ello —se encogió de hombros. Anna esbozó una pequeña sonrisa tímida.
Parpadeé varias veces y una ráfaga de vergüenza se apoderó de mí al haber dudado de Anna. Ella lo conseguiría, ella sería capaz de lograr que Altair se uniera a nosotros. La miré a los ojos, le pedí perdón con la mirada, haciendo que ella negara con la cabeza y me sonriera de forma dulce. Claro que ella era más que digna de que el dragón la aceptara, era más que suficiente y sabía que pasaría la prueba sin problema alguno. Asintiendo, me acerqué a ella y le coloqué una mano en el hombro, dándole mi apoyo, lo que hizo que ella se sonrojara. El sol casi se estaba poniendo, y veía cómo todo el grupo estaba agotado, sin fuerzas.
—Debemos descansar. Mañana veremos qué hacer con ese dragón —dije sonriendo. Todos asintieron, pero Anna dudó.
—Vale, pero antes tengo que hacer una cosa —masculló Anna por lo bajo. Separándome de ella, vi que cerró los ojos.
En ese momento, el aire hizo acto de presencia, era tan fuerte que temía que los árboles salieran volando. Todo el grupo se apartó, esperando a que Anna ejecutara su movimiento.
—Búscalo, es una orden —dijo muy bajo, y entonces la ráfaga se fue en busca de su objetivo.
Me quedé embelesada contemplando con admiración cómo la ráfaga que había creado de la nada. Podía percibir el nerviosismo en ella, ver cómo estaba agitada, alterada por la situación. Comprendía que no debía ser fácil, pues no me quería imaginar qué habría pasado si estuviera en su lugar. Mordiéndome el labio, hice el amago de acercarme a ella, pero Acua se adelantó, pasó sus delgados brazos por los hombros de Anna y la abrazó. Depositó un beso en la coronilla, haciendo que una punzada de envidia se apoderara de mí. Me gustaría saber qué tipo de relación tenían ellas; había visto que eran unidas y no comprendía cómo habían llegado a ese punto. Acua era demasiado reservada y apenas se juntaba con unas pocas personas, éramos los que estábamos presentes en ese momento.