Recuerdo la primera vez que fui a Fubuki. En ese momento me sentía nerviosa; era la primera vez que viajaba a otro reino. Lo primero que me llamó la atención fue la temperatura del lugar y la poca vida que había en ese sitio. Los golems, junto con las ninfas y hadas de la nieve, eran los únicos seres que pululaban por el reino. El sitio estaba rodeado por montañas de aspecto redondeado, lo cual captó mi atención. Mi madre no se sorprendía por el lugar, ya que había ido muchas veces debido a las reuniones y misiones que solía realizar en los diferentes reinos.
—Mami, ¿por qué tenemos que ir al castillo? —pregunté curiosa.
—Porque tengo una reunión importante con la reina —respondió, y asentí, comprendiendo por qué habíamos acudido a Fubuki.
Al llegar, un imponente castillo de hielo se alzaba ante nosotros. Puedo asegurar que era tan alto que parecía rascar el cielo. Dos enormes golems armados custodiaban la puerta, lo que hizo que el miedo se apoderara de mí. Aquellos seres daban terror y gruñían mucho. Sin embargo, al ver a mi madre, rápidamente abrieron la puerta, sin inclinarse, lo cual me ofendió, pues los seres debían inclinarse ante la reina. Pero mi madre no parecía molesta por su actitud. Ambas llevábamos capas para protegernos del frío.
El castillo era hermoso y, al igual que todo el lugar, extremadamente frío. Apenas había gente trabajando, solo unos cuantos golems y hadas que realizaban las labores del castillo. Mi madre parecía conocer el lugar de memoria; la veía entrar en las salas sin necesidad de preguntar nada. Como era de esperar, las hadas que se encontraban por la zona se inclinaron ante mi madre y ante mí.
Sonriendo, por un momento me sentí importante, como si fuera la reina, o como si ya lo fuera. Llegamos a un salón donde vi a tres personas. Había tres tronos: dos grandes y uno pequeño. Una hermosa lámpara de araña de cristal, decorada con copos de nieve, hacía que el lugar tuviera un aire místico. La luz entraba a raudales por las grandes ventanas, realzando la belleza del sitio. Una mujer de largo cabello blanco, ojos azul claro y piel pálida estaba sentada, leyendo un pergamino.
Después, divisé un piano donde un joven tocaba una melodía lenta pero preciosa. El chico tenía el cabello largo, de un tono blanco verdoso, unos hermosos ojos plateados, y vestía una túnica blanca. Tocaba el piano ignorando a los que estábamos alrededor. Su expresión era triste, como si estuviera herido, vacío. Al seguir observando, encontré a un bebé. Se parecía mucho a su madre, pero era más pequeño que yo y estaba formando figuras con hielo. Tenía el cabello blanco y los ojos azules; me recordaba a un ángel.
—Mami, es un bebé —dije en ese momento, con mis cuatro años.
—Sí, ese bebé es el futuro rey del hielo. Se llama Yulen, el elemental del hielo. Elyan, en cambio, será el futuro rey de la corte de los ángeles —me explicó mi madre.
Mis ojos se posaron en Elyan, y su imagen quedó grabada en mi mente. El aire de tristeza que vi en aquel hombre no lo olvidaría jamás.
Con el tiempo, comprendí quién era realmente. Aún puedo recordar claramente su expresión: ese dolor, esa agonía que me dejó apenada. En mis recuerdos, Elyan había sido un hermano afectuoso, siempre llevando a Yulen a todas partes, sin separarse de él. ¿Qué había pasado entre ellos para que las cosas terminaran de esa manera? No lo sabía, pero al ver la expresión de Yulen y cómo se aferraba a Anna, supe que había sido algo muy duro.
Ella solo permanecía cerca de él, susurrándole cosas que parecían consolarlo. Yulen la levantó y la abrazó con más fuerza. Orlock quiso acercarse, pero Dagdas lo detuvo, haciendo que este último gruñera.
—Ya está, Yulen, ya está. No estás solo —le dijo Anna, acariciando su cabello. Parecía incómoda, pero se quedó allí hasta que Yulen se sintió mejor.
Si fuera otra situación, seguramente estaría asombrado. Finalmente, Yulen se separó de Anna. Se quedaron mirándose durante un largo tiempo, como si se estuvieran comunicando con la mirada. Anna le secó las lágrimas y se sentó a su lado. La situación ahora era peor que antes. Sabíamos que el hermano de Yulen era el jefe del círculo de magia negra, lo que solo empeoraba las cosas. No podía imaginar cómo se estaba sintiendo Yulen en ese momento, ni tampoco quería pensar en cómo sería el encuentro entre los dos.
En resumen, estaban buscando al quinto dragón, querían a Asia y Melany, y habían atacado a la manada de Aston, probablemente para separarlo de Asia y así eliminar obstáculos para capturarla. Sin embargo, cometieron un error: no habían eliminado a Holden del camino.
No habían logrado nada, pues Holden se encargaría de ellos si se atrevían a acercarse a ella. Todo quedó en un silencio sepulcral, mientras la tensión en el ambiente aumentaba a medida que asimilábamos la información que habíamos descubierto. Asia se mordió el labio, como si estuviera ideando algo en su mente, y conociéndola, sabía que sería algo radical, porque así era Asia: siempre tomaba decisiones extremas.
—Me pondré de señuelo —murmuró Asia con seguridad.
—Por encima de mi cadáver. Ni lo pienses, no te molestes. Perdí a tu madre, no te voy a perder a ti —gritó Holden. Todos nos echamos hacia atrás, excepto ella.
—Es verdad, no puede ir sola. Iremos las dos. Nos quieren a nosotras, ¿no? Pues se lo daremos. Quizás así podamos hacer algo —añadió Melany.