La Reina Del Fuego-Segundo Libro-

Capítulo 40

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<<Los ángeles son seres capaces de enterrar la oscuridad>>.

Esas palabras pasaron fugaces por mi mente. La luz de los ángeles era única, la misma que acababa con la oscuridad y mantenía a raya a los demonios, a los perros de las sombras y a los diversos seres que nos atacaban. Me quedé mirando el cielo; las grandes alas blancas de Yulen brillaban bajo el sol, haciéndome entrecerrar los ojos por lo intensa que era la luz. Me recordaba a una gran bola de fuego: inmensa, brillante y letal. La expresión de Yulen era seria, irradiaba dureza. Se podía sentir su rabia, su odio y su deseo de acabar con todos.

—Por los dioses —escuché la voz de Anna, quien miraba con los ojos brillantes de admiración.

Los demonios maldijeron. No creían que Yulen tuviera poderes angelicales, a pesar de que todo el mundo sabía que su padre era un ángel.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Anna con curiosidad.

No lo sabía, pero supuse que Yulen estaba utilizando sus poderes para acabar lo más rápido posible con los demonios. No era la mejor opción, ya que no estaba segura de si él controlaba del todo esa magia angelical. Siempre había evitado usarla, como si la rechazara. Pero, conociendo ahora la historia de su familia, comprendía por qué renegaba de esa parte de sí mismo. Detestaba usar ese poder maldito, esa condena a ser perfecto, a ser puro de corazón. Todo era una mentira. Yo había visto ángeles cometer atrocidades, pero nadie se atrevía a decirles nada, pues en el mundo de Cagmel, eran considerados seres dignos de respeto.

Yulen miró a la horda de demonios, desafiándolos con la mirada. Vi cómo algunos, tal vez los más sensatos, retrocedían, comunicándose entre ellos. Si eran inteligentes, todos los demonios se retirarían. Aunque Yulen era solo uno, podía enfrentarse a ellos sin problema. En ese momento, deseé tener ese poder para ayudarlo. Sabía que si lanzaba alguna llamarada, solo lograría enfurecer a los demonios. Pero tal vez podría intentarlo. Al fin y al cabo, yo era una elemental, uno de los seres más poderosos de todo Cagmel, después de los dioses. Sin embargo, como cualquier ser, teníamos nuestras limitaciones. Algunos eran más fuertes que los elementales, y ángeles y demonios estaban entre los seres más poderosos de Cagmel.

Asia, en la otra esquina, estaba rodeada por seis demonios que habían ignorado a Yulen. Claramente querían llevársela viva, la necesitaban intacta. No le harían daño, al menos no aún. Melany se unió a ella rápidamente. Ambas se miraron, y supe lo que iban a hacer. Maldije para mis adentros; Asia y Melany eran así, siempre dispuestas a sacrificarse como señuelo para descubrir dónde las llevarían. Pero no había garantía de que no las mataran una vez que consiguieran lo que esos demonios deseaban.

—¿Nos quieren? —escuché a Asia susurrar, mostrándose serena ante la situación.

—Te necesitamos con vida —respondió uno de los demonios. No logré escuchar nada más.

Yulen, ya en todo su esplendor, comenzó a concentrar su energía. La luz que emitía crecía a medida que acumulaba poder. Me quedé observándolo más tiempo del necesario, como si fuera la primera vez que presenciaba algo así. De repente, una luz cegadora cubrió toda la zona, acompañada por los gritos desesperados de los demonios. Los perros de las sombras desaparecieron junto con los demás demonios. Sin embargo, no nos dimos cuenta de algo crucial: cuando me giré, vi que los demonios que acechaban a Asia y Melany ya las habían capturado. Las habían tomado de las manos y se las habían llevado. No tuve tiempo de reaccionar, ni de moverme más rápido.

Todos en el grupo corrimos hacia la zona, con la esperanza de que, tal vez, aún podíamos salvarlas. Pero al llegar, una luz negra cubrió el lugar, y de repente, ni Melany ni Asia estaban.

Nos quedamos todos mirando la zona donde ellas habían desaparecido. Observé que el collar de Asia, el que le regaló Holden, estaba tirado en el suelo. Holden se apresuró a recogerlo. Su expresión cambió drásticamente; apretó los puños, conteniéndose para no llorar. No estaban, no habíamos llegado a tiempo, ellos ya habían ganado. En ese momento, solo deseaba desaparecer, morir, dejar que el mundo se destruyera. No podíamos hacer nada más que maldecir y llorar, porque a saber qué atrocidades les harían a Asia y Melany esos miserables.

—Gaia... cuando la encuentre, se va a enterar Solo a ella se le podía ocurrir semejante locura —masculló Holden mientras guardaba el collar con sumo cuidado en su pantalón.

Acua estaba en estado de shock. Su cuerpo entero se tensó, y la rabia parecía consumirla. Antes de que pudiera decir nada, de repente, una gran ola apareció ante nosotros. Al principio no entendía lo que hacía, pero pronto me di cuenta de que algo iba mal cuando la ola se acercaba, creciendo sin control.

—¡¿Qué haces, Acua?! —gritó Dagdas.

—Voy a destruir este maldito reino. Buscaré a Asia, aunque tenga que hacer pedazos el mundo humano para encontrarla —respondió con frialdad. Se disponía a lanzar la ola, pero reaccioné a tiempo. Me abalancé sobre ella, agarrándola con fuerza. Ambas gritamos de dolor mientras nos tocábamos, ella por el contacto y yo por la energía que emanaba.

—¡Deténganse! —gritó Anna, separándonos con una ráfaga de aire—. Atacarnos no servirá de nada, destruir todo no servirá de nada. Asia lo hizo adrede, por eso dejó el maldito collar. Se entregó voluntariamente para indicarnos dónde está el escondite —dijo Anna, con lágrimas corriendo por su rostro.




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