Oí un sonido que provenía del exterior. En alerta, bajé lentamente de la cama y cogí el arma que escondía debajo de la almohada. Aún en pijama, me agaché un poco y moví la cortina con disimulo para ver quién rondaba la casa. Al principio no pude distinguir bien la sombra, pero después, cuando mi vista se acostumbró a la oscuridad, pude ver que se trataba de Anna, quien estaba afuera, mirando a todos lados. Percibí el nerviosismo en su cuerpo, pero no emitía sonido alguno; simplemente observaba de manera extraña en todas direcciones. En un momento dado, saltó y la vi surcar el cielo. De repente, le perdí de vista.
Preocupada, salí del cuarto y me apresuré a ir hacia donde estaba Yulen. No quería alarmar a nadie, y mucho menos imaginar cómo reaccionaría Acua si se enterara de que Anna se había ido, y que estaba nerviosa por algo. Posiblemente iría tras ella sin dudarlo, pero no podíamos arriesgarnos; Acua, a pesar de ser la más sensata y reflexiva, cuando se trataba de Anna, perdía toda lógica o razón. Actuaba impulsada por sus sentimientos, tan inmensos como el océano.
Llamé dos veces a la puerta y esperé unos tres segundos hasta que se abrió. Vi a Yulen, que sostenía una botella, con una sonrisa esbozada en su rostro. Abrí los ojos de par en par y me pregunté por qué estaba bebiendo, sobre todo considerando la situación en la que nos encontrábamos. Furiosa, lo empujé dentro del cuarto. En su estado, no pudo hacer mucho y perdió el equilibrio, pero pronto lo recuperó. Vi la ira en sus ojos azulados, esos hermosos ojos que ahora estaban teñidos de rojo a causa del alcohol.
Agarrándolo de la camiseta, lo estampé contra la pared. Él no opuso resistencia; simplemente me miró, esperando que le dijera por qué hacía eso. Mi cuerpo temblaba por los nervios y la ira que me consumía. Tuve que reunir toda mi fuerza para no incendiar la habitación, o mejor dicho, a Yulen.
—¿Por qué? —fue lo único que le pregunté.
Él alzó la cabeza:
—No te metas en mis asuntos, Llamita. Te aprecio, pero lo que yo haga o deje de hacer no es de tu incumbencia —masculló atropelladamente. Había bebido demasiado.
—¿¡No es de mi incumbencia!? ¡Te recuerdo que estamos en una misión, una misión que nos puede costar la vida, y tú vas y bebes como si no hubiera un mañana! —le apreté más fuerte contra la pared, y pude oír cómo siseaba, sabía que le estaba haciendo daño.
—Suéltame, Llamita. No estoy para aguantar charlas innecesarias sobre lo que debo o no debo hacer —escupió cada palabra, marcando cada sílaba.
—Pues que sepas, gran imbécil, que si he venido aquí es porque Anna se ha ido, y no sé a dónde. Mañana tiene una prueba, y se ha marchado. Estaba nerviosa y no paraba de mirar a todos lados como si estuviera buscando algo —le solté finalmente.
Él se quedó pálido. Vi cómo dejó caer la botella, que al estrellarse contra el suelo derramó una sustancia amarillenta que me provocó náuseas. Pero no teníamos tiempo para eso, debíamos encontrar a Anna. Sin más, Yulen cogió su capa y salimos ambos hacia el exterior. De inmediato, el frío se apoderó de mí, aunque era un frío agradable. Aquí las temperaturas eran bastante cómodas, pero no podía apreciar el lugar en ese momento. Mi única preocupación era saber dónde estaba Anna y qué la había llevado a marcharse de ese modo. ¿Miedo? ¿Nervios? ¿O era otra cosa? El caso es que no había rastro de ella, ni siquiera de su esencia.
—Es una insensata, siempre actúa sin pensar —dije, lanzándole una mirada llena de incredulidad, pues él era igual.
—No es lo mismo —respondió, como si hubiera leído mi mente. Lo ignoré.
De repente, Yulen desplegó sus alas, haciendo que la capa se desvaneciera. Vi que cerraba los ojos y dejaba que la energía de Anna lo envolviera. La diferencia entre ellos dos y los demás elementales era bastante notable. Al haber sido compañeros en el pasado, podían sentir la presencia del otro a kilómetros de distancia. Había rumores de que esos dos elementos no podían estar separados por mucho tiempo, y yo podía confirmarlo. A pesar de todo, Yulen nunca se alejaba de Anna, aunque le doliera, aunque odiara la situación en la que ambos se encontraban.
Abrió los ojos y, sin decir nada, me cogió de la mano y nos elevamos hacia el cielo. La luna brillaba con fuerza en la oscuridad, aunque no era luna llena, lo cual agradecí. No estábamos preparados para lidiar con la transformación de Aston, no cuando teníamos asuntos más importantes que resolver. El aire se volvía cada vez más denso y me costaba abrir los ojos debido a la velocidad que Yulen llevaba. Aún me sorprendía que pudiera cargar conmigo volando como si nada, como si no llevara ningún peso. Si pudiera mantenerse sobrio durante unos días, sería implacable. Pero, claro, Yulen tenía secretos que no quería revelar, secretos que lo consumían. A veces percibía en él culpa, y algunas de las palabras incoherentes que soltaba en ese estado seguramente tenían un significado profundo para él.
—¿La has sentido? —pregunté, un poco aturdida por la situación. Él solo asintió con la cabeza y aumentó la velocidad.
Nos estábamos alejando bastante de la casa de Melany y de las zonas más pobladas de este lugar. Nos adentrábamos en un sitio oscuro, sin vida, o al menos esa fue mi percepción. Los árboles estaban muertos y las ramas esparcidas por el suelo, o eso lograba ver. Era curioso que nunca nos hubiéramos percatado de esta zona; tal vez nuestros enemigos habían estado aquí, y esto era su forma de decirnos que estaban cerca y que su poder era mayor de lo que imaginábamos.